Queridos trabajadores indocumentados: Tu vida es más imprescindible que tu trabajo…

Si vives en Arizona, ya pasaste por esto. Hace 10 años, te enfrentaste a una pandemia diferente, cuando el estado criminalizó tu existencia. ¿Te acuerdas de la SB 1070?

Queridos trabajadores indocumentados,

Quería escribirles esta carta porque aunque sé que son fuertes, esta pandemia nos está poniendo a todos a prueba.

Algunas personas se quejan de que ya no saben a qué jugar con sus hijos en casa – lo que no es fácil, y si lo sabré, tengo un bebé de 5 meses. Otros se están ajustando a la nueva realidad de llegar a trabajar en una video-llamada en una computadora a cinco pies de distancia de su recámara, vestidos con una blusa limpia y los pijamas sucios de los últimos cinco días. Pero tú, no.

Tú sigues yendo a trabajar en persona. Te levantas cuando apenas despunta el sol para preparar el desayuno de tus hijos, antes de salir a cosechar el próximo manojo de vegetales que nosotros, protegidos con guantes de látex, compraremos en una tienda de productos orgánicos.

A lo mejor ahora tienes papeles, y te pones tu bata quirúrgica antes de asistir al siguiente paciente en el hospital que puede o no ser portador de COVID-19, mientras la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos se cierne sobre tu cabeza como una sentencia: ¿Me dejaran quedar, o me tendré que ir?

Sales con un saco extra para abrigarte del aire fresco de la mañana mientras esperas un autobús de camino a cuidar niños. Llegas a tu trabajo a limpiar baños en una mansión con una mascarilla de protección hecha en casa por tu tía, quien le puso un filtro de café adentro con todo su amor, y limpias para gente que “no cree en el COVID-19” pero “por las dudas compró un respirador pulmonar de avanzada».

Te pones en las manos de Dios, un Dios que no pertenece a ninguna religión, un Dios que le prestas a quien lo necesite, y que no deja a nadie afuera, ni siquiera a los que quieren verte sufrir. El Dios de la gente resistente que pone su fe en la familia y sus acciones en amor.

Si vives en Arizona, ya pasaste por esto. Hace 10 años, te enfrentaste a una pandemia diferente, cuando el estado criminalizó tu existencia.

¿Te acuerdas de la SB 1070? Cómo olvidarla. Los periódicos la llamaban,  la ley de “dame tus papeles, por favor”, como si tuviera algo de amabilidad. Pero no lo tenía. Los patrocinadores de la ley no ocultaron su meta. Librar una guerra en tu contra para agotarte. La llamaban “attrition through enforcement”, en inglés. Un término casi militarista para el que no encuentro traducción en español. Su idea era desgastar las condiciones sociales tanto, que Arizona se convirtiese en un sitio inhospitable para ti y que tu vida fuera tan miserable que te auto-deportases. Y algunos lo hicieron. No solo ellos, pero sus familias. Sacaron a sus hijos estadounidenses de las escuelas, dejando salones vacíos. Dejaron las casas que habían podido rescatar de un prestamista predatorio, y se llevaron con ustedes sus esperanzas y sus sueños a estados donde les dieron la bienvenida. Hasta se fueron a Canadá. Ahí también se fue el dinero.

Entonces yo estaba en mis 30, era una reportera para los medios en español con un block de notas en la mano. Recuerdo que Phoenix se quedó muy silencioso cuando se fueron. Recuerdo los supermercados y los pequeños restaurantes vacíos. Los lotes de carros cerca del centro parecían cementerios. Tantos de ustedes se fueron que 100,000 latinos abandonaron Arizona. Se inició un boicot económico en protesta que causó que el estado perdiera $141.4 millones de dólares en ingresos a través de convenciones y eventos que fueron cancelados en el primer año de la SB 1070.

Te necesitábamos, pero solo dijimos algo cuando nos pegó en los bolsillos. Dos años después de que la SB 1070 entró en efecto, los presidentes ejecutivos de 60 compañías importantes – bancos, y aerolíneas – le escribieron a la Legislatura Estatal de Arizona para que dejara de apoyar una ola de leyes, que entre muchas cosas buscaban anular el derecho a la ciudadanía por haber nacido en Estados Unidos.

El estado tuvo que aprender por las malas que marginalizar a un segmento de la población y hacer su vida imposible para los más vulnerables sería un tiro que nos iba a salir por la culata – y como se dice en inglés nos iba a morder en el trasero.

Pese a todo eso la SB 1070 sobrevivió a la Corte Suprema de los Estados Unidos. Y te empujaron mucho más hacia las sombras. Aprendiste a refugiarte en tu hogar.

Te paraste firme sobre la tierra y navegaste la tormenta. Y así como tantos de nosotros estamos firmando directivas en caso de que nos enfermemos con el COVID-19, tu firmaste poderes con abogados sobre todos tus bienes, e incluso para el cuidado de tus hijos. Para que en caso de que algo te pasara, tus hijos fuesen bien cuidados.

Un simple viaje a hacer los mandados era aterrador. Era como jugar una ruleta de no tener papeles. No había manera de saber a quién le iba a tocar el turno de ser deportado después de una parada de tránsito. No había PPE o equipo protector que pudiera ocultar el color de tu piel o el acento que salía de tu boca. Es así que aprendiste a guardar silencio, a hacer valer tu derecho de permanecer callado. Llevaste contigo el número de teléfono de tu abogado de inmigración, si tenías la suerte de tenerlo, y una estampilla del Divino Niño o de la Virgen de Guadalupe para protegerte.

Te convenciste de que si estabas enfermo no era lo suficientemente serio como para poner pie en el hospital, no fuese que allí también quisieran entregarte con migración.

Tus hijos crecieron refugiándose en casa, escondiéndose en las sombras, como me dijo una vez una niña muy inteligente: “Si ellos tienen que esconderse, yo tengo que esconderme”. Trataron de hacerte invisible, y se equivocaron al no reconocer que eras imprescindible. Parece que venimos a darnos cuenta de eso ahora, a un costo fatal. No solo para ti, sino para el resto de nosotros. Si tu te enfermas, tus vecinos se van a enfermar también.

Debe ser desmoralizante el continuar pagando impuestos y trabajar, pero que no te llegue ningún cheque de $1,200 o $1,700 dólares a tu buzón del correo. Y ahora…tampoco a tu esposo o esposa nacidos aquí en Estados Unidos.

Pero ante todo esto yo sé que vas a salir adelante, no porque eres fuerte e invencible. Tampoco eres un mártir.

Vas a salir adelante porque no estas solo, porque aprendiste a adaptarte. La SB 1070 te ayudó a darte cuenta que podías construir una comunidad, una red de apoyo mutuo con la gente a tu alrededor. Y esa comunidad te alertaría en las redes sociales si había una redada en tu barrio, o si un grupo de oficiales de ICE encubiertos en vehículos negros llegaba a un parque de casas móviles. Si se llevaban a alguien, tu cuidabas a sus hijos, los consolabas y les dabas de comer. Llegabas con tamales y menudo. Vendiste tus muebles para pagar la fianza de uno de tus parientes y sacarlo de un centro de detención. Y cuando llegó tu turno de salir en libertad, aún vestido con la camiseta con el logo del lavado de autos del día que te arrestaron en pleno trabajo, regalaste tus tenis para que otra persona detenida y en chanclas tuviera zapatos.

Podemos aprender tanto de ti. No porque eres perfecto. Te sigues equivocando como el resto de nosotros. Han querido clavar sobre tu espalda todos los delitos del mundo, como si hubiese en ti una tendencia a la maldad. Mientras tanto, tú sigues arriesgándote todos los días para ir a trabajar sin siquiera un “gracias”.

Es hora de actuar. El resto de nosotros tenemos que despertarnos y demostrar con nuestras acciones y decisiones que tu vida importa también. Porque tu vida es más indispensable que tu trabajo.

Con admiración y afecto,

Valeria Fernández

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