Cinco antiguos poemas de amor loco y uno de esperanza
Para tu cumpleaños
La sal de la vida te pesa entre ataúdes de piedra
y máscaras demoníacas que una mano torva pegó a tu cara
tu entrecortado sollozo interrumpe la función de la noche
las luces se encienden la gente murmura
quizás le escandalice quizás le intrigue
buscar en las miasmas con linternas de luna al causante de la llaga
Sueñas pero no duermes duende ardillita del deseo
las manos del viento plasman rostros abrazan o te atacan
o su cara malvada de arena que se reconstruye sin esfuerzo
gesto brevísimo de quien no quiere despertar por este pórtico
llora en silencio su conmemoración porque está viva
no quiere dormir porque repercuten reverberan
los malos sueños recurren a trucos de poetas pordioseros
para volver y atizarte sin escudo ni palabra
ni cruz existente que los ahuyente o apacigue
o devuelva al dominio de los sueños
con un suspiro de alivio que arribe con estampido
y caiga entonces sábana gigantesca
desde el techo del cielo y nos salvamos.
Tu lengua pegada al deseo cierras los ojos te tocas
y mi media sonrisa acaricia tu media hilera de dientes
y regalas el cuello y yo el verbo de mi frente.
Último de los potros de la cuadra
avejentado desde el mismo abismo de mi propia miseria
me revuelco en el osario de mi fortuna
me confundo porque la cara en mi espejo se desintegra
acaricio y beso el arroyo de tu vena solitaria que se examina
irriga el bosque quemado florecido de tus brazos
tu imagen oscura que piensa en el carnet de estudiante
y ardemos juntos amor mío vida mía
en la fría y dulce necedad de la penumbra que aún flota.
Desde este lado del espejo
Los hombres que me veo en el espejo
no se hablan ni habitan el espejo
se miran sin mirarse
no prometen ni convergen
en el humo de tus labios.
Los hombres que me miro
en el espejo son inocuos
limpian en silencio la sustancia blanca de la noche
los hilos de su infancia
la escoria de sus susurros
el tierno estertor de sus malos sueños malos
reverberan repercuten
quizás se doblen como tallo podrido
ennegrecido por el peso del recuerdo
o bien caigan uno a uno amontonándose
en el delirio fangoso de la huida
para que solo sobrevivan los que fluyen
los que aman con la boca salada
los que llueven en la acera lacerándose
sin saber por dónde se les ha ido la vida.
Y a su caída quizás se deje ver
el reflejo espejo
el sino vaporoso de tu aliento
tu gemido matutino
la esencia misteriosa y redonda
de tu pelo mojado
el sabor amorfo
y lejano como patria
de una pasta dentífrica.
Y detrás
y de lejos
y allá del agua
y detrás
nuestras caras sepia
juntos aparecemos
juntos.
(Estos hombres del espacio
no se encogen ni se cansan ni se arrastran
de tanto ámbar y razones
que justifiquen su sordera o un castigo.
No rompen el cristal del hechizo
con sus manos de agua
para salir a flote como antes
perfumados, perdidos,
pesados de orgías y destinos
o en perfecto estado
de agonía y sobresalto.
Hoja blanca
Escribo en una hoja blanca que no me pertenece
cuando todo debía haber terminado:
Estás dentro de mí,
constante curvilínea alada consciente
blanca metamorfosis de un ala
paradoja de lo que fuimos
breve concepto de mi palabra.
Estoy dentro de tí ahogado en nuestra savia
como niño olvidado en la estación del tren.
Estás dentro de mí
tu aroma perdura después de abarcarme
con tus rezos interminables de ternura
tus dedos virginales húmedos
que resbalan por mi cráneo,
y me ahogan en la historia.
Estoy dentro de tí
reciente, pleno, jadeando en la semipenumbra
los miembros extendidos en cruz.
Giramos alrededor de mi cabeza
de mi religión anémica
o de nuestras muertes consabidas.
Firmo la hoja blanca.
Nadie canta.
Nadie besa.
Y con tu esqueleto de pájaro mojado pegado a mi ventana
dentro de esa misma osamenta de ave líquida
adhieres tus mínimos labios mínimos
a la causa de la partida.
Con mi letra de loco mi dedo dibuja la señal de despedida
y una estrella de juguete
y un batallón de hombres tristes
nos escoltan en nuestra caída.
El hijo de tu palabra
Hay un tren que parte hacia el norte
esta mañana
allí donde abundan los puentes,
la vida lenta de chocolate.
Me espera.
Ahora que preparamos nuestra definitiva/ final/ última
ahogada y resistida puesta en escena
como cierras los ojos para no ver a los fantasmas los beso
Estamos todos aquí los que te creímos
desde la mujer de labios renegridos o apretados
o pelo reunido más atrás de la nuca
cadenciosa, mano de sombra, cariño derretido.
Están los hombres que has amado o que amas
o que no amas y que
te rodean con frente clara y mirada ardiente
los que abusaron de tu ropa negra
de tu cara inundada por el llanto convulso
y los terribles secretos que ellos esparcen.
Y está el hombre hecho de éter que te circunda como fiel argamasa
que ha hecho de tu Kristallnacht un reflejo de espejos
que se esmera y se acaba antes de llegar a tu lecho.
A aquel hombre de huesos livianos y mano blanda
yo saludo con mi pedido judío de paz
dedicado a la gente que aún aprecio.
Y yo,
el último de los hijos de tus palabras
sostengo con una mano la punta de tu cobija
como si fuese un taled caído del espacio
y con la otra escribo tu nombre
en el agua del Pacífico
siembro tu llamado sonoro y abierto
entre los maderos de la resaca
donde rocé la alegría de tu falda.
Y hacemos la ronda tiernos
fieles eunuquillos a tu servicio
unidos en el prendedor que te atraviesa.
Quedé ajado como esas antiguas bolitas de porcelana
casi mártir de mi propio invento casi sueño
evaporado de espuma de caricias que recorren la sombra
de mi cuero cabelludo o de tu vientre terso.
Después de estas noches no llega el día.
La curva de mi sonrisa
Si volvieras a encontrarme
nuevo como el vidrio, ya no yo
ya no cubierto de hojarasca
o de pavorosas escamas
tras quince años de tropeles y de ausencias,
¿cómo sería entonces?
¿Qué canciones nuevas aprendería para ti,
qué tamaño tendría la curva de mi sonrisa?
Y es que nunca hubo despedida entre nosotros
ni un acto de carnes
que justificara la fatalidad o el regocijo
de soñar con volver a verte.
Sugiero entonces un cambio de prioridades
donde yo sea uno de los hombres que amas
y considérese que hablo
desde el filo mismo de nuestra muerte conjunta,
y que sigo tu rastro
en el momento de tu susurro o al captar
el menor punto luminoso y diminuto
de tus ojos achinados.
Epígrafe:
aunque a veces se escape de mis labios el dolor
cuantioso y rojo y largo
yo no tengo más alternativa que estar vivo.
Noviembre
Considerando que ya terminó octubre
que los musgos se asientan en las rocas de Santa Mónica
que mis pies empapan la materia gélida de los pisos
que el ‘signifique lo que signifique’ no ha vencido todavía
ni la maldición ni los malos augurios y que estamos juntos
juntos a principios de noviembre
te digo que aún no bebimos las copas del reposo
que los arcabuces del cansancio están cargados
de muy malas noches
que es probado nuestro refinado gusto por gatillos
y que un solo sol negro puede acabar en cualquier instante
la clepsidra que nos vela y nos protege.
Es noviembre; se necesita mucho deseo
risa que disipe los vapores que emanan del pantano
caricias para disfrutar mientras se pueda.
Pero la pena del otoño se establece
y puede que no vuelvan el calor impredecible de tus piernas
ni una mano que cobija y que retorna
ni un silencio que auspicie la alegría.