Concurso de Ensayos de Hispanic LA (2): El sueño americano

Como parte del Proyecto Ralph Lazo, Hispanic LA organizó un concurso de ensayos entre estudiantes de escuelas medias y preparatorias de Los Ángeles en los que los jóvenes hablan de los desafíos que confrontan las familias latinas al inmigrar a Estados Unidos

El Sueño Americano

Pamela Fajardo Alfaro

El sueño americano, retratado como lo que todo inmigrante extranjero que llega a Estados Unidos quiere y lo ve. El viaje de los inmigrantes que llegan es único para cada individuo y el significado del “sueño americano” es también diverso. Pero ¿qué es el sueño americano?

Dos jóvenes recién casados, de 22 y 19 años, decidieron dejar a toda su familia, todos sus recuerdos, todo su pasado en México para comenzar una nueva vida en Estados Unidos en busca del “Sueño Americano”. En enero de 2002, mi padre Gustavo, de 22 años, se propuso mirar hacia adelante y superar todos los desafíos en busca de una vida mejor, en busca del “Sueño Americano”. A mi padre le aprobaron la visa de turista, lo que le dio luz verde para pasar la frontera de México a Estados Unidos legalmente.

En mayo de 2002, mi madre Cintia, de 19 años, salió del país, no por elección, sino por amor. “El motivo no era porque yo me quería venir, lo que pasa es que conocí a tu papá, y desde que lo conocí él siempre tuvo la intención de venir a trabajar a Estados Unidos”. Mi mamá fue al consulado de Estados Unidos cuatro meses después de que mi papá se había ido, esperando que le aprobaran su visa de turista, pero la suerte no estuvo de su lado y fue rechazada. “La única opción era cruzar con un coyote”, como se les dice a las personas que cruzan gente ilegalmente.

Un coyote no es un animal de la vida real, sino un apodo para una persona que contrabandea ilegalmente inmigrantes que ingresan a Estados Unidos a través de la frontera. Inmigrantes que arriesgan su vida, por tierra o agua, solo para llegar al otro lado.

Mi madre, dispuesta a arriesgar su vida para cruzar la frontera, tomo un vuelo desde Guadalajara a Tijuana, donde se quedó con una tía. Mi papá, aquí en los EE. UU, le dijo que encontraría y le pagaría a un coyote para que la cruzara de contrabando a través de la frontera. “Tu papá me dijo que ya había arreglado todo con el coyote. Nada más me acuerdo de que mi tía me llevó con una persona allá en Tijuana, era como un hotel, y allí me dejó. Iba también una prima mía conmigo.”

Mi mamá y su prima iban a cruzar la frontera. En el hotel “un señor gordo nos lleva a las dos a una habitación al final de un pasillo. Había dos muchachas, un muchacho, mi prima y yo”. El señor gordo le dijo a mi mamá y a la gente de allí que iban a cruzar la frontera ese mismo día. El señor les dijo que lo único que tenían que hacer era seguirlo a donde fuera, porque él era el que los iba a cruzar. Los seis, incluido el guía, compraron un boleto de autobús a un pueblo llamado “Algodones” que está cerca de la frontera con Arizona. Al llegar a Algodones entraron a otro hotel. “Nos metimos al hotel, lo que me acuerdo es que nos metieron a un cuarto, a ella y a mí, pero cuando abren el cuarto había como cincuenta personas en ese cuarto. No había ni donde sentarse”.

Al día siguiente, después de pasar una noche en esa habitación de hotel con otros cincuenta extraños, “nos dicen que ya nos vamos, que ya íbamos a cruzar”. Las otras cincuenta personas, la prima de mi mamá y mi mamá salen de la habitación del hotel, y mi mamá ve cuatro salas más con alrededor de cincuenta personas saliendo de cada una de ellas. A todos se les dan las mismas instrucciones, cada habitación tenía una camioneta asignada a la cual correr después de llegar al desierto. Esas eran las instrucciones, por extrañas que parezcan. “Nos suben a varias furgonetas, nos dejaron en un lugar que parecía como montañas, nos bajan… éramos un montón.” A mi mamá y a muchas otras personas se les dijo que corrieran hacia una pequeña colina de tierra y que esperaran para escuchar un silbido. Esa sería la señal de que tenían que correr lo más rápido posible, hacia la camioneta asignada. “Nos esperamos y en cuanto el chiflido, sales como parvada corriendo a localizar tu van. Todos nos subimos como puercos.” La camioneta, una vez que todos estuvieron dentro, partió. “Íbamos por la autopista, y yo alcancé a mirar un letrero, que decía Yuma, Arizona”. El desierto que mi mamá acababa de atravesar era la frontera con México y Arizona.

El viaje en camioneta iba bien a pesar de que el grupo de personas estaba muy incómodo. Mi mamá empezó a escuchar ruidos raros “yo nomás lo oí, y de repente, se oyó PUN, y la van empezó a irse de un lado para otro, y pues todos AHH y de repente ZAS queda en la arena metida.” El guía que conducía la furgoneta se bajó, corrió a abrir la puerta y les dijo a todos que corran. “Unos corrieron para un lado, otros para otro, otros cruzaron por la autopista corriendo, y yo seguí al guía, de cuarenta personas nomás quince siguieron al guía.”

Las quince personas, incluida mi mamá y su prima, corrieron con el guía a donde quiera que este fuera. “Brinque una cerca de alambre de púas”. Todos saltaron ese mismo alambre de púas con miedo a que los pillaran. Mi mamá quedó atrapada en el alambre de púas y sus pantalones se abrieron, por suerte cortando solo los pantalones.

Eran las nueve de la noche cuando el guía los llevo más hacia el desierto, alejándose de la autopista para no ser atrapados por inmigración. Ya estaban en EE. UU. Se adentraron más al oeste en el desierto, y desde allí comenzaron a caminar hacia el norte. “Eso pasó como a las nueve, y luego dieron las diez, once, doce, una, dos, tres, cuatro, cinco, caminamos ocho horas en el desierto, de noche, pero hacía mucho calor”. Tenían la esperanza de que el coyote enviaría a alguien a recogerlos para que no murieran. El coyote nunca envió a nadie a rescatarlos. No le importaban, porque había perdido a más de la mitad de las personas que le iban a pagar y ya no iba a ganar dinero.

Al aceptar que nadie los iba a rescatar, el guía les dijo que deberían regresar a la autopista y aceptar la derrota, dejando que inmigración los encontrara. Era ser atrapado y enviado de regreso a tu país o morir en el desierto tratando de llegar. “Un grupo de como diez muchachos dijo nosotros nos vamos a arriesgar, ya estamos aquí, debemos seguir. Y empezaron a caminar alejándose del resto.”

Cinco personas quedaron, el guía, mi mamá, su prima y dos personas más. Empezaron a caminar hacia el este, hacia la autopista. El peor enemigo era el sol que comenzaba a aparecer en el horizonte. Llegaron a la autopista y caminaron de regreso a la camioneta con la esperanza de conseguir agua o, eventualmente que los atraparan inmigración. No habían bebido ni una sola gota de líquido en más de nueve horas. “Yo ya iba alucinando, veía agua, era lo único que venía a mi mente”.

Eran las seis de la mañana y ninguno tenía líquido, estaban muriendo de deshidratación, el sol ya había salido y quemaba aun siendo solo las seis. En su desesperación por introducir cualquier tipo de líquido en sus sistemas, todos comenzaron a buscar botellas al costado de la autopista que los conductores habían tirado como basura. “Encontramos botellas, pero nomás nos mojamos los labios porque casi no había agua”. Eran las siete y media de la mañana y no se veía inmigración, todas las esperanzas estaban desapareciendo a medida que pasaba el tiempo. “Se para una troca blanca, se da el amarrón en la autopista, y nos dice, vengan, y allí vamos corre y corre.” Subieron a la furgoneta blanca sin siquiera saber quién era el conductor que resultó ser un coyote. Me gusta creer que era un ángel guardián enviado por Dios para rescatar a mi mamá. “Nos dio coca cola, pero, aunque estaban bien calientes, a mí me supo súper rica”.

La camioneta se internó en el desierto. Les dijo que era un coyote y que los llevaría a Los Ángeles y que le tendrían que pagar la cantidad que les iba a cobrar el otro coyote. Llegaron a Los Ángeles alrededor de las tres de la tarde. Le dieron agua y comida a los cinco. El coyote llamó a mi papá después que mi mamá le diera el número. En ese momento mi papá no sabía nada de mi mamá, dónde estaba, si estaba bien, si estaba viva o muerta. Mi papá nunca había estado tan preocupado en su vida. Apenas respondió la llamada se sintió aliviado al enterarse que mi mama había llegado a Los Ángeles. Mi papá llegó a donde estaba mi mamá para recogerla.

Mi papá y mi mamá vivieron en Los Ángeles con una de las tías de mi papá. Por muchos años ocuparon el garaje. Tanto mi mamá como mi papá trabajaron día y noche tratando de ganarse la vida. Juntaron dinero para poder mudarse a su propio apartamento. El sueño americano de mi padre de venir a buscar una vida mejor comenzó a vislumbrarse después que pudieron rentar un lugar propio donde en 2007 nací yo, Pamela. Mas tarde se mudaron a un apartamento de una habitación, y poco después, en el 2008 tuvieron otro bebé, mi hermano pequeño, Jacob.

Encontrar trabajo e integrarse fue difícil para mis padres porque no tenían conocimientos de la ciudad, cómo funcionaban las cosas o hablar el idioma inglés. Fueron grandes los desafíos que enfrentaron especialmente cuando, en el 2008, la economía se desplomó y mi papá perdió su trabajo.

Lucharon duro, teniendo dos bebés para cuidar. Mi papá con perseverancia y dedicación encontró un nuevo trabajo como carpintero y desde allí las cosas empezaron a mejorar, ahora es uno de los jefes en su trabajo. En cuanto a mi mamá, la razón por la que vino a los Estados Unidos no fue su sueño americano, sino por amor a mi papa.

Todas estas citas son de mi madre contándome su historia. Mis padres inmigrantes han logrado un buen pasar. Han trabajado duro para llegar donde están. Mi hermano y yo ahora tenemos 16 y 15 años y vivimos una buena vida llena de oportunidades y lujos que mis padres y Estados Unidos nos han brindado.

El sueño americano de mis padres se cumplió y han logrado la vida por la que han y siguen trabajando y luchando incansablemente. Si no fuera por ellos no sería la persona que soy, y por esa razón estoy más que agradecida de tener a Gustavo de 43 años y a Cintia de 41 años, como mis padres.

Mi mayor sueño es algún día devolverles a mis padres todo lo que hicieron por nosotros. Me sacrificaré y trabajaré muy duro para conseguirles su residencia. Ese es mi sueño americano.

Gracias, mami y papi.

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Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.

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