Réquiem por la nación. Su verdugo anda suelto

Las acciones de Trump ameritan su destitución según lo prevé la Constitución, pero no se hará porque no conviene, no a la nación sino a los cobardes políticos que no quieren enfrentar a las huestes que apoyan a su caudillo.

Ahora que Donald J. Trump sea exonerado por el Senado republicano de los cargos de abuso de poder y obstrucción al Congreso por el Ucraniagate, imaginemos de lo que el presidente será capaz en este año electoral al sentirse reivindicado, al comprobar que ni la Rama Legislativa puede —y en el caso del Senado, no quiere— frenar sus excesos aunque pisotee la Constitución.

Esa frase adjudicada al ideario de Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de esta nación, sobre que se había creado “una República, si es que son capaces de mantenerla”, empieza a cobrar significado cuando lo que se ha visto en las últimas semanas en el ámbito político-legislativo no es otra cosa más que la defensa de un poder despótico y el desdén hacia una Carta Magna que había dado un sentido democrático pleno a este país durante más de 200 años.

En efecto, el pesado bloque en que se ha convertido su comparsa republicana no ha podido, ni querido, ni ha sido capaz de mantener sana una República, en cuya democracia no valía la voz de un solo hombre, ni su poder estaba por encima de la ley.

El daño ya está hecho

Más aún, imaginemos de lo que será capaz Trump si es reelecto en noviembre de 2020 sin la presión de una reelección en 2024 y habiéndole perdido todo respeto al Congreso, aunque los demócratas mantengan el control de la Cámara Baja y aunque recuperasen el Senado.

El daño, finalmente, ya está hecho. Y es un perjuicio que va más allá de lo legal, pues ha rebasado todos los límites del comportamiento político, que seguramente repercutirá en el ámbito social y en sus diversas formas de relacionarse con su propia historia, sus prioridades y sus comunidades que le dan dinamismo y fortaleza.

Después de todo, dirá el mandatario, sus más nefastas políticas públicas, particularmente en materia migratoria, han sido mediante orden ejecutiva o regulaciones y sin la intervención del Congreso.

Además, pensará, quedó demostrado que puede hacer lo que quiera, como dispararle a alguien en la Quinta Avenida. como predijo en 2016; pedir ayuda a naciones extranjeras para su beneficio político personal; obstruir las investigaciones; intimidar testigos; burlarse de la Constitución; mentir, mentir y mentir, sin consecuencia alguna.

De este modo, su presencia aún en la Casa Blanca lo coloca en el peligroso y preocupante papel del “presidente más poderoso” que haya tenido este país. Claro, pero en sentido inverso a lo que significa gobernar por el Bien Común.

Una sociedad decadente

Pero estos hechos reflejan la decadencia no solo del sistema político estadounidense, sino de la sociedad misma, algo que ya había quedado demostrado con el ascenso de Trump al poder a pesar de su cuestionable reputación.

“No es mi problema”, parece concluir una sociedad condicionada a la fórmula del “éxito” o del “fracaso”, no en función de la moral o el humanismo, sino simple y llanamente del poder del dinero y lo que se pueda hacer con este para aplastar al otro, no para auxiliarlo.

La clase política

En fin, el proceso electoral arrancó este lunes con las asambleas (caucus) de Iowa, justo en medio del juicio político contra Trump que en el Senado es algo así como la crónica de una farsa anunciada.

Como cínicamente dijo el senador republicano de Florida, Marco Rubio, el mismo que por Twitter se pasa citando Salmos y versículos de la Biblia, sobre el proceso contra Trump: “Solo porque las acciones (de Trump) cumplan con los estándares de residenciamiento, no quiere decir que sea en el mejor interés de la nación remover al presidente de su cargo”. O sea, las acciones de Trump ameritan su destitución según lo prevé la Constitución, pero no se hará porque no conviene, no a la nación sino a los cobardes políticos que no quieren enfrentar a las huestes que apoyan a su caudillo.

Ese es precisamente el quid del asunto: esta clase de politicos es capaz de venderle su alma al diablo y seguir gozando del erario público, en función de sus propios intereses y no por el bien de una nación, cuya historia, por fortuna, les está reservando uno de sus capítulos favoritos: el de los traidores. Y de eso ni en este momento, ni en el futuro se escaparán. Están perfectamente identificados por el imaginario colectivo.

El monstruo

Si pensábamos que lo habíamos visto todo con Trump, ahora que lo han “entronizado” paradójicamente con los mismos intrumentos de la democracia, saldrá airoso del juicio político y vendrá más envalentonado y más vengativo que antes, no solo contra sus rivales políticos sino contra aquellos sectores de la población más vulnerables: inmigrantes, minorías y extranjeros, particularmente de color y de países pobres, latinos y musulmanes.

El Partido Republicano ha querido ganar a toda costa y ha creado un monstruo que tarde o temprano los hará ver su suerte, como a otro que trabajaron con él, dicen algunos observadores. Y lo tendrán bien merecido.

En fin, a menos que en los comicios de este año una amplia coalición de votantes le ponga un alto a Trump en las urnas, el “Frankenstein” creado por los republicanos estará más desatado que nunca cuando este miércoles sus secuaces lo absuelvan y le den carta blanca a sus excesos y a su xenofobia.

Perfil del autor

Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice y David Torres es asesor de medios en español de America’s Voice.

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