La semilla del odio vuelve a germinar entre los antiinmigrantes
La masacre de El Paso es un recordatorio del efecto que la retórica de odio puede tener en mentes enfermas
Al cumplirse el segundo aniversario de la matanza en El Paso, Texas, un crimen de odio considerado el peor ataque contra la comunidad latina en la historia moderna, la retórica antiinmigrante de parte de figuras del Partido Republicano no da tregua.
El ejemplo más reciente es el ataque perpetrado por el gobernador de Texas, Greg Abbott, al girar una orden ejecutiva la semana pasada que limita el transporte de inmigrantes, al dar autoridad a agentes del Departamento de Seguridad Pública del estado para detener vehículos de los cuales se sospeche que llevan personas que han cruzado la frontera sin documentos.
¿Cuál es el criterio, sin embargo, en esta orden que a todas luces se enfoca en un perfil específico de migrantes? Básicamente el color y el origen. En otras palabras, racismo puro y duro.
No contento con ello, Abbott culpa sin sutilezas a los inmigrantes de “aumentar” la propagación de los casos de COVID-19, a sabiendas de que muchos de ellos ya vienen vacunados y de que es precisamente Estados Unidos el país que ha roto todos los récords de contagios y de muertes en el mundo debido a la pandemia. Esa hipocresía es todavía más evidente cuando es Texas uno de los estados más reacios a seguir los protocolos médicos para quedar protegidos de eventuales contagios, empezando por el uso de mascarillas.
A ese tipo de ejemplos de retórica incendiaria se suman las iniciativas de política pública con las que el Partido Republicano busca, entre otras cosas, suprimir el voto de las minorías.
Una de las principales razones es que la semilla del odio, el prejuicio y la discriminación sembrada por el expresidente Donald Trump germinó y sigue dando nefastos frutos. Se equivocan quienes piensan que haber perdido la presidencia ante el demócrata Joe Biden supondría el fin del expresidente más antiinmigrante y xenófobo de la historia reciente de Estados Unidos.
Porque la forma como Trump se ha ido reorganizando, cada vez más escandalosamente, hace suponer que su ego herido seguirá produciendo veneno retórico entre los republicanos que todavía ven en él una posibilidad de seguir respirando políticamente, incluso si tienen que mostrar su lado más racista e hipócrita.
En efecto, este fin de semana se reportó que en los primeros seis meses de este año los comités políticos asociados a Trump recaudaron 82 millones de dólares y que el expresidente tiene disponibles unos 100 millones de dólares en sus arcas, fondos recaudados promoviendo la mentira de que le “robaron” las elecciones generales en 2020.
A lo anterior se suma que el Partido Republicano ha decidido fomentar la farsa del “fraude electoral” para granjearse el apoyo de la base de Trump y los favores del exmandatario. El apoyo de Trump es buscado por estas figuras republicanas que incluso pretenden reescribir la historia de la que todos fuimos testigos el pasado 6 de enero en el Capitolio federal, cuando una enardecida turba pro Trump irrumpió violentamente en el recinto para tratar de evitar que se certificara el triunfo de Biden.
Eso que todo el mundo vio y que ha sido considerado un evidente intento de golpe de estado fue la primera muestra del manejo que Trump aún tiene de ese recalcitrante segmento social que se traiciona a sí mismo al rechazar la realidad demográfica y cultural de una nación de inmigrantes que se transforma todo el tiempo por su propia sobrevivencia..
Así, pese a los muertos y a los heridos, el liderazgo republicano se ha negado a investigar los hechos y a aceptar que fue el propio Trump quien agitó a sus seguidores, que incluso querían literalmente “colgar” al exvicepresidente Mike Pence.
Es decir, el prejuicio, el racismo y la división que definieron la presidencia de Trump solamente se han intensificado en el bando republicano, no solo a nivel federal en el Congreso, sino a través del país con gobernadores y Legislaturas estatales republicanas, que allanan el terreno para suprimir el voto e incluso alterar los resultados electorales si son en su contra.
El año entrante, 2022, es la primera prueba de fuego para ver hasta dónde se extienden los tentáculos de Trump cuando las elecciones intermedias determinarán si los demócratas mantienen o pierden la estrecha mayoría en el Congreso. Y en 2024 no se descarta que Trump vuelva a la carga y busque la nominación presidencial. Después de todo, tiene los fondos y el apoyo de su base y de un liderazgo republicano sin compás moral.
Y para atizar a esa base, los inmigrantes y las minorías siguen siendo los chivos expiatorios favoritos de los republicanos.
La masacre de El Paso es recordatorio del efecto que la retórica de odio puede tener en mentes enfermas. El asalto al Capitolio el 6 de enero fue otro recordatorio de lo mismo. Lamentablemente no hemos visto el último capítulo del daño que esa retórica, el racismo y el prejuicio son capaces de infligir.
Ante esa amenaza de resurgimiento del “trumpismo”, no se puede retrasar más un histórico golpe de timón en el ámbito migratorio para, de una vez por todas, cambiar para bien la vida de millones de personas que han vivido, trabajado y se han sacrificado por este país aun sin documentos. Su regularización es urgente, es vital, es necesaria y es una tarea moral que ya no admite excusas.