Crónicas desde el Hipódromo | Educación deducible
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Desde un punto del Valle de Anáhuac.
Por azares de la vida siempre estuve en escuela pública de México. Eran tiempos en los que estudiar en un plantel del Estado costaba trabajo por la gran demanda que había. Primero mi madre peleó por un lugar en la primaria y la secundaria. A mí me tocaría el turno en el bachillerato y la facultad.
Me siento afortunado de la educación que recibí, a pesar de que inicié escuchando alabanzas a la madre patria, para pasar por narraciones de la Unión Soviética, continuar con suspiros al capitalismo y rematar con sueños sobre el futuro que nos deparaba una vez firmado el NAFTA.
Al final mi educación le costó al Estado, es decir, a cada uno de los ciudadanos que contribuyen con sus impuestos a mantener la estructura educativa pública.
El compromiso con la sociedad se ve desde otra perspectiva sin lugar a dudas.
Esta semana el presidente Felipe Calderón anunció que las colegiaturas que se pagan desde preescolar hasta bachillerato serán deducibles de impuestos, en ciertos rangos de costo, sobre todo a los que menos pagan por la educación privada de sus hijos, beneficiando a cerca de tres millones y medio de niños.
Por más que le doy vuelta al asunto no termino por entender la razón de la medida, cuando la mayoría de la educación en este país es pública y hay muchos pendientes por atender.
Desde mi perspectiva este tipo de medidas se deben toman cuando tienes una estructura educativa sólida, sin contrastes y carencias como la nuestra.
Me genera muchas dudas el dato de cuantos niños se van a beneficiar con la medida, o mejor dicho sus padres, que son lo que a final de cuentas pagan la colegiatura,
Pero la mayor interrogante es saber cuántos de estos padres pagan impuestos y presentan su declaración anual como personas físicas. Porque lidiar con el sistema tributario de este país es un vía crucis burocrático, donde necesitas de un contador que te interprete lo que comunica Hacienda y te diga porque, como y cuanto hay que pagar de impuestos.
Para todo el dinero que gastamos en el aparato burocrático y sindical de nuestro sistema educativo, la mejor opción sería que el Estado pagará la educación de todos los mexicanos en base a una serie de exámenes que nos vaya ubicando en el mejor lugar para desarrollarnos, sea público o privado, en nuestra ciudad de origen o en otro lugar en donde podamos explotar nuestras aptitudes y talentos.
La educación merece una planeación y seguimiento a largo plazo como base fundamental de nuestro desarrollo como país, pero sigue siendo un botín y el pretexto perfecto para hacer campañas mediáticas.
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