El odio en persona: qué piensan los de MAGA de los inmigrantes
En muchos casos, no es lo que les dicen sus dirigentes
La guerra contra los inmigrantes, o la percepción de que hay una guerra real librándose alrededor del tema de la inmigración ilegal, es un elemento utilizado por los dirigentes MAGA para incrementar constantemente su cohesión, entusiasmo, donación de fondos electorales y disposición al voto. Su incitación al odio va más allá del odio que por razones históricas este grupo – mayoría de hombres blancos entre 30 y 45 años, de clase trabajadora, sin un título de college o universidad, concentrados en el sur y las zonas industriales – siente por otras minorías raciales y por quien piensa, o ama, distinto.
En otras palabras: el odio que emana de las huestes de Trump es menor, menos creativo, menos intenso que al que incitan Trump o Stephen Miller. Esta es una conclusión empírica a través de casos anecdóticos, comparación de encuestas de opinión pública en los años del “trumpismo”, recopilación de datos históricos y extrapolación periodística, pero no por eso menos valiosa a la hora de iniciar un debate.
Una encuesta de 2016
Una encuesta del Pew Research Center publicada poco antes de las elecciones de 2016, cuando Donald Trump derrotó sorpresivamente a Hillary Clinton, arroja cierta luz sobre el concepto que de la inmigración tenían en aquel entonces los simpatizantes de MAGA.
Este es el punto de partida de un intento de comparación a lo largo de los últimos ocho años.
Para el 66% de los que iban a votar por Trump la inmigración era “un gran problema”. Entre los demócratas que iban a votar por Clinton, solo el 16% concordaban. Una diferencia gigantesca, que define a los dos grupos como antagónicos.
En aquel entonces se recordará que el entonces candidato se inventó una idea: él ha construido edificios y es un supuesto experto. Usando esa experiencia única en el mundo, va a construir un muro entre Estados Unidos y México para que ningún indocumentado pase por él. Ocho de cada diez de sus adeptos lo apoyaron. Pero la “solución”, para los votantes de Clinton, no era tal y solo recibió el 18% de sus pareceres.
Para el 50% de los potenciales votantes por el republicano, los indocumentados “tienen más probabilidades que los ciudadanos estadounidenses de cometer delitos graves”, lo que sube al 59% entre los “votantes fuertes” de Trump. Y asimismo, para el 52%, todos los indocumentados deben irse o ser deportados. No importa cuantos millones sean ni por cuánto tiempo han estado viviendo en Estados Unidos.
Pero para el resto, para el 48% de los republicanos la solución no era esa. No era tan extremista como la de los promotores de estas ideas. Y si bien sólo el 10% de los que respondieron la encuesta entre los republicanos aceptarían una vía para la ciudadanía, para cuatro de cada diez “se debe dar igual prioridad a ambos enfoques”.
Los acólitos
Pasaron casi ocho años. Desde entonces la incitación ha sido ininterrumpida, intensa y a Trump se le unieron, en grados distintos de extremismo, incontables imitadores por cuenta propia.
Donald Trump Jr., el primogénito, dijo de los senadores que negociaron el acuerdo fronterizo obteniendo casi todo lo que Trump inicialmente exigía que “están tratando de introducir una amnistía masiva para los ilegales en este acuerdo”.
J.D. Vance, senador por Ohio y protegido de Trump, propuso una ley que obligará a extranjeros que deseen ingresar a pagar entre $5,000 y $15,000 al llegar, a recuperar a su salida. Incluso turistas, lo que eliminaría la mitad del turismo al país.
Marjorie Taylor Green, congresista de Georgia, dice que el alto número de inmigrantes que tratan de cruzar la frontera ilegalmente constituye “traición”.
Y Linsey Graham, senador de Carolina del Sur, dijo en diciembre que ““Cuando llegas a nuestra frontera, les decimos: lo siento, pero estamos llenos”, repitiendo palabra por palabra lo que dijo Trump cuatro años antes.
Lo que cambió desde entonces
También cabe la pregunta de si estos conceptos cambiaron en los casi ocho años que transcurrieron desde entonces y en qué sentido.
El 15 de enero de este año, durante los “caucus” electorales republicanos donde los participantes votaron en su mayoría por Trump, AP les preguntó qué pensaban de las declaraciones de Trump de que los inmigrantes “envenenan la sangre de nuestro país”, que “destruyen la sangre de nuestro país, destruyen la fábrica de nuestro país”. .
Estas barbaridades fueron una de las últimas oportunidades para el liderazgo del ex partido Republicano para reaccionar y rechazar a Trump. No sucedió, sumiendo a quienes todavía piensan distinto en la ignominia y el anonimato y acercando al GOP a la definición de partido fascista.
Las reacciones del público fueron políticamente claras pero menos estentóreas y más razonadas que las del líder. Pocos a nivel popular se hacen eco del tema de la “sangre”.
“Porque te tengo que decir, hay que sacar a aquel hombre de Washington antes de que termine de arruinar el país”, dice uno refiriéndose a Biden. “Las fronteras están abiertas y cada gran ciudad del país ahora es la frontera”. “Estamos trayendo a terroristas conocidos, son muy corruptos, aunque hay algunas buenas personas que vienen”, dijo otro, repitiendo la fórmula de Trump cuando insultó a los mexicanos el día del lanzamiento de su primera campaña en 2015.
Una encuesta llevada a cabo inmediatamente después de sus declaraciones sobre la “sangre”, arrojó que la mitad de los votantes – entre demócratas y republicanos – están de acuerdo con Trump. Y al margen del lenguaje, el 80% de los republicanos lo apoyan.
La inspiración al terrorismo
Hay que tener en cuenta que en sus extremos, la influencia de Trump ha sido tan drástica que ha compelido a actos de terrorismo, violencia y vandalismo. Casos que derivaron en pérdidas de propiedad, golpizas, mutilaciones y finalmente muertes.
En todos los casos, sin embargo, han sido obra de individuos. Sí, motivados, incentivados e incluso inspirados por el gran líder. Pero son individuos, y todavía no grupos.
ABC News encontró que en al menos 12 casos los perpetradores saludaron a Trump en medio o inmediatamente después de agredir físicamente a víctimas inocentes. En otros 18 casos, los perpetradores vitorearon o defendieron a Trump mientras se burlaban o amenazaban a otros. Y en otros 10 casos, Trump y su retórica fueron citados ante el tribunal para explicar el comportamiento violento o amenazante de un acusado”. En total, los autores encontraron 54 casos en los que la incitación al odio tuvo consecuencias, a lo que el hoy candidato responde con falsa ingenuidad: «Creo que mi retórica une a la gente”.
A veces, sin embargo, las consecuencias son mediocres, menos de lo que se podría esperar, o temer. Los admiradores tienen escasa capacidad organizativa, pero sí tienen más capacidad de exagerar Y se “exageran” unos a los otros en los medios sociales.
El Ejército de Dios
La semana pasada – escribo esto a comienzos de febrero de 2024 – llegó a la frontera el “Ejército de Dios” que venía de Virginia a obligar al gobierno a expulsar a los indocumentados, a cerrar la frontera y que según sus comunicados, tendría 700,000 participantes, un número que en varias publicaciones llegó a los lectores sin revisarlo.
La caravana de los 700,000 no fue organizada por el partido Republicano, ni por la campaña de Donald Trump, sino por otros grupos hoy anónimos. Lo más cercano que la historia permite a lo espontáneo.
Pero al final fueron un par de centenares que se apersonaron cerca de Eagle Pass, Texas, sin saber qué hacer, porque venían a ver la “invasión” de las que les contaron tantas veces, y no la encontraron.
Que fueron centenares y no decenas de miles muestra que el poder de convocatoria del Trumpismo existe, pero es limitado.
El fiasco redobla la sensación de que para los políticos que están al frente del desliz del país hacia el fascismo, el movimiento MAGA tiene un solo propósito: enriquecer sus arcas, electorales o privadas, con las donaciones de los centenares de miles para quienes ese dinero lo ganan con dificultad.
Porque cuando sí quieren, cuando quieren movilizar a la turba tenemos un 6 de enero de 2021, una insurrección que intentó torpemente un golpe de estado – porque así y no de otra manera se llama el intento de evitar que se aprobara la elección de Joe Biden y que asumiera la presidencia de Estados Unidos.
Sí, son extremistas, pero no los terroristas que la oratoria de Trump sobre el envenenamiento de la sangre de la patria espera.
“Creo que si no tenemos frontera, no tenemos soberanía. Y si no tenemos soberanía, no vamos a tener civilidad”.
“Estamos en guerra dentro de nuestro propio país. Está en nuestra frontera sur”.
«El primer día de Gobierno, Trump tiene que cerrar las fronteras y estalbecer que todos (los ilegales) deben registrarse digamos hasta marzo, el 31 de marzo y tener una tarjeta para poder quedarse».
«¿Day One? Matar la frontera y bajar los precios de la gasolina».
«Que cierre la frontera… el país está siendo invadido… así como a Roma la destruyeron las tribus germánicas, este país va a ser destruido…» «Tenemos tanta gente que pasa por nuestras fronteras, y no sabemos quiénes son, no sabemos adónde van, son millones y ponen nuestro país en peligro.»
Cerrar la frontera es la preferencia de muchos de sus adeptos para el primer día de gobierno de Trump en caso de ganar las elecciones.
Son declaraciones de gente MAGA, y son terribles. Pero no son nada frente a los proyectos de la eminencia gris de Trump, su asesor político Stephen Miller, un tipo que nació fuera de su época – tendría que haber actuado en Alemania durante el nazismo – y fuera de su grupo – porque nació judío… pero su familia lo repudió y no le hablan.
Estos proyectos, que serán puestos a prueba si viene una segunda presidencia de Trump, incluyen campos de concentración como estación intermedia entre la libertad y la deportación para millones de indocumentados en todo el país.
Se puede encontrar el plan, desarrollado por la fundación Heritage en el sitio de internet “Proyecto 2025”.
La economía de la inmigración
Este febrero escribía Kenneth Reiner escribía para The Hill “MAGA entiende mal la economía de la inmigración”, refiriéndose a que el axioma que presentan Miller y compañía de que una vez deportados los “ilegales” los salarios para los “americanos” subirán es falso y no tiene ninguna confirmación histórica, al contrario.
Y concluye: “MAGA serviría mejor a Estados Unidos si consultara la economía de la inmigración. Esto revelaría que, en su mayor parte, los inmigrantes ayudan a hacer grande a Estados Unidos”.
Y Bill Schneider, en la misma publicación, explica que la motivación de la gente de MAGA contra los inmigrantes no es económica, sino cultural. Así como los inmigrantes en Europa vienen del Medio Oriente y África, como sabemos los que vienen aquí provienen más que nada de México y Centroamérica. Es ahí donde empieza el rechazo: en el racismo.
El odio como condición previa
El plan migratorio requiere odio de la misma manera que lo requirieron todas las carnicerías, barbaries, ataques racistas, exterminios y gobiernos basados en la crueldad. Requiere odio para que los perpetradores y sus simpatizantes no consideren a las víctimas como seres humanos iguales a ellos.
Este ensayo se escribe en una semana en que el plan migratorio adoptado en el Senado y que contiene las concesiones exigidas por los republicanos para apoyarlo, es ahogado en la ahora oposición republicana una vez que Trump decidió que el tema debe seguir levantando ánimos hasta las elecciones de noviembre. Faltando menos de nueve meses para las elecciones, no hay duda que el tono de Trump y sus acólitos subirá en crueldad y en extremismo. Poco a poco permea a las opiniones de millones de votantes republicanos. Todavía no están allí, pero se acercan.
Termino con otra encuesta de PRRI (Public Religion Research Institute), ocho años después de la primera, que estudia las opiniones del público estadounidense sobre la inmigración.
Entre los problemas más importantes, inmigración está en el décimo lugar entre todos los participantes, con 40%, superado como temas críticos por el aumento de los costos de la vivienda y los gastos cotidianos (62%) la delincuencia, el cuidado de salud, la trata de personas, la democracia, la educación pública, la tenencia de armas de fuego y la educación.
Respecto a los participantes republicanos, está en el tercer lugar con 57%, después de la enseñanza pública y el crímen.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.