Países viejos ricos y países jóvenes pobres

La mezcla de “países viejos ricos con países jóvenes pobres” tiende a generar países jóvenes y ricos. Nada tiene de drástico pedir un crecimiento poblacional más lento, pero integrado

Un informe publicado por Jeffrey D. Sachs, profesor de economía y director del Earth Institute, en  la Universidad Columbia, demuestra la confusión reinante en materia de política demográfica.

La población  mundial espera un incremento de 2700 millones entre 2020 y 2050. Esta cifra corresponderá en su totalidad  a países en desarrollo y países pobres: 1300 millones en Asia, 1.100 millones en África y 300 en Centro y  Sudamérica.  

Según el informe, estas 2700 millones de personas adicionales impondrán exigencias enormes no  sólo a las sociedades con poblaciones crecientes, sino al mundo entero.

El aumento desmesurado del  consumo total de energía refleja el efecto en conjunto, de los mayores ingresos per cápita (y, por ende, el  mayor consumo individual de energía) y el crecimiento demográfico. Este fenómeno ya ha empezado a  alterar peligrosamente el clima del planeta.

Además, las tensiones que dicho crecimiento provoca,  combinadas con los mayores ingresos, nos están llevando a una rápida deforestación, agotamiento de las  pesquerías y degradación del suelo, con la consiguiente pérdida del hábitat y ulterior extinción de  muchísimas especies animales y vegetales.  

A mi entender, en este punto, Jeffrey D. Sachs y su equipo se equivocan, ya que sostienen que los  trabajadores se beneficiarán notablemente al vivir en sociedades con poblaciones estables o menguantes. Es obvio que gastarán mucho menos en criar a sus hijos (se refiere a los gastos domésticos directos). Invertirán menos en la construcción de caminos, centrales eléctricas, escuelas y otros servicios públicos. Tendrán ciudades menos congestionadas y campos con menos presiones ambientales.

Jeffrey D. Sachs nos  dice que en uno o dos siglos desaparecerán y tendrán que trabajar hasta los noventa. Según Sachs es preciso  desacelerar el crecimiento poblacional en las regiones en desarrollo, especialmente en África,  Latinoamérica y parte de Asia (por ejemplo, en la India).

Incluso pide políticas estatales que puedan desempeñar un papel importante al extender a los pobres el acceso a los servicios de planificación familiar,  expandir los sistemas de seguridad social, reducir la mortalidad infantil invirtiendo en salud pública y  mejorar las oportunidades educativas y laborales de la mujer. En esto último estamos de acuerdo pero por  razones diferentes.  

En el otro extremo, ante la amenaza de una declinación demográfica, en Europa solicitan tomar el  rumbo opuesto y promover un retorno a la familia numerosa, porque los partidarios de un crecimiento  acelerado temen que no haya suficientes trabajadores jóvenes para costear el sistema previsional público,  sin comprender que esto también es un grave error. 

Sin embargo, esta cuestión se puede resolver por dos vías.

La primera – que es adonde apuntan las políticas actuales – es la más dolorosa, ya que los jóvenes y adultos de hoy deberán ahorrar más para su  jubilación y postergarla hasta pasados los 75 años o más. 

La segunda es la más lógica, pero  “políticamente incorrecta”, que es la incorporación de los habitantes de países pobres al mundo de los países ricos. Esto permitirá a los jóvenes nacidos en países pobres desarrollarse en países donde su trabajo es necesario. Así, se incorporarán a la salud, la educación y la seguridad social, para ser productivos y acrecentar las arcas impositivas. 

A mi entender la mezcla de “países viejos ricos con países jóvenes pobres” tiende a generar países jóvenes y ricos. Nada tiene de drástico pedir un crecimiento poblacional más lento, pero integrado.

Por milenios, la población mundial no tuvo una tendencia firme de crecimiento a largo plazo, solo altibajos. Pero en los dos últimos siglos, con el advenimiento de la economía moderna, despegó de unos 1,000 millones de habitantes en todo el globo, en  1820, a los 7,300 millones actuales y los 10,000 millones que habrá en 2050.  

Esta explosión sin precedente fue posible gracias a los formidables avances científicos y  tecnológicos, pero también ha sometido el planeta a presiones tremendas. 

Debemos intensificar nuestros esfuerzos por retardar el crecimiento demográfico en forma voluntaria. Debemos reconocer que, si hoy niveláramos la población de la Tierra, mañana la humanidad sería más feliz y el medio ambiente más sustentable.  

La solución está en mirar lo que ocurre en los estados fronterizos estadounidenses, en donde la mano de obra joven viene de América Latina. Gracias a eso hoy California es la quinta potencia económica  mundial. 

La postura que proponen los europeos es arcaica. La única forma de alimentar al mundo hambriento  es producir más. Y la mejor forma de producir más es educando y cuidando a los jóvenes de los países pobres y no controlando su crecimiento. 

Jeffrey D. Sachs y su equipo prefieren un siglo XXII donde los ancianos deban trabajar hasta los noventa años, ya que no existirán jóvenes para costear el sistema previsional.

En cambio, personalmente prefiero que el mundo del siglo XXII esté poblado de jóvenes educados y trabajadores, que no existan  fronteras laborales y que cada joven pueda trabajar en el país o territorio que más le guste y donde mejor le paguen. Yue los adultos se puedan retirar a los sesenta a disfrutar su familia y su tranquilidad.  

Se que parecerá un sueño, pero con planificación e integración se logrará.

Cuando los países  industrializados comprendan que la mano de obra necesaria para seguir creciendo viene de los países pobres, no dudarán en integrar sus economías. Sé que esto no ocurrirá del día a la noche, ni que será todo a la vez. Pero estamos en camino: los permisos laborales que brindan los europeos a los africanos y las propuestas de Estados Unidos para respaldar a los inmigrantes van por ese rumbo.

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