Cuadernos de la Pandemia / Los plutócratas al poder. Y el mundo que los enfrenta (Parte II)

“Sin desobediencia civil, la democracia no existe”.
—Howard Zinn, historiador y activista
Ya se veía venir y el tiempo ha llegado. Tanto en la campaña presidencial que llevó nuevamente al poder al líder del movimiento republicano MAGA, como en la ceremonia de posesión del 20 de enero en Washington, D.C., expuso ante los ojos del mundo el comienzo de una abierta y desvergonzada plutocracia desde el asiento del gobierno de los Estados Unidos. No que no existiera ya desde siempre ese injerencismo rampante de los multimillonarios en la vida política del país. Pero la escena de Elon Musk, bailando como un bufón atolondrado en la plataforma de uno de los mitines de campaña del candidato republicano, fue la imagen más delirante y tangible del ascenso de una nueva oligarquía, que ya lleva tiempo dirigiendo las cuerdas del poder político y económico.
Esa misma escena del baile triunfalista de Musk, volvió a verse una vez más. En esta ocasión en el salón circular de la Rotonda, en el interior del Capitolio, donde además del baile dio un breve discurso e hizo el saludo nazi ante un grupo de invitados maguistas, la mayoría de ellos hombres blancos ricos y mayores de edad, que asistían a la toma de posesión de Trump, y quienes rieron y se congraciaron con el saludo de Musk. Afuera, un pequeño y desbandado número de devotos tuvieron que aguantar el frío en la larga plaza del Mall, con temperaturas bajo cero, y sin siquiera tener pantallas para ver el regreso de su líder al centro del poder.
La hora ha llegado y ahora es cuando una pequeña dinastía tiene acceso casi irrestricto a todas dependencias del gobierno federal. Una dinastía representada por los dueños de las empresas tecnológicas más ricas del mundo y de los más grandes consorcios inversionistas como BlackRock y Vanguard Group, que han hecho lobby por años para determinar las políticas más importantes en el destino de esta nación-estado, y obtener el mayor beneficio personal y de sus empresas mientras les dure su edad dorada. Son ellos y ellas una dinastía que financió con más de mil millones de dólares la campaña de Trump y que ahora no solo reclaman poder sino que son el poder mismo.
Este grupo de plutócratas está encabezado por el momento por Elon Musk, y secundado de manera visible por Mark Zuckerberg y Jeff Bezos. Otros menos visibles son Timothy Mellon, Miriam Adelson, y Richard y Elizabeth Uihlein, y una docena más, quienes con sus miles de millones de dólares tienen la capacidad incuestionable de ejercer presión y controlar no solo el poder ejecutivo sino a legisladores que dependen de sus aportes para financiar sus campañas, y aún a jueces de la Corte Suprema de Justicia como Clarence Thomas, investigado por recibir regalos y costosos viajes de millonarios republicanos.
Los Estados Unidos, como gran parte de las autodenominadas democracias del mundo, han sido manejadas, ya sea abiertamente o entre bambalinas, por una oligarquía que busca mantener y aumentar sus privilegios e intereses. La idea de la democracia como un gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, nunca ha sido una realidad para gran parte de la población. Por el contrario, uno de los objetivos de la oligarquía es mantener la desigualdad social y económica en la población para poder dominarla. En el caso de EE. UU., las comunidades de origen europeo, anglosajón, han sido privilegiadas para la obtención de toda clase de beneficios, desde acceso a la vivienda en los mejores espacios, préstamos bancarios o estatales para iniciar empresas, educación y los trabajos de más alto rango, mientras las poblaciones racializadas, entre ellas las afroestadounidenses, latinas, asiáticas e indígenas, han enfrentado todo tipo de explotación y marginación sistémicas.
Los oligarcas normalmente compiten con otros oligarcas para asegurarse mayores beneficios, en cualquiera de los bandos que se sometan a sus intereses. Un caso que puede mencionarse es el de F.D. Roosevelt, el millonario demócrata quien en 1940 buscaba su tercer mandato mientras acusaba a su contendor Wendell Willkie y al Partido Republicano de estar vendidos a la clase rica. Su lema de campaña, “Wilkie para los millonarios, Roosevelt para los millones”. Hoy día, tanto demócratas como republicanos, están más que nunca bajo el imperio de los grandes capitalistas, como se demostró con los más de $1,650 millones que recibió la campaña de Kamala Harris de sus donantes superricos, y los más de $1,090 millones que entraron a la campaña de Trump provenientes de otros oligarcas.
Sin embargo, pese a las similaridades entre los oligopolios que dominan las esferas del poder político, social y económico desde la fundación del país, el actual gobierno plutocrático de MAGA se distingue por su estilo frentero y gansteril, que empuja sin miedo su agenda para ver hasta dónde aguantan las instituciones. Lo que resuena en el fondo de su modo de actuar es la imagen de lo que siempre ha sido Estados Unidos. Solo que ahora el mundo puede verlo a plena luz del día. Como en la figura tragicómica del rey desnudo.
Los métodos y la ideología supremacista blanca de corte fascista del mandatario y de los plutócratas que lo rodean, caen dentro de variadas definiciones políticas, todas ellas convergentes. Una de ellas es el patrimonialismo, al que Nathan Gilbert Quimpo, autor y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Tsukuba, Japón, describe como “un tipo de regla en la que el gobernante no distingue entre patrimonio personal y público y trata los asuntos y recursos del estado como su asunto personal” (1). Así, el mandatario actual de EE. UU. se cree con el derecho de gastar en sus primeros 60 días de gobierno más de 18 millones de dólares de impuestos de los contribuyentes jugando golf en campos de su propiedad, sin que eso parezca inmutar a nadie. Está convencido que los recursos del país están a su disposición personal y familiar.
Otra de las características de este gobierno es la que destaca Samuel Farber, sociólogo y profesor de Ciencias Políticas de CUNY: “Trump es un capitalista. Eso lo sabemos todos. Pero es un tipo particular de capitalista: un lumpencapitalista”. Farber toma la noción de Hal Draper, autor y activista que jugó un papel fundamental en el Movimiento por la Libertad de Expresión en los años 60, quien describía a los lumpencapitalistas como “‘los buitres carroñeros’ que se mueven entre la especulación y la estafa y que son los cuasicriminales o excrecencias delictivas del cuerpo social de los ricos, al igual que el ‘lumpenproletariado’ propiamente dicho es la excrecencia de los pobres”.
Y a esta benévola descripción añade, “La esencia del lumpencapitalismo de Trump se expresa de muchas maneras, comenzando por sus operaciones financieras turbias e ilegales (o que rayan en la ilegalidad). Los capitalistas ‘normales’ toman a menudo atajos ilegales en su búsqueda de ganancias —eludiendo el pago de impuestos, violando regulaciones estatales o tratando de quebrar ilegalmente a los sindicatos—, todo esto sin dejar de ser empresas capitalistas ‘normales’. Para el lumpencapitalista Trump, sin embargo, esos atajos son la principal estrategia para la obtención de ganancias” (2).
A estas características se añade un creciente autoritarismo ante un Congreso que ve tambalear su autonomía, o que simplemente está aliado al ejecutivo; y una Corte Suprema de Justicia que todavía está por manifestar su posición. Los plutócratas dentro de este sistema son los que parecen tener la última palabra.
El Proyecto 2025, que ha puesto en marcha el mandatario a través de una racha interminable de decretos ejecutivos, le sirve para desmantelar el estado y volverlo a recomponer pero con un personal afín a su ideología, dentro de estructuras aún más supremacistas y excluyentes, que beneficien aún más a una reducida clientela política y económica cuya finalidad es el dinero y el poder y el poder que da el dinero. Es también, como se prevía de este segundo mandato, una clara revancha contra la clase educada y científica, y la burguesía histórica que ha tratado siempre al líder de MAGA como un escalador que a punta de bravuconería ha logrado instalarse en el núcleo mismo del poder político de los Estados Unidos.
En un lúcido análisis de la situación presente del país, la socióloga Jennifer Walter observa que ahora más que nunca se puede aplicar lo que la periodista y escritora Naomi Klein llama la doctrina del shock: “Se trata de usar el caos y la crisis para impulsar cambios radicales mientras la gente está desorientada para resistir eficazmente. Esto no es solo política convencional: Es una explotación estratégica de los límites cognitivos”. La autora alude también al teórico de los medios, Marshall MacLuhan, “quien indicaba que cuando los seres humanos enfrentan una sobrecarga de información, se vuelven pasivos y se desconectan”.
Walter concluye que “los decretos ejecutivos emitidos uno tras otro por Trump crean un cuello de botella cognitivo, lo que hace casi imposible que la ciudadanía y los medios analicen a fondo cada política… Cuando múltiples políticas compiten por la atención simultáneamente, fragmenta el discurso público tradicional de modo que los medios tradicionales no pueden mantener el ritmo, creando una cobertura superficial. El resultado debilita la supervisión democrática y reduce el involucramiento público. Bien, eso es lo que está sucediendo en los EE. UU. ahora mismo”.
Entre las varias estrategias de acción que presenta la autora contra la amenaza de este gobierno autoritario están: enfocarse en dos o tres temas en lo que siente que debe involucrarse y tomar algún tipo de acción personal y social; ayudar a crear comunidad; compartir la carga cognitiva; y tener presente que quieren que estés disperso. Tu enfoque es tu resistencia” (3).
Uno de las agendas más agresivas que trata de implementar esta administración es la deportación expedita y a toda costa de inmigrantes empobrecidos y racializados de los países del sur global. Una de las razones de este odio es el hecho de que los inmigrantes son percibidos como una amenaza para el supremacismo blanco, en un momento en que estas comunidades son ya casi el 50% de la población de EE. UU. En este sentido, Juan González, periodista y co-director del programa de noticias Democracy Now!, quien tiene una larga trayectoria en favor de los derechos de los inmigrantes, señala que “los activistas de inmigración están coordinando una serie de movilizaciones masivas para esta primavera, con la esperanza de que vayan más allá de las históricas protestas por los derechos de los inmigrantes de 2006, cuando millones de indocumentados y sus partidarios salieron a las calles de las principales ciudades de Estados Unidos”.
González, autor de Harvest of Empire, uno de los mejores estudios sobre la migración latina hacia los Estados Unidos, destaca que hay “un llamado a las organizaciones de base para que culminen esas protestas a principios de mayo, específicamente el 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, con una serie de huelgas laborales: no solo uno, sino varios días sin inmigrantes, incluyendo paros en restaurantes y hoteles de todo el país el Cinco de Mayo, para dejar en claro la importancia de los inmigrantes para el capitalismo estadounidense”. El activista añade, “es obvio que el golpe neofascista que presenciamos no será derrotado simplemente con recursos legales en los tribunales. Habrá que afrontarlo en las calles. Y creo que los grupos defensores de los derechos de los inmigrantes sentarán las bases para el nivel de militancia necesario” (4).
Quizás si hay algo que pueda considerarse grande en la historia política de los Estados Unidos es la historia de rebeldía por parte de una lista muy extensa de pensadores y activistas, sumados a millones de personas de la población, contra cualquiera que quiera posar como un tirano y dictador. Es una tradición larga, que viene desde el pensamiento y las acciones simbólicas de Henry David Thoreau en el siglo XIX y su texto Desobediencia Civil, hasta filósofos, activistas y pensadores, que incluyen a Howard Zinn, Ángela Davis, Noam Chomsky, Cornell West, Mike Davis, quienes han tenido claro que una de las bases esenciales de esa aspiración que llamamos democracia es el derecho a la disensión, a la desobediencia, cuando el gobierno atenta contra la dignidad y los derechos de la población. El llamado hoy es hacer grande la resistencia otra vez.
Fuentes citadas:
1) “Trapo Parties and Corruption”, por Nathan Gilbert Quimpo, en KASAMA, Vol. 21 No. 1, Jan‐Mar 2007.
2) “Donald Trump, un lumpencapitalista”, por Samuel Farber. Jacobin, 11 junio 2024.
3) “Political Burnout is Real: How to Change the World Without Breaking Yourself” por Jennifer Walter. Jenifferwalter.me, 28 enero, 2025.
4) “Juan González: Immigrant Rights Groups Are Playing Key Role in Confronting Trump’s Neofascist Coup”. Interview by Amy Goodman. Democracy Now!, 11 de febrero, 2025.