Es lunes en la tarde. Aún no llueve pero se huelen las gotas que caerán del cielo en un par de horas. Como banderas de luto, pasan los pájaros buscando un verano tardío.
Caminamos por las calles. Un árbol de magnolias tan grande como ese elefante que viste en el zoológico esa tarde de domingo. Dijiste «Elephant is big» y nunca más volviste a decir una oración… Es un misterio nuestra mente tanto como el olor de las rosas que crecen en las veredas.
Pasamos por la biblioteca buscando libros en Braille, porque las palabras se pueden tocar. Esa sensual belleza de leer con los dedos. ¿Podrá la ceguera del mundo leerse en Braille?
Reinventar el aire
Jugamos a la popa con la nariz y si te toca una rosa con olor hay que salir corriendo. Vos corrés por la vereda y yo te persigo. «I am coming to get you…»
En los laberintos misteriosos de la biblioteca jugamos a no hacer ruido. «We need to be quiet». Te doy la mano y buscamos juntos ese libro que nos está esperando. En la tarde nos sonríe Joni Mitchell. «Reckless daugther», es el libro de David Yaffe. Lo leeré para acompañarte el sueño.
La cena está casi lista cuando salís de bañarte, fresco y con ese pijama de la ciudad de Rosario que tu abuela te regaló en uno de nuestros viajes. Toco el algodón que te cubre. Leo en Braille los signos de esa tierra que llevamos con nosotros y desplegamos en la mesa de nuestra casa, en esta noche, de vos y yo. Nos sacamos una foto jugando a que hacemos un ´pijama party´.
Desde el lenguaje de la noche
Afuera no hay luna, solo silencio y el árbol oscuro que me habla cuando me siento en la vereda. Sus ramas como brazos, abrazando el aire, parece cuidarlo todo.
Todo está liso. Como una cama tendida, como un mantel blanco, como un río que corre en el deshielo.
Patty Smith canta mientras nos lavamos los dientes. Ahora vas cerrando los ojos, mientras yo cierro la noche sin estrellas. El mundo gira pero nosotros jugamos a quedarnos quietos, al menos mientras afuera esté esa negrura, eso llamado noche. ¿Será soñar como leer en Braille?
La luz que trae la ceguera
Cuando Dante era pequeño, mi mayor tristeza era que no dormía de noche. Un cansancio enorme nos agotaba al otro día. Esa sensación de sentir que la vida no daba descanso. La peor frase que repetía en esos años era “tengo que quemar las horas”. Terminar con el día, era imaginar que eso tan inmanejable como era el autismo, tenía una resolución en la noche.
Cuando Dante dormía, el autismo dejaba de existir. Pero las horas de silencio era tan pocas y el dolor tan grande, que la tregua no alcanzaba. Fueron años duros de crecimiento mutuo. Dante maduró. Con los años empezó a dormir toda la noche. Dejó de despertarse gritando a las tres de la mañana. Me llevó un tiempo a mi misma, dejar de despertarme a esa hora, porque el miedo había quedado un mi, como el reloj anunciador de una pesadilla. i
Me llevó mucho tiempo y mucho trabajo conmigo misma, acomodarme a la vida de mi hijo. Lo maravilloso es que él también se adaptó a la mía.
Comunmente, se usa la palabra autismo para señalar a la persona que no ve al otro. La palabra autista se usa como un insulto en la vida política. Cuando un presidente o un político es insensible a su pueblo, se lo caracteriza de autista. Es una enorme injusticia y una terrible condena a la soledad.
El autista nos ve y nos sienten. Somos nosotros, “los normales “, los que no vemos en un principio que puede haber más realidades que la propia.
Como padres, nada nos alumbra más que despojarnos de nuestra propias cegueras para recibir plenamente al hijo. Cuando logramos rompernos a nosotros mismos, separarnos de ellos para respetarles su entidad, entonces es cuando más allá de las dificultades y los cansancios personales, podemos acariciarlos y leer los signos escondidos en la noche.
Yo ahora disfruto de mis días con mi hijo. Ahora he aprendido a leer en Braille.