El pueblo: esa distorsión democrática

Las élites de poder siempre han intentado sostener sus intereses en base al aporte material del pueblo, pero evitando su participación plena en las decisiones del poder político.

El pueblo subestimado

Esa lógica que estuvo consolidada por siglos, basada en la denostación de “los otros”, los que no sabían, que no eran aptos para tomar decisiones; como los esclavos, las mujeres, los extranjeros; ya para filósofos griegos como Platón, planteaba que sólo podían gobernar los que tenían el conocimiento, reafirmando una democracia limitada.

Esa herramienta, la del saber, es la utilización penetrante del colonialismo, que naturaliza situaciones sociales, como devenidas celestialmente. En ese pensamiento se estableció, siglos después, que los pueblos originarios “no eran humanos” cuando llegaron los ignorantes saqueadores, civilizadores europeos.

El discípulo de Platón, Aristóteles, no repara dicho camino, ni lo cuestiona; aunque la democracia llena la acrópolis de Atenas y Macedonia, pero en esa condición restrictiva de los poseedores de las herramientas de conducción, basada en el ejercicio del poder de las élites gobernantes.

Las clases acomodadas distribuyen sus cuotas de poder entre ellas en el ejercicio de una democracia enunciada, no practicada, como sucede en el día de hoy. Aunque se haya instituido el voto universal, los mecanismos de construcción de poder siguen siendo a través de los representantes, sin lograr consolidar herramientas del poder popular, constitucionalmente amparado, a las cuales se las denota peyorativamente como “populismo”.

el pueblo

Maquiavelo, que tiene mala prensa, rompe esa ecuación al incorporar la categoría pueblo en sus escritos. Lo cual conmueve al mundo del poder en pleno 1600, que reacciona rápidamente y responde instalando el Leviatan de Hobbes. O sea, el Estado destinado como misión principal a mantener el orden o sea la represión. El disciplinamiento social siempre fue la principal preocupación de los sectores dominantes, hasta nuestro tiempo, en donde el orden es superior a cualquier otro aspecto de la vida institucional, postergando incluso la prioridad social de calidad de vida. Por algo la mala fama de Maquiavelo se ha mantenido a lo largo del tiempo, pretendiendo enterrar ese concepto disrruptivo, que es el pueblo, como sujeto histórico.

Naturalizar la dominación

Las religiones y los mecanismos individuales de control fueron la fuente de la preservación del orden colectivo, llevando a la resignación colectiva sumisa y a naturalizar las situaciones de dominación por generaciones.  El secreto confesional y el análisis individual, planteaba Foccault, son herramientas del poder para evitar los procesos revolucionarios que, en ambos aspectos, son alejados de una realidad que permita conmover los cimientos del poder real, los cuestionamientos, los enfrentamientos, los cambios, haciendo eje en el aspecto individual de la culpa. La incorporación del pueblo como actor principal pleno de los nuevos tiempos se comienza a dar desde los procesos revolucionarios como el de Francia, que en su desviación iluminista lleva a la coronación napoleónica y la masacre de las Comunas de París con 20 mil muertos.

el pueblo

Las luchas emancipadoras del siglo XlX en nuestra América Latina marcaron a fuego la participación popular en la guerra a la dominación colonial. Hombres, mujeres, niños, participaron sin distinción, negros libertos, mulatos, zambos, criollos, pueblos originarios, españoles e irlandeses anti monárquicos, reconstruyendo la memoria e identidad de un pueblo mestizo, moreno, profundo, que hizo historia, aunque fue denigrada en el tiempo, por el relato de los vencedores, aliados a la balcanización oligárquica anglosajona.

Los procesos populares fueron combatidos siempre por las élites del poder oligárquico. Cada vez que las multitudes irrumpieron en la escena política, los sectores liberales reaccionaron, intentando poner freno a la participación social en las decisiones políticas. Así constituyeron las llamadas democracias liberales, ajenas a lo social, a la cual dicen atender en sus necesidades en función de evitar el conflicto, pero sin ampliar derechos, ni establecer participación política de los sectores representativos de la Comunidad Organizada. Es la teoría del derrame de un capitalismo enano en su tiempo, ahora más brutal e inhumano, que es el capitalismo financiero.

Solo la lucha popular fue arrancando jirones de derechos en las diferentes etapas de la historia.  Siendo las movilizaciones populares de fines de siglo XlX las que pudieron presionar por la ley Saenz Peña en nuestro país, llevando al voto universal y secreto masculino al pueblo, coronando el triunfo de Hipólito Yrigoyen.

El pueblo

En 1919, la Constitución de Querétalo, en México, avanza sobre los derechos sociales explícitos y la propiedad de la tierra, en un hecho revolucionario que logra sobrevivir 70 años desde el PRI, Partido de la Revolución Institucional, como después lo hizo el peronismo en nuestro país. Sin lucha, sin conflicto y con consenso, solo se logra fortalecer el poder instituido, económico, de las élites oligárquicas. Los cambios estructurales profundos y revolucionarios se dan con la incorporación del pueblo al poder, a través de sus luchas.

El pueblo protagonista de las transformaciones

La Comunidad Organizada, herramienta peronista del poder popular constitucional, es la expresión máxima de transformación del pueblo, de espectador pasivo a actor político. Único sujeto de la historia que es capaz de establecer los nuevos paradigmas.

Esa es la razón de la contraofensiva del enemigo, que nunca es táctica, sino de diseño estratégico en función de sus intereses colonizadores, para lo cual se vale del cipayaje vernáculo siempre dispuesto a asumir los mandatos que impone la ley del más fuerte. En este caso, el Imperio. En ese camino se intenta despojar las palabras que invisten la democracia popular. Estableciendo el “orden” por encima de las necesidades y calidad de vida del pueblo, se establecen nuevos conceptos que apuntalan los esquemas macro económicos, desplazando hablar de la distribución de la riqueza que nunca llega, se desnaturalizan las luchas populares anteponiendo los rótulos de terroristas, “ejes del mal”, anti democráticos, “hordas salvajes”, como conceptos totalizadores de la política, evitando así la construcción de sueños colectivos, de utopías y esperanzas que son las mochilas necesarias en cualquier lucha por una causa justa.

Un Estado cooptado por el coloniaje, afirmado en la cultura neoliberal dominante desde hace cinco décadas, lleva a un debilitamiento de la democracia entendida como el Gobierno del pueblo, que siempre se repite como mantra, pero que está cuestionado en el mundo, ya que las teorías conspirativas del poder Imperial, colocando las luchas populares bajo rótulos excluyentes, entre el “bien y el mal”, intenta subordinar a los pueblos al ordenamiento social del Mercado. Siendo el Estado custodio de los intereses concentrados, como sucede hoy en nuestro país con una Corte Suprema injusta al servicio del enemigo de la Patria y en contra de los intereses del Pueblo.

De la movilización a la independencia

Sólo el pueblo movilizado puede modificar esa situación de dependencia, afianzado en esta etapa por un Imperio en decadencia que se vuelve más agresivo en su “patio trasero” ante su pérdida de poder mundial.

Sin Pueblo no hay Patria, sin Identidad ni Memoria no hay Pueblo, sin ideología no hay gestión, e ideología sin gestión es consolidar la dependencia. Sin pueblo no hay democracia y si las instituciones están cooptadas por el poder hegemónico, el pueblo en lucha debe superar esa asimetría producida por años de colonización, en donde hasta hemos llegado a naturalizar el mensaje del enemigo como propio, produciendo un verdadero Síndrome de Estocolmo. Por esa razón la estrategia del enemigo es pervivir por generaciones con control del Estado en situación de dependencia, estableciendo así parámetros muy bajos de reclamo social, evitando el conflicto, al cual temen porque la lucha popular persistente, termina por derrotarlos.

Así ha sido a lo largo de la historia y solo la sumisión eterna de la resignación social alimentada por el coloniaje, puede consolidarla como estrategia de una democracia vacía de contenido, con instituciones cooptadas hasta el debilitamiento de su función, paralizadas por el cumplimiento estricto de la defensa de los intereses del enemigo, cumpliendo solo la formalidad romántica del voto, que lleva a elegir un menú en que el pueblo no participó y lo convida cada dos años a ser testigo de la historia que otros escriben, en vez de ser protagonistas de sus propias construcciones sociales y políticas.

El peronismo nació y sobrevivió en la inteligencia de cambiar de raíz esa ecuación del sistema demo liberal burgués, siendo la expresión de la Comunidad Organizada, la ruptura con el orden establecido por los enemigos de la Patria.

El pueblo

Esa herramienta le dio la vitalidad de erigir las organizaciones libres del pueblo: desde el movimiento obrero organizado, a los movimientos sociales; desde la filosofía de la liberación, a los curas villeros y la opción por los pobres; desde las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a las cooperativas e iniciativas populares; multiplicadas por miles en el país, con el sueño compartido de la revolución nacional y popular, que no se mide en dinero, sino en expectativas y proyectos de vida, inscriptos en la Patria  Grande latinoamericana que no termina de nacer, pero que está pariendo.

BIBLIOGRAFÍA
Sebastián Artola: Teoría, Política y Militancia Ed. Último Recurso
Rodolfo Puiggros: Historia crítica de los partidos políticos Ed.Hyspamérica
Atilio Borón: Tras el búho de Minerva-Mercado contra democracia Ed.Fondo de Cultura Económica

Autor

  • Jorge Rachid

    Es médico y profesor universitario en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, presidente de IIDEART, integrante del MTA y del Instituto PATRIA Salud y asesor de la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados. Militante peronista setentista, miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego y cofundador de la Cátedra Libre de la Universidad de Buenos Aires en Filosofía del Arte, Historia y Cultura, de la Facultad de Filosofía y Letras, junto a Hugo Chumbita, Graciela Dragosky y Víctor Giusto. Autor de los libros «El peronismo pendiente» (Corregidor, 2004); «El genocidio social neoliberal» (Corregidor, 2006); «La Revolución Nacional, una revolución inconclusa» (Fabro, 2013); algunos libros militantes: «La Argentina Hipócrita», del Polo Social (2000); «El Estado de bienestar en una sociedad barbarizada», Ediciones IBAPE (2004); y coautor de «El bicentenario de la Revolución de Mayo y la emancipación americana», del Instituto Superior Arturo Jauretche (2010), «Accidentes y enfermedades profesionales (Editorial Juris, 2012); «La otra historia II», compilado por Pacho O’Donnell (Editorial Ariel, 2014), «Malvinización y desmemorización», compilado por Fernando Del Corro (Fabro, 2013), «Pensamiento nacional» (Formosa, 2011), entre otros.

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