Cruzando líneas: Gracias por la pandemia

ARIZONA – Hay días que no me la creo. Escucho a mis hijos carcajearse desde el estómago hasta los ojos y sonrío. Han pasado casi todo el año en una casa que se ha convertido en oficina y escuela… para ellos es un castillo, una nave espacial o un barco. Su imaginación los salva de la rutina. Los he visto y sentido crecer; apenas me caben en los brazos. ¡Ya no los puedo! Me siento con mucha suerte, incluso en medio de una pandemia que no se acaba.

Los días se nos van entre clases virtuales y juntas en Zoom; almuerzo, ejercicio, limpiar y, aunque me cueste admitirlo, rezongar. Pero tenemos momentos en los que nos sentamos a juntar y nos carcajeamos juntos; yo me convierto en lo que ellos quieren, me persiguen, nos escondemos, bailamos, libramos batallas contra monstruos feroces y nos tiramos de la risa. A veces vemos una película abrazados, debajo de una cobija, hechos bola en el sillón, comiendo palomitas y acariciando a Rocco. Esto es plenitud.

Las noches son un remanso. Nos acurrucamos en una de sus camitas y leemos, escuchamos villancicos, rezamos y pedimos deseos a las estrellas. A veces los apresuro a dormir, porque me persiguen los pendientes de la vida y el trabajo que se me juntan y me desvelan hasta el amanecer; hay otros días en el que caigo rendida con ellos y nos morimos un poco abrazados, con besos y te amo melosos. Y eso me hace feliz. Muy feliz.

Hoy en el Día de Acción de Gracias celebro eso: las cajas de juguetes desordenadas y los adornos navideños convertidos en personajes de historietas imaginarias en nuestro castillo fantástico. Hoy agradezco por esas manitas que toman las mías con fuerza cuando tienen miedo, por las caricias bruscas, por los besos embarrados de dulce, por las ocurrencias y la simplicidad, por el calvario de despertar en los días de escuela, por los cantos desentonados y las caderas dislocadas, por la lucha constante para que se laven los dientes y tiendan sus camas, por la gran fortuna de poder soñar con ellos y por esa mirada de asombro y admiración que a veces me regalan. Con ellos lo tengo todo.

Doy gracias por lo que la pandemia nos ha regalado. Si no fuera por este aislamiento forzado no los hubiera visto madurar así. Dejamos atrás a la Patrulla Canina y ahora sabemos todo sobre Pokémon; en menos de un año en casa, ellos son los que me leen a mí sobre Picasso, el cuerpo humano y Pete the Cat y yo escucho con atención cómo deletrean las palabras en inglés y español. Hacemos yoga de Frozen juntos y luego nos pasamos a la de Minecraft y nos reencontramos en savasana.

Hablamos de política, de historia y de elecciones. Ya no sueñan con ser superhéroes o princesas, ahora quieren ser astronautas, ingenieros, pintores, presidentes y activistas. Y yo los dejo. Que sean lo que sean, pero que sean ellos, así felices y desgreñados, a veces berrinchudos o amorosos.

Ellos me han salvado de la crisis… me han salvado de mis demonios y de mí misma. Su inocencia me rescata. Por eso, doy gracias. ¿Y tú?

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