En pesero y Metrobus en el DF
Acompaño de mañana a mi hermana Magdalena. “Es cerca, iremos en el pesero hasta el Metrobus” me dice. Tomamos el pesero –le llaman así porque en algún tiempo se pagaba un peso por el servicio, es transporte publico concesionado a particulares por el gobierno del Distrito Federal- sobre la avenida México-Tacuba.
Mi hermana me instruye en el uso: hay que tener una tarjeta que sin crédito cuesta poquito más de un dólar. Nuestro destino la estación Piedad frente al Centro Cultural Siqueiros e Insurgentes.
El viaje es rápido, se me recomienda pisar con cuidado al subir y al bajar, correrme al centro del autobús – esta repleto de gente, no hay asientos disponibles- por si se desocupa algún asiento cuando alguien se baje.
Ya en la marcha, veo los cambios que la ciudad ha tenido desde que me fui. Veo muchísima más gente en las calles, en los transportes. Los pasos de peatones están repletos. Los árboles han crecido, se ve el color verde por todas partes. Al cruzar Avenida Reforma, pregunto a mi hermana por qué está una señora sentada en un monumento que está casi al ras del suelo.
“Son bancas artísticas, hay muchas por toda la avenida Reforma, embellecen, adornan la ciudad, y sirven para sentarse, fueron hechas y colocadas con esos propósitos”.
Al llegar a la glorieta de Insurgentes casi toda la gente baja. Nos sentamos finalmente y un número mayor de usuarios sube, todos van al sur de la ciudad como nosotros. Quizá un 80% de los que ahí viajamos son de cuarenta años de edad o menos. Mujeres y hombres por igual. Los más jóvenes traen puestos audífonos conectados.
Recuerdo al llegar a la estación Campeche el departamento donde viví en mi juventud, los paseos diarios con mi madre al mercado Medellín a comprar nuestro “mandado”, y las visitas que hacíamos con mi hermana los fines de semana al puesto donde se comen cócteles de camarón, muy al estilo chilango con mucha salsa catsup, limón, cebolla, cilantro, y la insustituible salsa Valentina.
Así, recordando el pasado, llegamos a nuestro destino. Pasamos por esquinas repletas de comensales comiendo tacos de guisado y al pastor. Son oficinistas del área, haciendo lo que es aquí normal, comer en puestos instalados en plena calle. Todos, ricos y pobres lo hacen. No existen clases sociales para los tacos, ahí si, a la hora de comer todos comen parejo, al pasar escucho las voces: “¿Me da dos de asada y tres al pastor?”
Y recuerdo de pronto Los Ángeles. Aquí como allí se vende fruta picada en las esquinas con su chile piquín, limón y sal. Aquí también está repleto de mexicanos y se habla español.
Algunos días después hago mi primer viaje sola, al entrar pido a un jovencito -no debe tener mas de veintiuno, usa su cabello cortado en gajos y el largo casi le cubre la cara, si puedo darle el dinero de mi pasaje en efectivo por carecer de la tarjeta. Accede, caminamos juntos hacia el autobús y la plática comienza al preguntarle si ese autobús es el Caminero, el que llega hasta mas allá de la UNAM.
«¿No es de aquí?», me pregunta. Sí, solo que regresé hace apenas unos días de California. Sus ojos se iluminan: “yo también estuve viviendo en California por tres meses, mis tíos viven allá por el condado de Ventura. Se vive bien. Trabajé con ellos.
«Por nada del mundo se regresarían a México. Los entiendo, no ganarían acá lo que allá ganan en construcción. Ya se acostumbraron. Yo no pude, en cuanto mi familia llegó siguiéndome en mis vacaciones, yo ya estaba listo para regresarme. Me urgía regresar al DF. Aunque hay allí muchos mexicanos, la vida es otra. Además, aquí estoy estudiando, volvi a la universidad.
«Que bueno que usted también se regresó». Y si, estoy de regreso, a veces me sueño allá y cuando despierto me asusto al darme cuenta que no estoy en mi cama, que la ventana no da al jardín y que la gente que quiero está lejos, a mas de mil kilómetros de distancia. Me pasaba mucho pero a la inversa antes de venir, pero allá mis sueños eran felices, soñaba que mi familia entera llegaba a despertarme, entraban todos en fila, sonriendo. Y yo les preguntaba: ¿Cómo pasaron sin papeles?
Ellos respondían: «Así nada más», ahí frente a mi estaba mi padre, mi mama, y todos mis hermanos. Decían que nadie los había detenido, que no encontraron fronteras ni autoridades y el despertar era de contento, sonriendo, carcajeándome de mis sueños, y de lo que hasta ahora se me ha hecho imposible: unir las ciudades, hacer de dos una y juntar a todos los que quiero en el mismo terruño.
Publicado originalmente el 30 de septiembre de 2009.
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En Tijuana hay un Parque, que comparte terreno entre Estados Unidos y Mexico. Este parque, recuerdo que en algun momento de mi infancia, no estuvo cercado como hoy dia. Quienes hayan visto las fotos donde la barrera fronteriza llega hasta el mar, ahi mismo se encuentra este parque. Es doloroso ver a familias, separadas por un documento, como se encuentran en ese punto, y entre la malla de alambre se saludan, se tocan las manos, se platican, se tratan de besar, es simplemente devastador. Mi madre sigue en Mexico, y para darles un ejemplo de como pesa en el subconsiente esta malla divisora, les platico que aunque tiene visa para venir a visitarnos cuando le venga en gana, hace un par de semanas tuvo un sueno, donde tenia que reunirse en ese punto con nosotros, ella de lado de Mexico y nosotros en el americano, separadas por una malla. Dice que se desperto llorando.
Querida Marga,
Conozco el sitio que nos describes, -estuve ahí en 2007- es cierto, estaba ahí una familia teniendo un dia de campo unos en el lado mexicano y los demas en el lado estadounidense, reían, y comían alegres todos al mismo tiempo, quiza venciendo la conciencia de que en realidad estaban separados.
Lamento el dolor de tu madre. La mía casi perdía la razón cuando emigramos cinco de los ocho hermanos a California.
He tenido el mismo sentimiento de cercanía o lejanía respecto a California y la familia que vive allá. Deseando además siempre que las dificultades de paso no fueran tan severas, y que fueran los impedimientos fueran sólo de distancia y de dinero, no de permisos o visas imposibles de conseguir.
La emigración hace escisiones, separa familias físicamente, lo único que a los emigrantes nos queda por hacer, por rescatar, cuidar, trabajar, es que esos cortes, no lleguen hasta nuestro corazón.
muy interesante
El sabernos leídos nos hace sentir escuchados, te agradezco el compartir tu sentir.
Sarai