Adiós Afganistán: sin pena ni gloria
Pese a las terribles imágenes de caos y el trágico abandono de miles de colaboradores, pese a la certeza del abuso al que someterá el Talibán a millones de mujeres y adolescentes, la administración Biden no tuvo otra opción que dar fin a la intervención militar estadounidense en Afganistán.
De esta manera, cumplió una de sus principales promesas de campaña. Adiós, Afganistán.
Una guerra que no se podía ganar
El presidente tuvo la claridad de miras de la que carecieron sus predecesores para reconocer que esta guerra no se podía ganar.
El Talibán, después de 20 años, recuperó Kabul, casi sin gastar un tiro. Y así, de un soplo, terminó la aventura irresponsable en el país llamado «el sepulcro de imperios», sin pena ni gloria. El Talibán gobernaba el país al llegar los estadounidenses hace 20 años y ahora recuperó el poder.
Fue George W. Bush, el hijo, quien inició hace 21 años la intervención extranjera y dejó inconcluso el conflicto para concentrarse en la falacia de Irak, buscando en la arena armas de destrucción masiva; Barack Obama incrementó las tropas y profundizó el descomunal gasto de recursos en tratar de crear un país laico, espejo del nuestro.
Trump se propuso dar fin a la guerra y redujo las tropas de 50,000 a menos de 5,000, pero persiguió un acuerdo con el Talibán que al final resultó inasible. Por una vez su idea – la de dar fin a los conflictos armados que el imperio perpetraba en todo el globo – fue acertada.
Biden, quien como vicepresidente fue participante del error original, termina el ciclo.
Hasta esta semana, el partido republicano sólo acusaba al gobierno actual de tratar de detener la retirada, con Trump jactándose absurdamente y en público de que Biden no podría hacerlo, que el proceso ya había iniciado gracias a su genialidad. Pero ya comenzó el festín de ataques contra el presidente. La partida de Afganistán será seguramente su caballito de batalla en las elecciones de medio término del año próximo. Lástima, porque si hubiese unidad se podrían aprender las lecciones de esta calamidad. Lástima, pero no impredecible.
Adios Afganistán como Adios Vietnam
Repetimos, la decisión fue correcta. Inevitable. Como la de Vietnam para Nixon. La otra alternativa era quedarse, quién sabe por cuántos años más, sin posibilidad de éxito y a un costo espantoso en vidas de soldados y de civiles.
Sin embargo, la manera de la retirada, su planificación y ejecución, no podían ser peor. El Talibán aprovechó el caos y la ineptitud del gobierno títere para recuperar el poder en pocas horas y poner en evidencia todos los errores cometidos. Incluyendo los últimos, los de Biden.
Lo que el mundo recordará ahora es el brevevideo de centenares de afganos jóvenes que desesperadamente tratan de huir del país, corriendo a la par de un gigantesco avión militar estadounidense, cuando inicia el despegue. Y la imagen – un mero puntito en el cielo – de uno de ellos, que se aferró al fuselaje, cayendo hacia su muerte. Fue el fin Afganistán.
Sí, es la huida de los helicópteros del techo de la embajada estadounidense en Saigón al término de la guerra de Vietnam.
Lo que significa que no se aprendió ninguna lección.
Dice el gobierno que la celeridad del derrumbe “tomó a todos por sorpresa”. Una de dos: o mienten o les mintieron, o bien su capacidad de análisis es muy deficiente.
En su discurso a la nación, Biden responsabilizó ayer de los fracasos a un gobierno afgano que ya no existe y que era reconocidamente corrupto e inepto. Lo acusó de haber impedido un éxodo organizado de los miles de colaboradores con las fuerzas de ocupación hasta que fue demasiado tarde.
Aunque al cierre de su alocución a la nación dijo «The Buck stops with me», es decir, que la responsabilidad no puede o no debe transferirse a otra persona, no vimos toma de responsabilidades. ¿Hizo todo perfectamente bien? Y si no acepta aunque sea en parte responsabilidad por la manera de consumar la retirada, ¿qué es lo que acepta?
Políticas erróneas, análisis irreales
Pero el desastre cuyo desenlace sigue ante nuestros ojos no es nuevo; es el resultado de muchos años de políticas erróneas y análisis optimistas e irreales. Estados Unidos gastó en ayuda al gobierno afgano, dos billones (en inglés trillions) de dólares, de ellos ⅔ partes para crear un ejército perfectamente equipado de 300,000 soldados que no presentaron batalla.
Y este desastre costó las vidas de casi 2,500 soldados estadounidenses, vidas perdidas en vano, y las heridas de 20,000 adicionales. Así también, murieron 66,000 soldados y policías afganos, 1,144 soldados de la OTAN y al menos unos 50,000 civiles entre hombres, mujeres y niños, víctimas inocentes del conflicto.
Ojalá que sea este el fin del concepto de que Estados Unidos es el policía del mundo, que puede configurar el mundo a su semejanza. Un concepto ya insostenible, que solo trae fracasos e inenarrable desgracia para los países implicados.
Permanecer en Afganistán no era el interés de seguridad nacional de nuestro país. Y como dijo Biden, “nunca hubo una buena manera de retirarse de Afganistán”. Adiós, Afganistán.