Grabiel, mi ángel de la guarda
El ángel de la guarda que me asignaron, el que se ha definido como mío, como quien tiene la obligación ineludible de darme compañía, sentir apego y un ansia de permanencia continua a mi lado; aquel de quien se espera que, imbuido en un halo de presunta santidad y blando aleteo de sus extensiones blancas, guíe activamente mi camino por la vida, mi angel de la guarda se llama Gabriel
El ángel de la guarda que me asignaron, el que se ha definido como mío, como quien tiene la obligación ineludible de darme compañía, sentir apego y un ansia de permanencia continua a mi lado; aquel de quien se espera que, imbuido en un halo de presunta santidad y blando aleteo de sus extensiones blancas, guíe activamente mi camino por la vida, mi angel de la guarda se llama Gabriel.
¡Como yo!, aunque él lo pronuncie de esa manera deliciosa, como si fuera mexicano y le costara verdaderamente arrastrar cúmulos de letras ajenas y dice Grabiel, Grabiel. Hasta cuando se denomina a sí mismo, se cita, cuando se señala con el dedo.
Gabriel es especialmente torpe. Choca con objetos sólidos, como postes, automóviles, personas. Se sonroja si una mujer le mira. Se golpea la cabeza, el torso, se le tuercen las manos cuando carga bolsas de comida. Se le caen.
Y yo tengo que cuidar que Gabriel, mi ángel de la guarda, no se vaya a lastimar por una distracción ni por un pleito indecoroso, por nada del mundo. Es mi ángel de la guarda.
A veces me enojo, porque se supone que el ángel lo tiene que cuidar a uno y no viceversa. Pero él, ni me cuida ni me cocina ni trabaja ni me anima. Lo único que hace es hablarme, regañarme, mofarse cuando puede, portarse como un niño indefenso y otras veces ponerse triste y yo lo quiero y amo y adoro porque es mi ángel de la guarda.
Entonces, para hacerle sentir el calor de mi cuerpo lo doblo cuidadosamente dentro de una hoja de papel y lo guardo en el bolsillo superior de mi camisa. O jugando lo coloco en la punta de mi lapicera para que me sienta escribiendo y entonces se ríe a carcajadas por las cosquillas.
Con los años me he sentido más y más apegado a él, me esmero para que sea feliz y eso me causa la satisfacción más hermosa que se pueda imaginar. En realidad, me da sentido a la vida. Me nutre, me ilumina.
A veces ni siquiera creo que se llame como yo y otras que es ficticio, un personaje de cuento, y otras que él es Gabriel Lerner, y yo simplemente Grabiel, su ángel de la guarda.
Publicado originalmente el 24 de marzo de 2010.
Que hermoso su comentario, señora Yolanda. Divino. Como es natural, cuando conozco a otro Gabriel, se genera una especie de alianza. A veces, de competencia. Parece que corremos a atraer atención, o «algo» queremos hacer. Imagínese haber conocido en la vida a otros dos Gabriel Lerner. Uno, con quien jugué damas en un campeonato de la Sociedad Hebraica Argentina, alli por… 1962… y creo que hoy es un reconocido abogado de derechos humanos. Y otro, a quien asesinaron en una isla hace un par de años, un estadounidense. Aterrador.
Tengo dos hijos, una niña llamada Águeda y un niño llamado Gabriel. El destino trajo ese nombre a mi vida y con él un niño inteligente, impaciente, bondadoso, especial y sobre todo un explorador de lo imposible. Tengo la sensación de que por haber elegido ese nombre en mi casa de vez en cuando se asoma un arcángel llamado Gabriel que juega con mis tirabuzones y corretea con mis hijos por el pasillo.
Divino nombre, dulce nombre, cálido nombre. Suerte haberlo elegido y pronunciarlo todos los días como regalo a mi oídos y alma.
Gracias, María, gracias.
Un texto precioso, único, entrañable