Carmiña. Carmiña Burana
En la revista musical madrileña Scherzo leí in illo tempore lo siguiente: Que el consejero de cultura de la Junta de Galicia fue abordado por un periodista cuando se encontraba comprando entradas para uno de los conciertos del Festival de Música de aquella región, y a la pregunta de para cuál de ellos las compraba, o senhor conselleiro da Xunta respondió: «Para Carmina Burana, que es una de las buenas cantantes de este país».
Se non è vero è ben trovato, y además hasta me parece poco galaico e incluso levemente antipatriótico que no hablase de Carmiña Burana, como sería lógico en un buen gallego. Pero a fin de cuentas, Carmina o Carmiña, el cuento me lo creo. Me lo creo porque mi opinión acerca de los políticos que se inmiscuyen en el tema cultural es casi “más pior”, como diría Cantinflas, que mi opinión acerca de los políticos, sin necesidad de que se inmiscuyan en él.
Tenemos un caso semejante acá en Colonia, en la cultísima ciudad de Colonia, fundada hace dos mil años por los romanos. Es un caso datable al año 1992, anno horribilis, como recordarán, en que se festejó el quinto centenario del garrafal error de un aventurero llamado Cristóbal Colón. Con tal motivo se programaron eventos de todo tipo en los más insólitos lugares del mundo, uno de ellos Colonia. Esta ciudad está hermanada con Barcelona, y en el acto a que voy a referirme, cultural por más señas, intervino el formidable conjunto musical Hespèrion XX, de la capital catalana, dirigido por el sabio Jordi Savall.
Pues bien: al término del concierto hubo una recepción en el Ayuntamiento coloniense, y el alcalde saludó a la embajada artística barcelonesa con estas palabras: «Nos sentimos profundamente orgullosos de contar entre nosotros, para esta celebración, con el afamado conjunto musical de la ciudad hermana, Hespèrion…» (leve vacilación mirando el manuscrito, y luego decidido:) «Hespèrion equis equis». Jordi Savall, que sabe bastante alemán, ni siquiera se inmutó, lo que induce a pensar que no es la primera vez que oía semejante patinazo. Quizás incluso lo esperaba.
Y como no hay dos sin tres, les cuento lo que me contó en París el filósofo peruano Fernando Carvallo acerca de uno de los presidentes militares que ha tenido su país. Al inaugurar el Estadio Municipal de Lima, el buen hombre echó mano de sus conocimientos del latín y dijo más o menos lo siguiente: «Compatriotas, limeños, estoy orgulloso de poderle abrir las puertas de este Estadio a la juventud peruana para que se forme en él siguiendo la vieja sentencia romana, Mens sana in corpore sano. Y me alegro principalmente por los aficionados al box, que también aquí podrán formarse siguiendo esa otra sentencia de la vieja Roma que dice: Vox populi, vox Dei».
En fin, y para que no crean que sólo sé historias de políticos faltos de la más elemental cultura general, sepan lo que le sucedió una vez en Nueva York, a fines del siglo pasado, al novelista estadounidense Upton Sinclair, y así lo relata en sus memorias, American Outpost. Sinclair tenía en la Universidad un profesor de Música, Eduard MacDowell, quien era muy querido por sus estudiantes. No es raro, pues, que con motivo de su cumpleaños le enviasen un ramo de flores al que acompañaba una tarjeta con un ruego expresado en un verso de El oro del Rhin, la ópera de Wagner. Es un verso que comienza diciendo: “O singe fort!” (que significa “¡Oh, continúa cantando!”). Lo malo, ¡ay! es que MacDowell no esperaba una cita en alemán, y sí en francés, y lo que comenzó a leer decía también “O singe fort!”… sólo que en francés se pronuncia de otra manera… y además significa “¡Oh tú, mono ruidoso!”.
Moraleja : No aprendamos idiomas extranjeros, sólo nos proporcionan disgustos.
De El Espectador.