El Museo de la Imagen y la Palabra (MUPI) en San Salvador

San Salvador.– «Estas son esculturas hechas con chatarras, con desechos» dice Carlos Henríquez Consalvi apuntando a un conjunto metálico que representa a la universal pareja El Quijote de la Mancha y su compañero Sancho Panza, que en estos días reciben a los visitantes al Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) en San Salvador.

«Las tenemos en homenaje al gran Quijote, pero también a lo que representa mucho de su pensamiento».

La obra, modelada a escala humana, es obra del escultor Alfredo Melara Farfán (1911-2000), de Atiquizaya, un pueblo del occidente con raíces afroamericanas. Melara Farfán se ganaba la vida como mecánico automotriz, y los materiales de su obra provienen de los fierros del taller. Su familia hizo la donación.

El recorrido que nos atrae esta mañana es precisamente informarnos de las nuevas adquisiciones del MUPI, fundado por Consalvi en 1996, cuatro años después del fin del conflicto armado que ensangrentó al país por más de una década.

El museo y su director comparten mucho de quijotesco. No existía en El Salvador nada parecido al MUPI, que no para de abrir ventanas para observar y tratar de comprender las corrientes de la historia salvadoreña.

Galería de fotos

Otra donación reciente al museo consiste en 10,000 fotografías del italiano Gio Palazzo, que recogen la historia de El Salvador en el período de la guerra. «Los 80 en blanco y negro» incluye movilizaciones en las calles de San Salvador, la vida cotidiana en los campos de refugiados, madres de desaparecidos, campamentos guerrilleros y personajes políticos de entonces.

«Es un registro etnográfico e histórico de toda esa época”, resume Consalvi.

Una de las fotos fue tomada por Palazzo a bordo de un helicóptero militar después de haber sido capturado por el Ejército.

Lo conducen al Estado Mayor en San Salvador para que explique por qué se encontraba en una zona guerrillera. Eventualmente será deportado.

Palazzo no estaba afiliado a ningún buró noticioso de los que reportaron la guerra. Era un obrero de Milán que ahorraba de su salario y viajaba al país para «cubrir la guerra solidariamente». Se movía por su cuenta, un cronista independiente.

Consalvi es mejor conocido como Santiago, nombre de guerra que se remonta a sus días como locutor y jefe de la Venceremos, la radio guerrillera que por más de diez años acompañó la lucha revolucionaria en el oriente del país. Al agotarse el conflicto, Consalvi, nacido en Venezuela, se radicó permanentemente en El Salvador. En 2009 recibió el Premio Internacional de Cultura Prince Claus.

Bordados con historia

«Historias bordadas», reúne una selección de bordados que se remontan a los días en que un grupo de mujeres desplazadas por los operativos de tierra arrasada del Ejército se refugiaron en campamentos amparados bajo el ACNUR en Honduras y empezaron a tejer sus historias con hilo y aguja.

Los bordados originales usados en los hogares campesinos tenían una función decorativa en las mantas de la tortillas. Pájaros y flores eran los motivos comunes. Pero la guerra cambió eso: los bordados elaborados en los refugios de La Virtud y Mesa Grande recreaban helicópteros de guerra, soldados con fusiles, casas incendiadas, poblaciones perseguidas,violación de mujeres y masacres como la matanza de civiles cometida por el Ejército el 14 de mayo de 1980 en las riberas del río Sumpul.

En la posguerra, las mujeres siguieron bordando y fundaron un taller en Las Vueltas, Chalatenango, uno de los pueblos donde los antiguos refugiados se asentaron durante una campaña de repoblación.

El MUPI acompaña este esfuerzo y promueve que las bordadoras, mujeres que viven de su labor personal, continúen produciendo obras de arte vinculadas a la memoria histórica, pero que, al mismo tiempo, desarrollen la capacidad de comercializar sus productos para fortalecer la economía familiar.

Uno de los bordados en la sala muestra una escena cargada de violencia. En primer plano, una chiquita ve arder un muñeco de trapo. La niña es Teresa Cruz. Elaboró el bordado a los 13 años, cuando vivía como refugiada en Mesa Grande. La imagen revive el momento en que una partida de la extinta Guardia Nacional prende fuego a su vivienda en el cantón Santa Anita, en Chalatenango, y de remate se ensaña con su «Pancho». Esto último es «lo que marcó su memoria».

En el proyecto de Las Vueltas, enclavada en las estribaciones montañosas del norte del país, participan alrededor de 20 mujeres, a las que ahora se suman –una especie de «ejercicio intergeneracional»– 40 niños y niñas del centro escolar de la población. Estos chicos, de 10 y 11 años, se criaron escuchando las historias que les contaban sus padres y abuelos. Ahora las reproducen con hilo y aguja.

«Nunca habían bordado, no es fácil. Mira la belleza y la intensidad: cómo representan el Sumpul» dice a la vista de una manta que recrea la matanza del 80. Al principio, los promotores no esperaban que los varones se entusiasmarán con los bordados, pero, según Consalvi, han sido los más entusiastas.

El proyecto del MUPI también le propone a los niños que, además de los intereses de la memoria y la historia, incorporen a su arte la etnografía de Chalatenango.

«Mitos y leyendas: eso estamos trabajando ahora».

Hay en la zona un conjunto de petrograbados, hasta ahora desconocidos, y ahora los niños han empezado a reproducirlos «como una parte identitaria de Las Vueltas».

El museo se propone reproducir la experiencia de Las Vueltas en otras poblaciones del departamento que también fueron afectados por la guerra, como Arcatao y San José Las Flores.

Cabeza de jaguar, arte esotérico

Otras adiciones recientes del Museo de la Palabra y la Imagen incluyen una cabeza de jaguar que, según el director del MUPI, fue encontrada en una tomatera en San Salvador y, además, se exhibe un puñado de cuadros inéditos del escritor y pintor salvadoreño Salvador Salazar Arrué (Salarrúe).

La cabeza de jaguar data del año 300 a.C. Se desconoce cómo llegó a la capital: es bien reconocido que el origen de las cabezas de jaguar remite al occidente del país. En una entrevista ofrecida a DW en 2021, el arqueólogo Federico Paredes, quien falleció el año pasado, informaba que hasta entonces 60 cabezas habían sido desenterradas, de las cuales únicamente quince estaban resguardadas en el Museo de Antropología de El Salvador. El resto habría caído en manos de coleccionistas privados y se presume que varias ya no están en el país.

A unos pasos de la piedra estamos frente a una fila de cuadros. «Esta es una exposición que se llama Himántara Diama Xitrán, que, según el idioma inventado por Salarrué, quiere decir: ‘La verdad esta en lo increíble».

«Por primera vez, mostramos muchos de los cuadros que tenemos de Salarrué… pero esto es lo esotérico: cuesta descifrarlo. Solo quien maneja el esoterismo lo puede disfrutar, lo puede descifrar», termina diciendo Consalvi.

Róger Lindo es escritor y periodista.

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