Fidel Castro, un caudillo para la discordia
Reconozcamos la imagen: el pecho erguido, la cabeza levantada, preferiblemente barbado, la respiración en vilo y la mirada fija ante el espejo. Encerrado en el cuarto, frente al azogue, el individuo resalta y acicala su figura no solo de Narciso, sino además, y peor aun, la de Saturno, disfrazado de Comandante en Jefe, o de general o la del jefe guerrillero, la del césar o la del emperador, rey, capitán pirata o héroe mítico. El espejo, así, es la puerta hacia esa dimensión espeluznante de una alteración psicosomática, que es la del tipo poseído de una ideología inventada ante ese mismo espejo, pensando en la manera de imponerla a los demás.
En ese mundo de ilusión distorsionada, el hombre anda por caminos de autocomplacencia, de ojos “dilatados” con los que se contempla a sí mismo grande, enorme, como un gigante en proyección de ser y hacer. Y nada más tiene sentido para recrearse en gestos y muecas, su espejismo ante el espejo, y preparar la actuación de un poder que va a conculcar los principios y derechos del país.
Este sempiterno Saturno se proyecta ahora hacia los demás. Y hay algo misterioso que va envolviendo sus actos en relación con el prójimo. Y por un decreto que le sale de una oculta y remota neurona de no se sabe qué ascendiente, le viene el fogonazo de la creencia en sí mismo: el Salvador, el Redentor, el Mesías, el Gran Hermano, el Caudillo… esta última es una entidad que viene de los tiempos más his-pánicos de la conquista (29).
El caudillo español en Cuba creó, de alguna forma genética, a los caudillitos. Cada cubano tiene un caudillito adentro, una verdad, una razón, una división. Es un asunto psíquico aparentemente hereditario. Aunque el individualismo del líder y el divisionismo como tal son temas universales, que andan de la mano, como vemos de España le viene a América Latina y en específico, y en mucho, en nosotros los cubanos se extralimita para pasar de la divergencia a la disidencia y ya, de una manera muy negativa, a la discordia.
Nos damos a opinar como en un arrebato irrefrenable, en todos los temas posibles, con todos los argumentos que puedan pensarse. Sí, es como que en nosotros prima el sentido de la diversidad… todos opinamos (yo, tú, él/ella, nosotros, vosotros, ellos/ellas opinamos), con frecuencia, sin control. No se puede negar que el cubano discute afiebradamente y escandaliza, y la voz se va a las alturas, una voz por encima de la otra, a ver quién escandaliza más fuerte, y se disgrega en las conversaciones, cambia de tema con una rapidez inusitada, y esto lo hace de una manera natural… Otras con el sentido también natural de hacer valer una opinión noble y válida, de contradicción armónica. En este tipo de sustentación con criterio agudo, veraz, de argumentación polarizada pero bien encauzada, la característica del caudillito, ese diablito buena-gente que se sale del inconsciente, ¿o del consciente?, y se posa sobre el hombro para decirte cómo van las cosas o por dónde hay que tomar; ese diablito hace que el hecho hereditario se torne brillante, se conforma en cualidad discrepante que da paso a resultantes de pensamiento múltiple. De aquí entonces, que con la divergencia y la disidencia el cubano tenga una potencialidad democrática en su propia naturaleza. Pero cuando ello se distorsiona, cuando el genio del ego sale, entonces asoma ese caudillo hispano de Velázquez, de Cortés o de Alvarado, y el sentido discrepante se convierte en empresa loca, en misión endiablada como la de Lope de Aguirre en busca de El Dorado, en aventura implacable, en sino despiadado y destino adverso, trasmutado por no se sabe qué genética neuronal a Fidel Castro. El carisma del engendro encuentra así en lo militar y lo político una vía y voluntad de ser.
Lo que sucede es que, en el ámbito de lo político, el cubano hace cincuenta años y más perdió la capacidad de discernir, y quedó bloqueado por ese último caudillo galiciano (de Galicia, pero también llamado “gaito” por nosotros, los isleños), narcisista y saturnal que tanto conocemos, el Distorsionador y Sempiterno, el Gran Bablador… y cuantos infinitos nombres vendrán en su inacabable historia. Los otros líderes fueron opacados por él; o peor, eliminados por él.
El cubano de a pie, con su caudillito, fue aplastado y reducido a lo ínfimo de lo doméstico. El diablito-caudillo se hizo más pequeño aun, se redujo in extremis y se ha limitado así al deporte, en general, y al béisbol en particular, también a los temas locales… o a la discrepancia sin liderazgo en los temas sociales y siempre desde una “perspectiva revolucionaria”, en la que puedes criticar y señalar, pero sin que se te ocurra tocar la superestructura y, mucho menos, al Gran Líder y a su “prole histórica” ni cuestionar el sistema que ÉL escogió.
El asunto fue que en otros tiempos, antes de 1959, en muchos momentos de la historia cubana esta característica del líder se desenfrenaba y, de hecho, descomponía las posibilidades de una unidad. Bien sabido es que en las mismas dos guerras de independencia el caudillismo y el divisionismo frustraron muchas posibilidades de llegar al triunfo final. En la vida republicana asimismo las revoluciones, las dictaduras, las arbitrariedades políticas, el surgimiento de más y más partidos frustraban las mejores intenciones para consolidar la nación.
Qué imagen hubo siempre que no fuera la del Hombre Fuerte. Supuestamente, el país necesitaba contar con un Hombre Fuerte en cada etapa de su historia. Imagínenlo: el Hombre mirando hacia la distancia, por ejemplo: Fulgencio Batista, con la cabeza alzada, levantando uno de los brazos, de cuello y corbata o de uniforme militar. Pero entonces, de uniforme militar y verde olivo apareció Fidel Castro, acompañado por algún lema que definía su línea de mando, reproducido en las vallas y carteles de todo el país. Y ya en esta etapa “revolucionaria”, fueron las enormes pancartas de Marx, Lenin, del obrero socialista de la dictadura del proletariado, de Castro una y otra vez, del Che Guevara, y los rostros firmes y el cuerpo musculoso (el del Obrero, claro).Y por supuesto, la proyección de la imagen se traducía en el Poder; mirando a la distancia, una mirada profunda de visionario. La imagen del Poder entonces para los cubanos era la del Jefe, el “Hombre”, el “Caballo”, el Fifo. Y la base sobre la que se ha asentado su caudillismo ha sido el divisionismo desenfrenado, la variedad de protagonismos sin cordura ni control. (En contraste con esto, hace ya bastante tiempo que se viene desarrollando un espíritu democrático en los diferentes partidos y concepciones de la disidencia interna en la Isla. Gracias también a esta armónica autosuficiencia originaria en el cubano. Hay, en el mejor sentido, una visión pluripartidista que en un futuro —aunque estaría por verse un cambio y transición verdaderos— si se sabe unir y consolidar sabiamente ese cambio, como postura de una oposición permanente a cualquier nuevo tipo de gobierno elegido por voluntad popular, el sentido y movimiento democrático podría ganar un saludable espacio político para la mejor convivencia de los cubanos).
En la política, el divisionismo debilita a la oposición, pero también al Gobierno. Todo caudillo, todo Hombre Fuerte intenta dividir a la población, y mucho más a la disidencia, cuando ésta trata de organizarse para sacarlo del Gobierno. Por eso en la historia mundial, el divisionismo (que es ese afán desmedido de imponer cada quien su verdad o su interés, sin ceder y sin mirar las consecuencias), aplicado a una oposición, ha estado siempre sustentado por un dictador, o por una junta de dictadores, verdad de Perogrullo.
El divisionismo es un arma del poderoso, como lo puede ser también de aquel que lo sepa usar mediante la intriga. Es la manera de presentar a los demás un espejismo por contagio o por imposición de sus ideas. La gente sigue al carismático líder, a su “verbo encendido” y se escinde, sin importarle la unidad social ni la familiar, unidades que deja resquebrajadas; a veces, dramáticamente fragmentadas.
En el caso de Cuba, en su historia, los caudillos fueron muchos, y la división misma de los seguidores no dejaba cuajar la tarea de terminar la independencia o las revoluciones de las primeras guerras. Solo José Martí tuvo el mérito de unirlos a todos en un único partido, y se sabe que fue a regañadientes de muchos jefes insurrectos. Después de la muerte del Apóstol, volvió a imperar el desmembramiento…
Durante la República, no creo que la diferencia de los partidos, incluso las divisiones internas, hayan sido muy democráticas en algunos (cuando digo democráticas me refiero al sentido armónico de una lucha política), sino que fueron luchas extremas que resultaron en batallas agresivas, y en varios casos sanguinarias, destructivas, llenas de asesinatos, corrupciones y ambiciones.
Hay que reconocer que cuando llegó el triunfo de la Revolución, Fidel Castro logró con genialidad fundir las distintas tendencias políticas en Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), “la ORI es la candela”, decían; más tarde en el Partido Unido de la Revolución socialista de Cuba (PURSC) y por último en el Partido Comunista de Cuba (PCC), para evitar así la fragmentación de movimientos políticos que hubo en un principio. En verdad procreó una unión que cada vez se fue haciendo más negativa, más impositiva para la circunstancia concreta del pueblo, y más favorable para él.
Desde los primeros años de la década del 60, este “líder” trabajó muy duro para hacer del Gobierno un sistema totalitario, y pudo controlar a la oposición viva para dar al traste con la diversidad democrática de las ideas —lo que para él significaba divisionismo— que podía debilitar su fortaleza absolutista. De esta manera, ha podido perdurar indefinidamente, como hasta ahora. Este ha sido uno de los méritos oscuros en su “calidad” de dictador, hasta hoy el de mayor duración en el mundo, con el que dio una indiscutible muestra de saber distorsionar la imaginación política.
NOTA:
1.- Veamos lo que dice al respecto el escritor Luis Aguilar León, quien fue profesor de historia en las universidades de Georgetown y Cornell, y director de Estudios Cubanos en la Universidad de Miami:
La raza hispana fundó y alentó la vida en nuestro continente. Sus virtudes son las nuestras, nuestros son sus defectos. Pues bien, el rasgo característico que define al pueblo español, su perfil más acusado a través del tiempo, es el individualismo. El español es un pueblo regional, particularista, invertebrado donde la máxima aspiración de todos sus componentes es ser su propio jefe y no aceptar órdenes de nadie. El hispano jamás se resigna a ser un subordinado y acepta a duras penas su inserción en la colectividad. Ese individualismo radical, templado en España por el peso de instituciones seculares inconmovibles, la Iglesia y la Monarquía, encontró su más vasto campo de operaciones en el Nuevo Continente.
Si es cierta la tesis hegeliana de que la historia es el desarrollo de la idea de Dios, es indudable que Dios supo escoger el mejor pueblo para conquistar América. (…). Tomemos, por ejemplo, a ese lugarteniente de Ovando, don Diego Velázquez, que ya es rico y conocido en la Española, pero que quiere tener mando sobre alguna tierra y arriesgándolo todo se viene a conquistar a Cuba. Uno de sus lugartenientes, Hernando Cortés, alcalde de Santiago de Cuba, no se conforma con la posición lograda, se insubordina y se lanza sobre México (…). En México don Pedro de Alvarado, segundo de Cortés, se hace célebre, noble y poderoso, pero sigue estando a las órdenes de Hernando, y don Pedro todo lo abandona y avanza sobre nuevas tierras donde imponer sus decisiones o encontrar la muerte. Tal es la historia interminable. Cada capitán engendraba nuevos capitanes, cada soldado soñaba con dar sus propias órdenes. Tal es la Historia en Cuba, en México, en Perú y en la Tierra del Fuego. [“La realidad de Hispanoamérica”, en Revista Cubana de Filosofía, La Habana, enero-junio de 1952; V. II, No. 10, pp. 43-47
Excelente ensayo » Fidel Castro, un caudillo para la discordia». Manuel Gayol es un escritor medular que va al centro de la verdad en su busqueda del equilibrio moral imprescindible para la salvacion de los pueblos en America Latina. Duele, pero es cierto.Todos queremos ser jefes. Esa es la triste historia de la nueva Cuba: un pais desgarrado por la ambicion y la pirateria del caudillo mayor y su hermano. Detras viene la plaga que han creado. Hay que senalar la verdad. Tal vez prenda en algunas mentes que reconozcan el bochorno de loque hemos hecho y se decidan a limpiar la mancha. Adelante, Manuel Gayol. Necesitamos una educacion para la nueva historia. Quizas esta en tus manos y en tu claro pensamiento llevarnos adelante. Gracias! Carmen Alea Paz
Gracias a ti, Fabiana. Es una satisfaccion lograr que lectores como tu, de gran sensibilidad, se acerquen -mediante lo que uno escribe- a nuestra realidad cubana. Un abrazo.
Estimado Manuel. Es un verdadero placer leer tus ensayos. La profundidad del análisis lleva a la lógica de la verdad. Es muy importante insistir en la búsqueda de las raíces, del origen creíble de las cosas sin necesidad de apasionamiento. A estas alturas hay quien todavía tiene al señor descrito en tu artículo como una especie de santón guerrillero, de sabio con la verdad, al constructor de un paraíso que es falso y que en realidad se ha convertido en calvario de los cubanos de adentro y nosotros los de afuera. Hay que seguir machacando. No es propaganda burda ni negación ideológica, es análisis de una realidad que sirve para desmixtificar al gran destructor de mi patria. Gracias, ayudas a que la verdad se abra paso, que deje de ser una leyenda glamorosa paa entregar a los otros, no a nosotros los cubanos, la verdadera cara de los cincuenta años de dictadura. Julio Benítez
Tan completo, tan capaz de informarnos a los que no conocemos los pormenores de la situación cubana. Para mí es material de estudio. Gracias.