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Crónicas desde el Hipódromo | Los Ecos del Metro

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Desde un punto
del Valle de Anáhuac

La monotonía de la vida laboral es curiosa. Llega un momento en el cual actuamos en automático desde que nos despertamos hasta que llegamos al lugar donde trabajamos.

Ese día me levanté e hice todas las actividades que acostumbro antes de salir a las 8 de la mañana.

Hice buen tiempo hasta la estación Chilpancingo, donde no se me dificultó abordar el primer tren que pasó en dirección a Tacubaya.

Al llegar a mi primer destino, caminé rápidamente con todo el tumulto de personas que se mueven hacia las correspondencias de las líneas 1 y 7. Bajé hasta las profundidades de la Línea Naranja esperando que el transbordo se diera sin contratiempos.

Al llegar al andén me percaté de que había unas tres filas de personas a partir de la línea de seguridad, así que me coloqué en una cuarta fila que poco a poco se fue formando.

Me dejé llevar por la música ambiental de la estación, que rayaba en lo que podría catalogar de “adulto contemporánea” por no decir “ochentera”.

No sé en que momento perdí la noción del tiempo mientras observaba a la gente que se iba congregando frente a mi en el andén contrario, pero al voltear hacia atrás me sorprendió la cantidad de personas que ya habían llenado por completo todo el ancho del espacio.

Saqué mi celular. Habían transcurrido un poco más de treinta minutos y no pasaba tren alguno.

El sistema de sonido de la estación emitía una señal de aviso y una voz poco entendible rompía el silencio.

Usuarios de la estación, les informamos que por una falla en el sistema de suministro de energía eléctrica, el servicio se interrumpió por unos minutos. A la brevedad será restablecido. Gracias.

Pequeños rumores inundaron el ambiente mientras la temperatura iba en aumento.

Ociosamente observaba como la gente que estaba en la primera fila ya había rebasado la línea de seguridad.

Otros comenzaban a llamar o a enviar mensajes a través de sus celulares y unos cuantos movían la cabeza al ritmo que les dictaba su dispositivo portátil de música. Creo que en el fondo todos queríamos ignorar lo que estaba pasando, pero era tal la cantidad de gente que resultaba hasta imposible cerrar los ojos y ponerse por lo menos a meditar.

El tren en contraflujo hizo acto de aparición, enviando una señal de que el nuestro no tardaría en aparecer. Al momento de frenar despidió una cantidad enorme de vapor y pensaba que era provocada por todo el dióxido de carbono que estábamos emitiendo y la falta de oxígeno. Tal vez era una alucinación, pero sin duda el ambiente de enrarecía más.

Por fin nuestro tren se asomaba a lo lejos y la impaciencia nos invadía a todos al mismo tiempo que las filas posteriores comenzaban a ejercer presión sobre las que se encontraban adelante. Los vagones pasaban frente a nosotros mientras desaceleraban y las filas se compactaban aún más.

En ese momento pensé que lo mejor sería esperar a otro tren, pero me encontraba atrapado en medio del tumulto que se comenzaba a formar. El tren se detuvo, una puerta del extremo del vagón quedó justo frente a mí. Se abrió y las filas de atrás se encargaron de empujarnos a todos.

Nadie salió del interior. El grupo de personas que estaban adelante de mi se introdujeron junto conmigo, presionados por una fuerza desesperada por entrar a toda costa, hasta que ya no cupo una alma más en el vagón.

Una chava que quería salir fue arrastrada por mi cuerpo de nuevo hacia el interior. Intenté esquivarla pero fue imposible.

– Necesito bajar aquí por favor. – Comenzaba a decirnos en voz baja a todos los que la rodeábamos.

– Ni yo me puedo mover. – Le dije mientras le esbozaba una sonrisa entre disculpa y vergüenza.

Nadie más le dijo algo. Me hice a un lado para que se abriera camino entre la gente que nos apretaba como sin nos fueran a enlatar dentro del vagón. De nada sirvió. Sólo para no estar mirando su cara desesperada de frente.

La señal de cierre de puertas se escuchaba y éstas no podían cerrar por completo. Varios intentos y por fin cerraron, pero la presión en el interior fue mayor.

– Me ahogo, no me aprieten. – Una voz femenina se escuchaba en la parte media de mi vagón.

– Está en el metro señora. – Le contestaba una voz masculina.

– Quita tu brazo por lo menos. Sé educado. – Le respondía la misma mujer.

– No sea exagerada, mejor hubiera tomado un tren, – replicó el mismo hombre.

– Más respeto por favor, – termino diciendo la señora.

De repente pareció que el tiempo se detuvo. El tren no avanzaba.

La voz del chofer a través del sistema de sonido del tren dijo:

Señores pasajeros: activaron una palanca de emergencia y no podemos avanzar. Les pedimos por favor que la jalen de nueva cuenta para poderla desactivar y avanzar.

Nadie se movió y las puertas seguían cerradas. Todos nos volteamos a ver mientras el ambiente interior se volvía más insoportable.

Yo sólo quería dejar de pensar en la posibilidad de que se me bajara la presión, ya que se dificultaba respirar y era demasiado el empuje de los cuerpos que me rodeaban.

De repente apareció un policía que se iba asomando en cada ventanilla para revisar las palancas de emergencia. Hasta que llegó a la parte media de mi vagón, introdujo su mano y dijo frunciendo el ceño, que allí se encontraba y estaba desactivada.

Las puertas se abrieron y cerraron. Por fin se activó la ventilación y avanzó el tren.

Llegamos a la estación Patriotismo, donde la chava y otras cinco personas por fin pudieron bajar del tren, entre el enojo y el alivio.

Me bajé en la estación Auditorio con una impresionante cantidad de personas que curiosamente, más que acelerar el paso para salir, parecían ir lentamente recuperando la razón.

Hasta que salí de la estación no me sentí aliviado. Me dirigí a un puesto de jugos cercanos y me compré uno de naranja. Vi el reloj de mi celular y ya eran las 9:48 de la mañana. El tiempo pareció haberse detenido.

Autor

  • Ricardo Trapero

    Arquitecto por vocación y destino, escritor por convicción. Desde muy joven emprendí el viaje por la libertad. En mi camino he visto, percibido y palpado tanto, que un día decidí plasmarlo de la mejor forma que entendía. Las letras que han sido mis entrañables compañeras, cada día me acercan un poco más a la libertad, la cual aún no he encontrado pero que ya siento cerca. Creatura hombre, mexicano y sibarita en entrenamiento.

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