Oso, un cuento de Erick Wolfrang Talavera Cuya
Cojeando caminó hacia ti aquel viejo can que miraste a lo lejos y que gritaste fuerte pronunciando el nombre de tu cachorro, y temblaste porque volteó la mirada y vino caminando hacia ti, a olerte, a mirarte con sus ojos alegañados, te parece que a reconocerte
Yace solo, bocarriba, inmóvil, conectado a unas bolsas y un aparato de un imprevisible ruido que al ausentarse, enmudece todo recuerdo que se tuviera de él. En sus momentos más alegres, jamás imaginó atravesar unos días tan desolados, hallándose así, como olvidado. Llegar una nublada mañana de abril para internarse en el olvido, era todo lo que recordaba de su activa existencia. Y era lo único que venía haciendo antes de comenzar a soñar, antes de comenzar a sumergirse fuera de la realidad, en esos mundos extraños e infantes que le hacen a uno posible la visión de alguna etapa anterior que o lo emocionó o lo impresionó o, tal vez, lo frustró ¿no, viejito? Se te empiezan a nublar las ideas, a cansar los párpados. Y te liberas de ese monótono cuartucho en el que te hallas, huyendo hacia ese momento, quizás el mejor de todos los que viviste en tu larga vida. Lo estabas esperando desde que te internaron en este hospital ¿no? Y por eso sonríes. Porque has vuelto a ser un niño, y ves llegar a aquel osito cargado en los brazos de la gruñona de la vecina.
No insistas Daniel, ya escuchaste. Devuélvelo.
Pero lo mandarán a la chacra y lo van a dejar ahí toda la noche, lo van a amarrar a un tronco, mamá. Déjalo que se quede una noche al menos, si llora lo devolvemos en la mañana ¿ya mamá? Porfa, porfa.
Sonríes porque sabes que mamá esta vez aceptará, porque cuando de verdad dice que no, ni siquiera te da explicaciones, es no y punto, pero hoy no fue así; aquel cachorro afelpado e inquieto que cargas como un niño tuvo suerte de encontrarse contigo. Amarrado en la chacra los cables lo hubiesen terminado por ahorcar, y a ti eso te horrorizó desde el primer momento que lo imaginaste. Pero ¿ahora qué vas a hacer? ¿Cómo lograrás que tu cachorro no llore? Temerá dormir solo, el frío lo asaltará en su cajita, de pronto le dará hambre, se despertará en las madrugadas, es como un bebé, Daniel.
Entonces lo cuidaré como si fuera mi hijito –te prometiste-.
Y cuidarlo como tal fue cobijarlo a escondidas en tu misma cama, a tu lado, esa misma noche en tu casa. Mira nomás como duerme ese pan de Dios, todavía tiene gotitas de leche en el hocico, sécaselas con cuidado, no vaya a ser que se despierte, despierte, despierte, despierte señor Daniel, es hora de su merienda.
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En esos días el viejo recibió la visita de alguno de sus hijos. Ellos, que eran cuatro, no eran sus frecuentes visitantes, más bien nunca lo fueron, sólo lo volvieron a ver desde aquel dolor en el vientre que lo sorprendió en su cama una madrugada y que lo obligó a marcar sus teléfonos suplicando un poco de ayuda. Luego ellos lo dejaron en el hospital, regresando sólo cuando había que firmar alguna autorización, algún papel, comprar alguna medicina o para cualquier otra obligación, como ahora.
No se dignaron a decirte algo, viejito, sólo entraron y te miraron de lejos. Te miran. Mamá mira a papá. Esperas una mala noticia.
Está bien Daniel. Será tu primera responsabilidad.
Guardaste la alegría para ti y tu cachorro y preferiste aparentar a tus escasos doce años ya ser un hombre de responsabilidades mayores.
Claro mamá, despreocúpate, yo me encargaré de todo.
No tan rápido muchachito –te detuvieron-. ¿Qué nombre le vas a poner?
Lo miraste y, como si hubiese entendido la pregunta, él también te miró. Eres lanudo, tienes una cola lanuda, eres gordito, tienes unas patitas de dinosaurio bebé, todo eso pensaste.
Oso –sentenciaste y te marchaste corriendo llevándolo contigo, abrazado-
Pensaste que por fin te habían escuchado, que habían oído y sentido tu perfecto estado, sí, había sido eso, o a lo mejor sólo se hartaron de mí, y por eso te están descambiando, le están quitando la bata celeste, traen un bolso, abren el cierre y llegas a ver el color después de mucho ¿no, viejito?. Ya te habías olvidado de tus polos blancos con rayas naranjas, de tus pantalones plomos, de tus zapatos color marrón, al viejo le estaban dando de alta, señor, pero no vaya a hacer desarreglos con su salud porque si no lo volveremos a ver pronto por aquí. Cuídese mucho.
Los meses se pasaron rápido yéndote con tu cachorro al campo después del colegio, oso, ven acá, llevándolo a la playa, oso, ¡oso, no molestes a las gallinas!, sentándolo contigo en la tribuna del estadio a mirar los partidos de segunda división, no te vayas a mover, sólo iré a comprar un camote frito, saliendo a correr con él en la madrugada cuando el rocío aún no cedía, ¡saquen a ese perro de la cancha que está estorbando el juego!, lanzándole chorros de agua en el patio trasero y él atajándolos a mordiscos antes de su baño, te has portado muy mal hoy, sentándote con él fuera de tu casa cuando te dejaban cuidándola, tienes una oreja parada y otra caída, qué chistoso te ves osito, igualándote en fuerza cuando se resistía a ser guardado en el techo después del paseo, oso, estás botando demasiado pelo, cargándolo a tu
espalda para cruzar el cequión, Daniel, tu perro está grandote, si, no, mordiéndote el pantalón o las medias cuando subías a una bicicleta, creyendo que te irías y lo dejarías, tu pelo ahora es liso, oso, y tu cola es como la de un zorro, qué raro, tú no eras así, revisemos esto en la internet, apareciéndose sorpresivamente sobre el estrado de tu colegio, en plena formación, mientras el director hablaba, sus orígenes se remontan a finales del siglo XIX, cuando en Alemania se inició un programa de crianza que dio como resultado el pastor alemán…, buscándote desde lo alto con la mirada, características: robusto y flexible, ligeramente alargado, cuerpo musculoso, orejas de tamaño mediano, erectas, abiertas hacia adelante y llevadas de manera uniforme…, no ubicándote entre los miles de alumnos risueños por aquel espectáculo y luego creyendo que lo habías perdido cuando te hallabas dentro del salón de clases, resistencia al frio: excelente, resistencia al calor: excelente, adaptabilidad a situaciones adversas: excelente, convivencia en el hogar: excelente, memoria: extraordinaria, ¡agarren a ese perro! Y las chicas ¡ay, ay, ay! asomándose por encima de la ventana para sorpresa tuya. Tu cachorro se había convertido en un perro grande, Danielito.
Es hijo de pastores alemanes –te lo reconfirmó la vecina-.
Y por un momento llegaste a creer que te llevaban a un asilo ¿hubiese sido mejor, no crees?, pero era sólo que habías olvidado el camino a casa; el viejo iba sentado en la parte trasera de la camioneta; hace mucho que no viajas a la ciudad, desde la universidad ¿no? Pero nunca te acostumbraste después de aquello y preferiste regresar a tu pueblo, al olor a tierra por las mañanas, para quedarte a vivir ahí, para siempre, pensaste, hasta que vas comprendiendo que eso no podrá ser así ahora que te están bajando del auto y te dirigen hacia la que será tu nueva casa en esa ciudad hecha de cemento.
Tenemos que hablar contigo, Daniel.
Dime, mamá.
Tu papá y yo hemos conversado sobre tus estudios. La otra semana ya terminas la secundaria y debes empezar cuanto antes la universidad. Nos tenemos que mudar a Lima.
Está bien. Felizmente me lo dijeron a tiempo, para poder buscarle a Oso una casita de dormir, una a su medida, justo he mirado una en…
Es que el no podrá ir con nosotros. Tú bien sabes que el departamento de Lima es pequeño y que en el edificio no les permiten a las familias criar animales grandes.
Pero mamá, es como uno más de nosotros, tenemos que llevarlo…
Te lo advertimos cuando lo trajeron, era un perro grande que luego no sabríamos dónde meterlo. Ofrécelo en las chacras, ahí necesitan guardianes, o ya verás dónde lo dejas porque no podemos retrasar el viaje, tu papá ya pidió su cambio en el trabajo y no es cosa de juego.
¡No lo voy a regalar mamá, ni mucho menos lo voy a dejar abandonado!
¡No me levantes la voz!
…
Ya te dijimos. Ve empacando y pensando qué haces con ese animal.
Te sorprendió que a mamá le importara poco tu cachorro, fue contundente: “ve pensando que haces con ese animal”, era lo peor que te habían dicho, lo insultaban a él, te dolía a ti, y te deprimiste por ello, y no hallaste solución, por eso empezaste a indagar un nuevo hogar para él, aunque te dolía en el fondo, pero igual, nadie aceptaba un perro ya crecido ¿y en la chacra no lo querrían? No, moriría ahorcado por los cables, no se acostumbraría o, antes que siga causando molestias, lo matarían igual. No supiste qué hacer.
No sabías qué hacer en esa casa que, aunque continuamente visitada por tus hijos, te sentías más solo que nunca, era como si al viejo no lo tomaran en cuenta, como si no estuviera con ellos, acercándose, diciéndole y dándole sólo lo necesario, ¿para qué? ¿Qué de interesante tenía conversar con un viejo tristón que nunca pudo superar aquello? Te dejaban divagar por la casa, pero tú sólo alternabas tus días entre aquel cuartucho de invitados donde te habían instalado y la silla con vista desolada al jardín trasero, ya casi nada te importaba y así se te iban los días ¿no, viejito?
Hasta que ya no aguantaste y se te cayeron las lágrimas. Peor hubiese sido en Lima, Daniel, allá moriría atropellado, acá, al menos, tiene más posibilidades de vivir; tu cachorro es fuerte e inteligente, ya verás que sabrá arreglárselas solo. Ya cierra las puertas, ya estuvimos buen rato esperándote, ya déjalo irse. Antes de marcharte le prometiste regresar por él apenas puedas, apenas no tengas que pedirle permiso a nadie sobre si tu cachorro se puede quedar. O no abandonarlo. Porque ahora sólo lo miras perderse, a lo lejos, en la silueta de aquella inhóspita y desolada carretera. Ya no llores, Danielito, ya no llores.
Ya crecerás y podrás volver por él, Danielito, como ahora que regresas por aquella carretera en tu propio auto después de años, quizás ocho, quizás más, ya estás hecho todo un hombre, y ya tienes tu propia casa, pequeña, estás sólo tú en ella y eso te basta ¿no? No. Ah, por eso has vuelto por estos lugares inhóspitos en medio de la carretera que va hacia el sur. Por aquí fue ¿no, Danielito? Es por él ¿no? Has vuelto para buscar a tu cachorro, pero déjame decirte una cosa: dudo que lo encuentres, ha pasado mucho tiempo y puede que…
¿Oso? –lo volví a llamar, creo que temblando y a punto de perder las últimas esperanzas de encontrarlo en aquel pueblo cercano-.
Cojeando caminó hacia ti aquel viejo can que miraste a lo lejos y que gritaste fuerte pronunciando el nombre de tu cachorro, y temblaste porque volteó la mirada y vino caminando hacia ti, a olerte, a mirarte con sus ojos alegañados, te parece que a reconocerte.
¡Eres tú, osito! ¡Permaneciste aquí todo este tiempo!
Y lo volviste a abrazar como antes, el ya no tanto, se veía agotado, era un perro viejo, pero te reconocía y pareciera que se esfuerza por alegrarse aunque la edad no lo deje, te lame las manos, no ha olvidado nada, no te ha olvidado, Daniel, y no busca tus disculpas, no llores porque él nunca supo de llantos contigo, sólo supo de alegrías, de juegos, y quiere que eso vuelva, nada más, no te ha olvidado, Danielito, ya sécate las lágrimas y súbelo a tu carro, llévalo contigo, llévalo a tu casa, aliméntalo como lo hacías antes cuando era sólo un cachorro, porque él sólo quiere recuperar los años de tu inexplicable ausencia. No me vayas a hacer travesuras, osito. Mañana por la mañana estaré de vuelta y te sacaré a pasear, si.
Eso fue lo último que le dijiste aquella tarde ¿no? Se te hunde el pecho mientras vas verificando lo que de por sí es evidente: no hay televisor, no hay equipo de sonido, no hay muebles, pero ¿por qué hay sangre? Y tu cachorro no sale a tu encuentro, había sido un robo, han vaciado tu casa, pero eso qué importaba, todo era recuperable, osito no, y no lo recuperaste más, esta vez no lo recuperarías más, se había ido para siempre, viejo, solo, sentado en su silla soñando en que parecía verlo de nuevo a su cachorro, inquieto, fuerte, fiel, corriendo hacia él.
Erick Wolfrang Talavera Cuya
Primer Premio en categoría Cuento
Concurso La Luciérnaga Online
Abril de 2010