Aires de Polanco

A unas cuantas estaciones del metro hacia el norte de la Hipódromo Condesa, se encuentra mi centro de trabajo, en la famosa zona de Polanco, que al igual que La Condesa, se encuentra fragmentada en una serie de colonias, que a uno lo terminan por perder y más siendo nuevo en la ciudad.

Para bien o para mal, concentro parte de mi vida en ese antiguo rancho aledaño a la famosa Hacienda de Los Morales, que alberga grandes hoteles, lujosos restaurantes, boutiques de fama internacional, embajadas, centros comerciales y una serie de edificios tanto habitacionales como corporativos que denotan cierto contraste de estilos y épocas.

En pocas palabras, Polanco es una de las principales zonas exclusivas y de referencia en la ciudad. En el plano social resulta interesante ver lo cosmopolita que es, siendo el punto de distracción personal la comunidad judía, que llama la atención por la indumentaria característica de los más religiosos entre ellos.

Entre extranjeros, oriundos de la zona y la población flotante que visita o trabaja en Polanco, los hombres de traje que conducen y vigilan a otros, se vuelven una especie de común denominador, mimetizándose entre sus patrones de modo peculiar.

Tenía una idea preconcebida de Polanco, que terminó por ser muy alejada de la realidad.

Para alguien más enfocado a la cuestión funcional que a la formal resulta algo decepcionante.

Desplazarse por Polanco conlleva a sortear una serie de obstáculos que se vuelven más llamativos si consideramos la alta plusvalía existente.

Caminar por sus banquetas es ir cambiando de nivel y de dirección por las modificaciones particulares que cada lote tiene frente a su inmueble. No hay uniformidad de criterios y si a eso le sumamos la invasión de vehículos en las aceras, el peatón se vuelve lo menos importante porque como me decían un día “aquí todos llegan en coche”.

Pero si volteo hacia las calles observo algo que me parece contradictorio: las superficies de rodamiento en un estado que va de lo aceptable a lo lamentable.

Para una zona donde el coche es amo y señor, las calles muestran una cara de zona de bajos ingresos, donde conducir termina siendo una odisea por la cantidad de tráfico que circula.

Y ahora viene lo más extraño: ver cables de energía eléctrica y de teléfono contrastando con las lujosas fachadas de lujosos edificios y grandes boutiques.

Si tomo como punto de partida el cruce de la calle Moliere y la famosa avenida Presidente Masaryk, a simple vista tengo una gasolinera frente a la lujosa tienda de Louis Vuitton.

Comienzo a desplazarme hacia el oriente, donde se van observando uno a uno los inmuebles lujosos de marcas rimbombantes. Si veo cada una de las fachadas y deseo sacar una imagen limpia, nunca encontraré un ángulo adecuado por la cantidad de cables que se interponen a la vista.

Así que me viene a la mente la pregunta ociosa del porqué se emplazaron en un entorno tan poco estético. ¿O acaso la imagen urbana no cuenta para las boutiques y las autoridades de la Delegación en esta famosa y cara zona?

Si ahora me enfoco en la vegetación, me pongo más exigente, porque no puedo creer como esta zona colindante con el bosque de Chapultepec tiene tan limitadas sus áreas verdes, concentrando mucho de su arbolado en los camellones y restándole jerarquía en las banquetas. Hasta el Parque Lincoln se me hace artificial y con poca vida.

Del mobiliario urbano mejor ni hablamos, pero sí me llama la atención ver basura en la calle.

Si, soy un exagerado, pero siempre termino observando y comparando rigurosamente lo que se me va presentando a la vista, porque al final, una imagen vale más que mil palabras y si aparece en una guía turística, debería ser lo más apegada a la realidad y no una ilusión óptica.

No se hasta donde se ha perdido la capacidad de mirar lo que nos rodea en estos tiempos de mundos virtuales, pero cuando observo la zona de La Condesa, la Roma o la del Valle, por citar algunos ejemplos, veo que existen en la ciudad lugares que se preocupan por su imagen urbana y que hacen valer su plusvalía.

Ya me tocará vivir la ciudad en otras zonas, con condiciones diferentes o situaciones extremas, aunque Polanco no escapa a los engaños.

Salí de la oficina a las 18 horas rumbo al metro por Avenida Presidente Masaryk.

Un coche se detiene frente a mi en un crucero al momento que intento cruzar la calle. En su interior observo a un señor de traje oscuro de unos cincuenta años con aspecto de Martin Scorsese; pero moreno y sin cabello.

– Perdone. ¿Usted parla italiano? – Me pregunta con un acento italiano algo forzado.

Me acerco por el lado del copiloto. Me extiende la mano. Al momento del saludo siento su mano rugosa y sudorosa.

– No señor, pero puedo hacer el intento de comprender lo que me diga. – le contesto con cara de sorpresa.

– Mire, yo soy de Milán y estoy desde hace una semana en México porque vine a hacer una presentación en una expo de moda. – Me va explicando su situación mientas me hace ademanes con la mano derecha y sostiene el volante con la izquierda, sin importarle que está obstruyendo el paso de los coches en un carril.

– A ha. – Le contesto esperando que me pida como llegar a una dirección, pensando que las probabilidades de orientarlo adecuadamente son nulas, con una excusa final de que soy provinciano.

– Me llamo (pongan el nombre que quieran, porque no lo recuerdo) y aquí tengo mi pasaporte, mire. – El señor sacaba su pasaporte italiano de una carpeta color manila, lo abría para mostrarme su foto y su nombre. En ese momento ya sabía hacia donde iba.

– Si. – Le contesto mirándolo directamente a los ojos, pero el me evade. Se la ha pasado volteando a todas partes desde que se detuvo.

– Represento a la compañía (de nuevo pongan otro nombre, que ya estaba actuando en automático) y mire, aquí tengo los papeles. ¿ La conoce, verdad? – otra carpeta abierta para mostrarme unas hojas con membretes en color rojo.

– Y. – Ya quería cortarlo de tajo.

– Quería pedirte un gran favor. Yo acabo de terminar mi exhibición y me he quedado con un excedente de ropa que no me puedo llevar y si la mando a Estados Unidos me cobran mucho dinero en impuestos. Ya voy camino al aeropuerto y tengo poco tiempo.

– A ha. – seguí, fastidiado, con mi última pizca de educación.

– Entonces quería ver si alguien de aquí me podría comprar o colocar parte de esta ropa. Te la puedo mostrar donde quieras.

Comienzo a reírme, no lo pude evitar, al mismo tiempo que frunce el ceño.

– Aah, – esboza un grito de molestia y toma el volante con ambas manos.

Acelera y se aleja. Observo que es un Honda con placas de Jalisco. Me pregunto de qué me vio cara y me sorprendo que eso suceda en el corazón de Polanco.

Saquen sus propias conclusiones, pero al final prefiero volver con la gente alternativa que quedarme con el jet set, que al final, reflejan en su propia zona, lo que son como personas, pura apariencia y poco esencia, sin generalizar y con sus excepciones.

Que Dior me perdone.

Autor

  • Ricardo Trapero

    Arquitecto por vocación y destino, escritor por convicción. Desde muy joven emprendí el viaje por la libertad. En mi camino he visto, percibido y palpado tanto, que un día decidí plasmarlo de la mejor forma que entendía. Las letras que han sido mis entrañables compañeras, cada día me acercan un poco más a la libertad, la cual aún no he encontrado pero que ya siento cerca. Creatura hombre, mexicano y sibarita en entrenamiento.

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2 comentarios

  1. Mi estimado…
    Me ha encantado este relato, sin ánimos de ofender, sí intento verte la cara de provinciano, de esos abundan por aquí y no solo en polanco, hasta en el metro te arman la escena dramática y de lo que quieras y menos te imágines, como buenos mexicanos somos re creativos para la tranza y embuste…
    Me encanta que tu visión de Arquitecto este en todo momento, es un placer leerte de nuevo.
    Un gran abrazo y saludo!! ;-)

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