Concurso de Ensayos de Hispanic LA (1): La cruel travesía de un inmigrante

Como parte del Proyecto Ralph Lazo, Hispanic LA organizó un concurso de ensayos entre estudiantes de escuelas medias y preparatorias de Los Ángeles en los que los jóvenes hablan de los desafíos que confrontan las familias latinas al inmigrar a Estados Unidos

La Cruel Travesía de un Inmigrante

Linda Valencia

Inmigrante. Algunas personas al escuchar esta palabra sienten pena, lástima, o tristeza. No piensan que, al cruzar esa muralla que tan solo separa un país del otro, también traen su cultura y creencias. A nosotros, como inmigrantes nos define mucho más, no solo el esfuerzo de habernos trasladado a un país nuevo, sino lo que nosotros proveemos a ese país para poder llamarlo “hogar”.

Mi nombre es Carlos y soy inmigrante de Venezuela. Partí de mi hogar el 25 de octubre del 2018 con el propósito de una vida mejor. Lo que me llevó a tomar la drástica decisión de emprender mi camino hacia el llamado “Sueño Americano” fue la corrupción en la que mi país se encontraba. Como ciudadano de Venezuela teníamos muchos problemas económicos y yo no era la excepción. Afortunadamente, lo que me motivó mi partida fue que al llegar a los Estados Unidos mis hermanos, quienes ya vivían allí, podrían darme asilo mientras conseguía un lugar donde vivir y un trabajo estable. Así que el 25 de octubre, con mi mochila equipada con solo lo indispensable, emprendí el camino hacia una vida mejor, tomando rumbo hacia Colombia para después adentrarme en la famosa Selva del Darién o como yo le llamo, la Selva del Infierno.

Al llegar allí, lo primero que pude notares que nos dividieron en grupos, para después comenzar nuestra travesía. Al integrarme al grupo, me enteré de que todos íbamos al mismo lugar y por el mismo sueño. Algunos decían que tenían familia allá, otros solo depositaban su fe en Dios para que, al momento de llegar, pudieran encontrar un trabajo y mantener a sus hijos. Entre largas caminatas en el primer día de este ambiente silencioso, con solo grillos cantando a nuestro alrededor, escuché cómo mis compañeros contaban los motivos por los cuales tenían tantas ansias para de cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos. Al principio, el camino no fue pesado; sabíamos los peligros que corríamos en esta situación, como los ataques de animales, inundaciones, y deslaves, pero esa no era la mayor de nuestras preocupaciones en ese momento. Como no estábamos conscientes de cuántos días nos iba a tomar llegar al otro lado de la selva, teníamos la responsabilidad de racionar nuestras porciones de agua y comida. En un principio, esto no fue un gran problema.

Conforme pasaban los días, tomaba más en cuenta lo difícil de la situación. El hecho de que las mujeres, niños, ancianos, y embarazadas, tenían muchos más riesgos de poder lastimarse o rendirse a medio camino y tomar la decisión de regresar o hasta de perder la vida, me ponía los pelos de punta. Algunos de nuestros compañeros en la travesía fueron arrastrados por las fuertes corrientes de los ríos que cruzábamos. Sabía que, si eso me pasaba, la probabilidad de volverlos a ver era demasiado baja. Varios de nuestros compañeros se perdieron en la selva, otros se lastimaban de los pies por el camino rocoso que transitábamos. También enfrentamos animales salvajes a los que teníamos que evitar para poder seguir nuestro camino sin ser lastimados, y las veredas llenas de lodo, de alrededor de tres pies de hondo, en las que varias personas se quedaron atrás al hundirse en ellas. Con sacrificio y fuerza de voluntad, le pedía a Dios desde lo más profundo de mi interior sobrevivir a todos estos terribles acontecimientos. Afortunadamente, seguí adelante pensando en un mejor futuro para mí y mi familia a la que había dejado en Venezuela, aun sabiendo de los peligros que habría en mi travesía. No por nada la llaman la “Selva del Infierno”.

En el quinto día, éramos pocos los que continuamos nuestro camino, pero gracias a Dios íbamos saliendo de la selva. En mis últimos momentos en este salvaje ambiente, lo único que pasaba por mi mente era que esta pesadilla pronto se habría terminado y que después de este largo viaje podría continuar el camino en un ambiente de más tranquilidad. Al cruzar Panamá, sentí un peso menos sobre mis hombros, pues el peligro ya había pasado, o al menos eso creía. Aunque el transcurso de cruzar los países como Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, y México no fue una experiencia demasiado difícil, aunque el cansancio y deterioro de ánimo se hacía sentir. Lo único que me motivaba a seguir era la ilusión y la esperanza de ver a mis hermanos en los Estados Unidos.

Cruzando la frontera mexicana en el estado de Chiapas, tomé el autobús hacia el Norte, sintiendo la esperanza y tranquilidad de que a unas cuantas horas podría encontrarme con mi familia. Para mi mala suerte, a medianoche el autobús se detuvo para dejar subir a un grupo de personas que cuestionaban a cada uno de los pasajeros. Cuando llegaron a mí, por el hecho de ser inmigrante, fui bajado del autobús y secuestrado por ese grupo. Me llevaron por aproximadamente una semana a un lugar desconocido y, aunque no hubo abuso físico hacia mi persona, lo hubo para con mis hermanos que vivían en los Estados Unidos. Le pedían enormes cantidades de dinero por mi liberación. Mi temor no era hacia mí, sino hacia el dolor que le causaban a mi familia, quienes no tenían nada que ver con mis decisiones. El pensar que por mis ideas de tener una mejor vida estaba causando desgracias y preocupaciones a otras personas me destrozaba y desanimaba a seguir con mis planes. Cada dos días sólo escuchaba la voz de un hombre exigiendo la cantidad de 10,000 dólares hacia mi hermana a cambio de mi libertad. Al quinto día, enterado de que el dinero ya estaba depositado, me encontré con la novedad de que la nueva llamada no era para avisarle a mi familia de mi liberación, sino que era para exigirles otros 5,000 dólares. A este punto de mi vida, lo único en lo que pensaba era en que la mejor opción para mi familia sería que me dejaran por mi cuenta y yo hacerles entender que con 10,000 dólares ya era suficiente. Pero, mis hermanos continuaron esforzándose en conseguir lo que restaba del dinero. Pasaron tres días y el dinero restante fue pagado. Gracias a mis hermanos, se compró mi libertad.

Después de este suceso, gracias a Dios, por el resto del camino en autobús, ningún grupo de extorsionistas me llegó a molestar. Al llegar a la frontera de Texas, me esperaba un amigo de mis hermanos, quien se encargaría de ayudarme con el traslado para entrar a los Estados Unidos. Cruzar la frontera me llevó unas cuantas horas, para que una vez adentro pudiera reunirme con mi familia. Al momento de verlos, lo único que pasaba por mi cabeza era la alegría de haber llegado hasta aquí y poder reunirme con mis hermanos. Corrí a abrazarlos mientras mi mente le daba gracias a Dios por haber hecho este momento realidad. Rece en mi interior a todos mis compañeros, quienes pudieron haber estado conmigo en estos momentos, pero lamentablemente no lograron hacerlo. Finalmente, el esfuerzo había valido la pena y ahora me encontraba en las tierras del “Sueño Americano”.

Mis hermanos, con emociones encontradas y con felicidad de verme, me aconsejaron que debía empezar a buscar trabajo. Yo pensaba que iniciar una nueva vida en América iba a ser sencillo, pero el hecho de ser inmigrante y no tener papeles, me quitaba la posibilidad de conseguir trabajo. Algunos de los principales factores que estaban en mi contra fueron el no poder hablar el idioma, el no tener dinero a la mano, y la discriminación que se veía hacia nosotros los inmigrantes.

Cinco años han pasado y, aunque el idioma no es mi mayor fuerte, pude usar mis conocimientos de construcción junto con mis ahorros y el apoyo de mis hermanos, para invertir en una pequeña empresa de construcción. Muchos de nuestros trabajadores son inmigrantes a quienes se les da la oportunidad de su primer trabajo. De esta manera, recompensamos a aquellos inmigrantes que sufrieron lo que yo sufrí al llegar a este país.

Con nuestro esfuerzo como contratistas y el tener la oportunidad de empezar una nueva vida en este país, nosotros, como inmigrantes somos personas que, aunque tenemos muchos obstáculos, aportamos con nuestra cultura, conocimiento, y sobre todo con el trabajo, trabajo que nos da estabilidad, sin necesidad de aprovecharnos del sistema del país.

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Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.

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