Liz Cheney y la inmoralidad del Partido Republicano
El partido se ha transformado en una diabólica maquinaria utilitaria en la que el fin justifica los medios. Y el fin es el poder
Liz Cheney, la representante de Wyoming en el Congreso Nacional, no pertenece en el Partido Republicano.
Por eso no debe sorprender este segundo intento de sus propios correligionarios para removerla de su puesto de liderazgo en la Cámara de Representantes. Más específicamente, se estima que a mediados de la semana que viene, Kevin McCarthy, el líder republicano en la Cámara, presidirá una sesión de la bancada que, ya es vox pópuli, culminará en su destitución.
¿Cuál es su pecado? No haberse sumado a los esfuerzos de Donald Trump para deslegitimizar las elecciones presidenciales pasadas.
Aún más, Cheney condenó al ex presidente por motivar a las hordas de nacionalistas y supremacistas raciales que atacaron el Congreso Nacional, el 6 de enero pasado, a fin de obstaculizar la certificación de los votos que dieron la victoria a Joe Biden. Y fue una de los diez representantes republicanos, entre 211, que votaron para que se enjuiciara a Trump por segunda vez.
La Gran Mentira
La gota que rebalsó el vaso tuvo lugar días atrás cuando Trump ´decretó´, al mejor estilo del Fuhrer, que a partir de ahora la victoria electoral demócrata de noviembre pasaría a ser llamada “La Gran Mentira”, una grotesca referencia a las técnicas propagandísticas de los nazis. La respuesta de Cheney no se hizo esperar y con una gran dosis de valentía política respondió que “…la elección no fue robada. Cualquiera que lo diga es quien está propagando la Gran Mentira, ignorando el estado de derecho y envenenado nuestro sistema democrático”.
Pero a no confundirnos, aunque Cheney ataque el autoritarismo de Trump, por otro lado, es una republicana con incuestionables credenciales conservadoras. Hija, valga mencionarlo, de un ultraconservador ex vicepresidente de la nación. De acuerdo a Heritage Action, uno de los grupos más conservadores del país, Cheney recibe un puntaje de 80%.
Las maniobras para removerla de su puesto no tienen nada que ver con ser o no ser conservador. Están relacionadas con sus convicciones democráticas que, evidentemente, no son las de un partido republicano que sigue enmarañado con Trump y su nacionalismo extremo.
El partido de Trump
El partido republicano actual es inmoral. Se ha transformado en una diabólica maquinaria utilitaria en la que el fin justifica los medios. Y el fin es el poder. Nada más que el poder. Conquistar el poder a cualquier costo. Y para conquistar el poder, redefinen la realidad al mejor estilo orwelliano, atacan la ciencia, deshumanizan al adversario político, ignoran la Constitución Nacional.
No importa cómo se conquista el poder. Todo es válido. Si es necesario, aprueban leyes que obstaculizan el voto de minorías o invaden el Congreso Nacional.
Se han transformado en un partido que en esencia es antidemocrático. Entonces, ¿cómo pueden tener entre sus líderes a alguien como Liz Cheney que defiende principios democráticos, que defiende las instituciones fundamentales de la nación, que defiende la Constitución?
Aunque conservadora, Liz Cheney es una demócrata con minúscula, con un espíritu con mayúsculas, que no pertenece en ese partido de racismo y xenofobia que idolatra a un desequilibrado.
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