Latinos contra latinos
Apenas un latino abre la boca, cuando se le escucha su acento español, pierde posibilidades en cualquier ámbito, ya sea el laboral, el social, el cultural. Pero existe otro fenómeno y es la discriminación de latinos contra latinos, también relacionada con las competencias lingüísticas, pero en este caso con el español y no con el inglés
En Estados Unidos se experimenta una discriminación muy paradójica, la de latinos contra latinos. Es un fenómeno que se da dentro del gran mundo de los discriminados, en una sociedad que pareciera, en algunos aspectos, querer volver a aquel viejo esquema excluyente del Estados Unidos WASP (white, anglo saxon and protestant), sobre todo en un año electoral como este.
Tenemos que dejar claro que la primera discriminación es contra los latinos, y la primera mediación de esa discriminación es el aspecto físico y, por supuesto, la forma de hablar. Apenas un latino abre la boca, cuando se le escucha su acento español, pierde posibilidades en cualquier ámbito, ya sea el laboral, el social, el cultural, o cualquier otro.
Pero existe el otro fenómeno, el que nos interesa en este artículo, y es la discriminación de latinos contra latinos, también relacionada con las competencias lingüísticas, pero en este caso con el español y no con el inglés.
Un estudio de hace seis meses del Pew Research Center (PRC), institución que analiza fenómenos demográficos de Estados Unidos, indicó que el 75% de los latinos consultados puede mantener una conversación en español bien o muy bien. Pero del restante 25% que no hablaba español, la mitad reconoció haber sido avergonzada por otros por no hablar bien el idioma.
Por otro lado, el 40% ha escuchado bromas o burlas de latinos contra otros latinos por no hablar bien el español. Y es que, aunque Estados Unidos sea considerado uno de los países con más hispanohablantes del mundo, el dominio del idioma varía mucho entre sus hablantes.
´No sabo kids´
Surge así el fenómeno de “No sabo kids”, una expresión muy usada en los últimos años en las redes sociales, para referirse despectivamente a los jóvenes o niños latinos que no hablan bien español. A pesar de eso, este insulto fue tomado por ellos mismos como identificación social. Como se ve, es un fenómeno con amplias aristas para analizar.
Antes existía (y existe) una palabra para este tipo de discriminación: pocho. Un pocho es un estadounidense de origen mexicano que no habla bien español, o que mezcla el español con el inglés. Hasta existe un verbo para el caso: pochear.
La mayoría de las veces el “no pochear” se aplica a niños o jóvenes, hijos de migrantes de América Latina que crecieron con el inglés como lengua madre, por eso se también se habla de “kids” (niños). Y este fenómeno de la pérdida del idioma se ha ido acentuando con el tiempo.
En los años ’80, un 66% de los latinos hablaba español en su casa. En 2021 solo un 55% según datos del PRC.
En sociolingüística existe un fenómeno que se llama hipercorrectismo, es una especie de coraza idiomática contra la discriminación o el racismo.
Un argentino que vive en Milwakee, estado de Wisconsin (prefiere no decir su nombre), cuenta: “Mi hermana y yo no hablamos español, nunca lo aprendimos porque mis padres quisieron preservarnos del racismo”.
Roberto Giacomelli es un renombrado sociolingüista italiano, investigador de la Universitá degli Studi di Milano. Hace unos años tuve la oportunidad de entrevistarlo sobre este fenómeno, que se produce en Italia y en todo el mundo. Recuerdo que, sobre las competencias lingüísticas, le pregunté si teníamos la posibilidad de elegir cómo hablar o qué idioma hablar, y su respuesta me impactó: “La gente no puede elegir nada con relación a la lengua, porque la lengua nos obliga a usar uno u otro código, de acuerdo a la circunstancia. Yo, en Italia, no puedo elegir hablar el dialecto de mi pueblo con el presidente de la República. La lengua es fascista, porque no se vive, sino que se soporta, no es alegría sino una pesadilla ubicada entre el consciente y el inconsciente. En este sentido, Jean Lacan incorpora el psicoanálisis a la estructura de la lengua, y explica la competencia lingüística desde la historia personal”.
“¿La lengua es un arma en algunos casos y un escudo en otros?”, le pregunté. Y Giacomelli me respondió: “El hipercorrectismo es un claro ejemplo de los condicionamientos inconscientes que nos impone la lengua como arma. Este fenómeno curioso se puede ver claramente en los inmigrantes del sur de Italia que van al norte buscando mejor suerte. Ahí es un escudo, para luchar contra la discriminación, los hijos de estos inmigrantes usan el italiano regional del norte y tienen más acento milanés que los propios milaneses. Pero no sucede lo mismo con las personas que van del norte al sur, porque ellas se sienten orgullosas de su origen. Todo esto es inconsciente y eminentemente social”.
Hoy, revisando aquellas notas para este artículo, pienso en lo que sucede en mi país. Los provincianos que van a Buenos Aries en busca del “sueño de una vida mejor”, también caen en este fenómeno del hipercorrectismo. Y entonces uno puede encontrar gente muy humilde del norte del país, hablando con un acento más porteño que los propios nacidos en Buenos Aires. Y creo que en todos nuestros países se repite el fenómeno.
Doble o triple discriminación
La discriminación siempre es hija de la ignorancia, del desconocimiento del otro, y casi nunca viene sola, viene acompañada de “subproductos” o de multiplicidades.
En principio, el latino es discriminado por su apariencia física o por su forma de hablar, en una sociedad como la de Estados Unidos, que todavía se debate entre lo cosmopolita y lo pueblerino.
Por un lado, la apariencia física. Muchas veces se trata con desprecio a alguien moreno o que coincide con el estereotipo del latinoamericano. Pero resulta que puede ser un inmigrante de Medio Oriente, o simplemente un estadounidense moreno.
Otras veces, el contexto también engaña. Uno puede llegar a un mercado de productos latinos y cuando ve al vendedor con su típica tez cetrina, quizá bigotes tupidos y ojos oscuros, se le empieza a hablar en español, a lo que el vendedor responde: “I’m sorry, I don’t speak Spanish”.
O puede suceder que la familia latina, después de muchos años de vivir en Estados Unidos, vuelve de vacaciones a su país (México, Guatemala, El Salvador, o cualquier otro) para que los niños conozcan a los abuelos, tíos y primos. Y cuando no pueden comunicarse correctamente en español, el comentario de los parientes es: “Pero pochito, habla bien, ¿qué te pasa?” o un: “Mira nomás, éste trae nopal en la frente, pero no quiere hablar español”.
Otra vez la ignorancia, el desconocimiento. Quizá ese pariente desconoce todo lo que sufrió su familiar en una sociedad distinta y cómo hizo para abrirse paso haciendo frente a la discriminación. Muchas veces se trata de los llamados dreamers, personas que llegaron a Estados Unidos siendo muy jóvenes y no pueden salir del país porque son indocumentadas y si salieran, no podrían luego volver a entrar. Por lo tanto, no pueden visitar el país donde nacieron.
En todo esto, y desde el punto de vista del “latino discriminador”, hay algo importante, y es el sentimiento dual que tenemos en general para con los Estados Unidos. Para muchos de nosotros, y para los mejicanos quizá mucho más, Estados Unidos representa “el Imperio”, por una historia que incluye invasiones, robo de territorio, ocupaciones, y otro tipo de intervenciones, en lo que, históricamente la diplomacia estadounidense consideró su “patio trasero”.
Pero al mismo tiempo, representa una tierra de oportunidades, oportunidades laborales e, incluso, como para muchos argentinos, uruguayos y chilenos, representó (aunque sea paradójico) la posibilidad de sobrevivir a las dictaduras, el asilo, el lugar de un exilio que les permitió recomenzar.
Entonces, cuando alguien se afincó en Estados Unidos, por el motivo que sea, es mirado con recelo por quienes quedaron al sur del Río Bravo. Y eso a veces se traduce en discriminación.
Pero volviendo a las relaciones familiares, muchos latinos, cuando sus hijos ya son adolescentes, empiezan a descubrir la importancia del idioma, por ejemplo, para preservar la cultura, sus raíces, y para compartir con sus familias, ya sea que estén en Estados Unidos o en sus países de origen.
A veces sucede que los abuelos no hablan inglés, o porque nunca lo aprendieron o porque fueron “traídos” tiempo después de que se instalara la familia. Y los nietos no hablan español, por todo lo ya enumerado. Se produce allí una desconexión generacional y una sensación de soledad potenciada para esos ancianos que no pueden compartir con sus nietos un partido de fútbol o un paseo por el parque.
Por otro lado, están también los hispanohablantes pasivos, es decir, personas que entienden pero que no hablan el español. Esto se produce por distintos motivos, puede ser vergüenza, miedo, o simplemente porque no se sienten seguros para hablarlo sin cometer errores.
Otro tema interesante es dónde se habla el español, y aquí también hay un dato sobresaliente: se habla mucho más en la casa que afuera. A diferencia de otras comunidades como por ejemplo la china, la armenia o la italiana, que tienen barrios enteros que asemejan a ciudades de sus lejanas madre-patrias, y donde se usa permanentemente el idioma en todo tipo de relaciones, amistosas, vecinales o comerciales. En el caso de los latinos, muchos de ellos no necesitan el español en ningún momento del día fuera de casa, o más bien todo lo contrario, usarlo podría traerles más perjuicios que beneficios simbólicos.
¿Se puede recuperar el español?
El estudio del PRC marca dos datos que podrían verse como contradictorios a primera vista. Por un lado, que el 80% de los latinos entrevistados dijeron que no es necesario hablar español para ser considerado latino. Por otro lado, un 85% dice que hablar español es al menos algo importante para las futuras generaciones de latinos en Estados Unidos.
Mark Hugo López es director del departamento de Raza y Etnicidad del PRC y coautor del estudio, cuando se dio a conocer a fin del año pasado, explicó públicamente: “Los latinos en Estados Unidos han cambiado su perspectiva sobre lo valioso que es hablar español como un complemento para su vida e incluso como una herramienta laboral. Personas que fueron jóvenes en los años 50 y 60, dicen que sus padres decían que era más importante hablar inglés y no español, porque tenían miedo sobre el futuro de sus hijos en el mercado laboral y en la sociedad en Estados Unidos”.
“Ahora es diferente –continuó López en su explicación-, una encuesta del PRC de 2019 indicó que la mayoría de los latinos que tienen hijos quieren que sus niños también hablen español. Estos resultados muestran la importancia del español, por un lado, pero también que una persona puede ser latina en Estados Unidos sin hablar español”.
La otra pregunta que surge cuando uno profundiza el tema es ¿qué tipo de español es el que se habla en Estados Unidos? Y sin dudas, como ha pasado siempre con las comunidades migrantes, hay una mezcla, un sincretismo que surge del “choque” entre la lengua de origen y la lengua de acogida. Hoy, el 60% de los latinos usa el spanglish, o sea, la mezcla de español e inglés. Y hasta se podría decir que no hay un solo spanglish sino tantos como hablantes haya.
Y en este punto también es importante derribar mitos de pretendidas purezas lingüísticas, porque como lo marcan los grandes maestros de esta ciencia (desde Ferdinand de Saussure hasta Noam Chomsky): la lengua nunca puede ser prescriptiva, sino que es descriptiva. Es decir, no se puede indicar con el dedito acusador cómo se debería hablar, sino que se debe estudiar cómo se habla en la realidad. Si no hubiera contaminaciones, cambios, sincretismos, seguiríamos hablando en latín.
Hecha esa salvedad con respecto al vilipendiado spanglish, que haya cada vez una mayor cantidad de latinos que se acerquen al español, debería ser visto como un paso adelante, un enriquecimiento cultural, que influye también en la autopercepción de las personas y su sentimiento de pertenencia.
Es decir, un latino (como cualquiera) puede tener identidades cruzadas, sentirse muy estadounidense y también muy de su país. E incluso puede sentirse muy latino, que sería una tercera identidad y que puede convivir con las otras dos. Este fenómeno es potenciado por el bilingüismo, es un beneficio, un capital cultural.
O puede ser también agotador este intento. Porque uno tiene que ser el más gringo de los gringos en algunos ámbitos, y en otros ámbitos ser el más latino de los latinos. Ser más argentino que cualquiera, hablar como argentino, jugar bien al fútbol y bailar tango. El colombiano bailar salsa y comer arepas. Y así con cada uno, el más mejicano, el más salvadoreño, el más puertorriqueño, etc. Esto puede convertirse en una carga y sentirse obligado a tener un cerebro perfecto que cambie de idioma como quien cambia un chip o una perilla.
Si no se logra esa automatización, ser latino en Estados Unidos puede llegar a ser también una tortura, una condena a la eterna discriminación: los estadounidenses no los considerarán suficientemente estadounidenses (más aún si se fortalece el viejo y nefasto WASP) y los mejicanos no los considerarán suficientemente mejicanos (o del país que sea).
En definitiva, se puede recuperar y puede crecer el español en la comunidad latina, pero es también un trabajo de todos y de todas, de trabajar por eso sin imponerlo a la fuerza, sin dogmatismos ni purismos y, sobre todo, sin discriminar a nadie. Batallar con el español, en cierta forma es ahora la realidad del latino en Estados Unidos.
El reflejo artístico de una realidad
Como siempre, la mejor forma de entender un fenómeno, es a través del arte. Figgy Baby es un artista urbano de la zona de Los Ángeles, nacido y crecido en Orange County, de madre inglesa y padre mejicano. Transcribimos partes de la letra de su canción Tongue Troubles.
I have the string tied like a string to a necklace.
Sí, espera un momento.
I’m looking for my accent, where the hell did it go?
Creo que es por allá.
I want to help that lady, but I don’t understand, I can’t answer. I wish my father were right now.
Entiendo, pero no sé cómo…
I feel like the only brown-skinned kid in the whole world who talks like a white kid are you okay kid? Your last name matches your skin color. But why doesn’t it match your language?
Lo siento, no puedo.
It happens often, I cling to English and so I avoid any problem. Jargon with friends, at the house of the grandmother…
y mis primos, y mis tíos
For a moment I forget the language when we’re about to eat. But then I say:
Enséñame la cochina. Oh, lo siento, la cocina, se dice la cocina.
And I say sorry. Damn, Dad.
It would have been so easy. You just had to talk to me, just talk to me.
– – –
Este artículo está respaldado en su totalidad o en parte por fondos proporcionados por el Estado de California, administrado por la Biblioteca del Estado de California en asociación con el Departamento de Servicios Sociales de California y la Comisión de California sobre Asuntos Estadounidenses Asiáticos e Isleños del Pacífico como parte del programa Stop the Hate. Para denunciar un incidente de odio o un delito de odio y obtener apoyo, vaya a CA vs Hate.
This article is supported in whole or in part by funding provided by the State of California, administered by the California State Library in partnership with the California Department of Social Services and the California Commission on Asian and Pacific Islander American Affairs as part of the Stop the Hate program. To report a hate incident or hate crime and get support, go to CA vs Hate.