Jimmy Carter, un faro de esperanza
Jimmy Carter, el trigésimo noveno presidente de los Estados Unidos, en mi opinión, fue uno de los líderes morales más destacados de la historia contemporánea estadounidense.
Su dedicación a la causa de los derechos humanos y sus esfuerzos por defender a los oprimidos resonaron profundamente en distintos rincones del mundo. Resonaron no solo como un valor universal, sino que también en hechos concretos que impactaron la calidad de vida de, por ejemplo, prisioneros políticos argentinos durante la dictadura cívico-militar de la década de los 70.
Entre 1976 y 1983, miles de personas fueron secuestradas, torturadas y ejecutadas en centenares de campos de concentración de los militares argentinos.
La crítica internacional fue escasa durante los primeros años de la dictadura, ya que muchos gobiernos occidentales, incluidos los Estados Unidos bajo Gerald Ford y Henry Kissinger, veían estos regímenes como aliados estratégicos en la Guerra Fría. Es más, los generales argentinos, firmes creyentes en la Doctrina de Seguridad Nacional, esperaban un continuo apoyo incondicional de parte de los Estados Unidos.
Pero el mundo cambió con la llegada de Jimmy Carter a la Casa Blanca. Su administración rompió con la realpolitik de sus predecesores al dar prioridad al tema de los derechos humanos en la política exterior estadounidense. Este cambio no fue simbólico; fue una estrategia deliberada que desafió a regímenes opresivos, incluida la junta militar argentina.
Una de las figuras más influyentes en esta estrategia fue Patricia Derian, designada subsecretaria de Estado para Derechos Humanos y Asuntos Humanitarios por Carter.
La valiente defensa de los derechos humanos de Derian la destacó como una oponente formidable de la junta. Visitó Argentina, confrontó a sus líderes y exigió rendición de cuentas por las atrocidades que reportaban no solo organizaciones de derechos humanos sino que también, como indican documentos secretos desclasificados, la misma Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires. Sus enfrentamientos con figuras como el general Rafael Videla y el almirante Emilio Massera simbolizaron una valiosa postura moral contra la impunidad del régimen militar.
La implementación de la nueva estrategia de derechos humanos, condujo a que Estados Unidos redujera la ayuda militar a Argentina y obstaculizara su acceso a préstamos financieros internacionales.
Estas acciones debilitaron la capacidad de la junta para sostener su régimen opresivo y alentaron a defensores de los derechos humanos tanto nacionales como internacionales.
Aunque es imposible cuantificar cuántas vidas se salvaron exactamente gracias a estas medidas, es innegable que las políticas de Carter frenaron el fervor genocida del régimen.
Como prisionero político de la dictadura fui testigo del cambio en la actitud de la junta a medida que aumentaba el escrutinio internacional. En 1979, fui liberado tras cuatro años de prisión política, gracias en parte a los incansables esfuerzos de organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional que mantenía una influencia substancial dentro de la administración Carter.
Mi liberación fue facilitada por la valiente defensa de personas como Mary Evelyn (Mev) Porter, miembro de Amnistía Internacional, quien viajó a Argentina con gran riesgo personal para apoyar a quienes sufrían la represión del régimen militar. En su estadía en el país, trabajó junto a familiares de presos políticos y desaparecidos y con figuras como Tex Harris, un diplomático estadounidense en Buenos Aires que, horrorizado por los abusos de la junta, mantenía contactos estrechos con las Madres de Plaza de Mayo y otros activistas de derechos humanos. Harris, Mev y otros, inspirados por la agenda de derechos humanos de Carter, recopilaron testimonios y llevaron la atención internacional a la difícil situación de los desaparecidos y presos en Argentina.
El impacto de la administración Carter en Argentina trascendió los casos individuales. Dio esperanza a una nación bajo asedio, demostrando que el mundo no había dado la espalda completamente a las víctimas del terrorismo de Estado. Aunque la dictadura permaneció en el poder hasta 1983, su credibilidad y fuerza fueron erosionadas por la presión internacional sostenida que las políticas de Carter ayudaron a generar. Para cuando Ronald Reagan asumió la presidencia en 1981 y restauró la ayuda militar a Argentina, la junta ya estaba tambaleándose y la democracia estaba en el horizonte.
El legado de Carter como defensor de los derechos humanos no está exento de críticas. Especialmente considerando las complejidades geopolíticas que a veces limitan la efectividad de las buenas intenciones. Pero para quienes vivimos los horrores del autoritarismo, los ideales de Carter fueron un salvavidas. Su presidencia demostró que la defensa de la dignidad y la libertad humanas podía ser un pilar central de la política exterior estadounidense, incluso en una era dominada por el pragmatismo de la Guerra Fría.