Los idiotas no desaparecen, solo se reciclan: los antimáscaras de 1918
Uno se puede desgañitar y enroquecer solo del estupor de ver como tanta gente se rehusa a usar barbijos – o máscaras – para no contagiarse del coronavirus (y luego difundir la terrible enfermedad a su familia y amigos) y para prevenir contagiar a otros. Especialmente ahora, cuando tenemos la esperanza de que estamos a punto de vencer la pandemia, especialmente sublevan hechos como el reciente asesinato de una cajera de supermercado por un cliente que se rehusó a ponerse la máscara.
Lo vemos al salir a caminar en nuestro barrio, cuando somos cuidadosos, mantenemos mucho más que la distancia requerida, cruzamos cuando alguien viene, más rápido si no lleva máscara.
Por qué no las usan
Comentamos el porqué no las estará usando ese grupo de mujeres con niños, esa parejita joven, los jornaleros que se juntan bien temprano a vender su trabajo.
Y no usan máscara porque… bueno, por mil razones. Que la llevan en el bolsillo y la usarían cuando viniese la ocasión. Que es incómoda. Que no se puede uno contagiar en un parque con naturaleza y todo. Que no me moleste.
Pero si solo fuera eso.
Porque los que se niegan a usar máscara le encuentran un trasfondo ideológico. Es como si el «estado opresor» les coartara – y eso no lo van a aceptar jamás – sus libertades.
Claro, la libertad de contagiar a otras personas desconocidas. Y la libertad de contraer el virus y contagiar a sus padres y el resto de sus familias. Como ha pasado multitud de veces.
O directamente, en su histeria y como reflejo de adónde nos encaminamos, comparan la disposición de usar máscaras con el Holocausto. Así lo hicieron los 270 empleados de un hospital metodista que demandaron a su empleador por exigirles usar máscara en el edificio. Así lo hizo una nueva congresista perteneciente a las filas del temible Quanon. Después se disculpó.
Pero no aprenden. Porque no quieren aprender. Están cerrados. Están en una burbuja que se alimenta de falsedades a cual más estrambótica, nefasta. Sí, ya que es Donald Trump, el afortunado expresidente de Estados Unidos, quien alimenta su ignorancia y promueve sus reacciones violentas.
Ya sucedió hace 100 años
No es la primera vez.
No me refiero a los seguidores de Trump y su ceguera. Esa es la carne de cañón de miles de déspotas, tiranos y mero aspirantes a serlo. Me refiero al barbijo, la máscara.
No es la primera vez que Estados Unidos sufre una epidemia mortal. No es la primera vez que se desató una virtual guerra por el cubreboca. La primera vez, ganaron los oponentes.
Efectivamente, «durante la epidemia de la gripe llamada «Española» en 1918, residentes de San Francisco formaron la «Liga contra la máscara«. San Francisco fue, finalmente, una de las ciudades que más sufrió del mal, con una tasa de mortandad elevada».
Lo aclara el prestigioso sitio Politifact, perteneciente al Instituto Poynter de Estudios de Periodismo en St. Petersburg, Florida, propietarios del diario Tampa Bay Times.
El equipo de Poynter se propuso aclarar la veracidad de un reclamo, hoy borrado, que apareció en Facebook, y que contenía el texto arriba citado.
Con médicos
Reveló que los miembros de la «Liga», que incluían varios médicos, efectivamente se oponían al uso de las máscaras como método para prevenir la difusión de la influenza. Organizaron mitines en los que miles de personas se congregaron, sin máscaras.
Citando datos del Centro de estudios de la gripe en la Universidad de Michigan, confirmaron la existencia de esa liga de hace 101 años.
El reclamo fue también estudiado por Tim Mak, reportero de NPR, quien halló numerosos datos sobre la Liga contra la Máscara a partir de diversas fuentes y condensadas en su página de Twitter.
Era octubre de 1918, dos o tres semanas antes del fin de la Primera Guerra Mundial. El número de casos de la gripe en la ciudad de San Francisco estaba fuera de control. La municipalidad emitió un edicto que requería que todos llevasen máscaras, «a menos que estén comiendo», dice el artículo de Poynter.
Para que no surgiesen problemas como los que conocimos cien años después, trataron de darle a la decisión un aura de patriotismo. Y la mayoría de la ciudadanía siguió la orden. Pero algunos se resistieron. El 27 de octubre, 110 de ellos fueron arrestados por no llevar máscaras, lo que costó a la mayoría de ellos la friolera de cinco dólares. Otros, agrega Politifact, fueron a la cárcel.
Como aquí y ahora, dos semanas después la cantidad de contagios bajó y la ciudad permitió la apertura de teatros y eventos deportivos. Pocos días después el alcalde anuló la ordenanza que obligaba usar máscara. Pero los nuevos casos no tardaron en llegar y multiplicarse.
La ciudad volvió a ordenar el uso de máscaras, en enero de 1919.
Fue allí que los antimáscaras formaron oficialmente la Liga, formada por «ciudadanos de espíritu público, médicos y fanáticos», según el libro de Alfred Crosby, «La pandemia olvidada de Estados Unidos: la gripe de 1918», que se puede leer parcialmente aquí.
En sus reuniones participaban hasta 2,000 personas. Sin máscaras. Como ahora.
En todo el país, 43 ciudades sufrieron la segunda ola de la influenza mortífera. San Francisco estuvo entre las de mayor tasas de mortandad: 673 por cada 100,000 habitantes. ¿Por qué? Especialmente, sigue el estudio de Politifact, por no imponer el distanciamiento social suficientemente rápido y por no mantener las limitaciones por tiempo suficiente.
Sin embargo, San Francisco resultó a la larga ser una de las pocas ciudades que intentó imponer el uso de la máscara, en lugar de recomendarla como la mayoría del resto.
Esta historia es verídica. Aquí el San Francisco Chronicle informa sobre el inicio del «flu» en San Francisco. Y está en otros medios. Solo que lo olvidamos.
Lee también
Sobre el debate nacional: la máscara como ideología
Poesía de los días malditos: 24 horas de coronavirus