La Argentina de Alberto… ¿o de Cristina?
Alberto Fernández no se anima a expropiar cuando hay que expropiar, no se anima a confrontar al sector agroindustrial cuando hay que confrontar. Su instinto negociador, su timidez política, lo lleva a un centrismo ideológico que impide una reconfiguración de las instituciones y la distribución más equitativa de la riqueza nacional
Las elecciones primarias argentinas del domingo pasado fueron una clara derrota del peronismo que llegó al poder menos de dos años atrás. Una derrota que ha generado una pelea interna con feroces ataques acusatorios.
Es fundamental recordar que el peronismo llegó al poder con una herencia económica y social que no se la puede desear ni al peor enemigo. Después de cuatro años del neoliberalismo de un Mauricio Macri que multiplicó las tasas de desempleo, aumentó descomunalmente las tarifas y generó un endeudamiento histórico, la Argentina que recibió el presidente Alberto Fernández, en 2019, estaba al borde de la bancarrota.
Pero junto con el desastre económico, a solo semanas de entrar en la Casa Rosada, Fernández confrontó la pandemia que prácticamente paralizó la mayoría de las instituciones económicas y educativas del país.
La respuesta del gobierno peronista fue diametralmente diferente a lo que probablemente hubiera hecho Mauricio Macri y asociados. Pero lo que promulgó Fernández y su equipo, como quedó claro en la elección del 12 de setiembre, no fue suficiente. La misma vicepresidenta Cristina Kirchner se encargó de recordárselo en una carta inflamatoria que si bien profundizó la crisis, en mi opinión, era más que necesaria para poner los puntos sobre las íes y preparar los instrumentos, generar recambios y abrir caminos políticos para tratar de remontar, en solo dos meses, la derrota de las primarias.
En realidad, la crisis parece haber comenzado cuando Cristina sintió que no estaba siendo escuchada por el presidente Fernández en su insistencia que era necesario cambiar la dirección de las políticas de gobierno. Ergo, cambiar a miembros del gabinete. Y como no había tiempo que perder, Cristina orquestó una de esas movidas de ajedrez a las que nos tiene acostumbrados que no solo sorprendió a Fernández sino que a todo el universo político argentino: provocó la renuncia en cadena de los ministros que le son leales.
Arrinconado, en un primer momento, el presidente no atinó a responder, pero con el paso de las horas finalmente cedió a las presiones y tal vez por ese instinto mediador que lo caracteriza, pero también reconociendo el peso de la formidable rival, no le quedó otra que bajar la cabeza y aceptar que, efectivamente, Cristina debía prevalecer y era necesario hacer cambios inmediatos y no esperar hasta después de las elecciones de noviembre, como inicialmente deseaba.
Aquí hay que volver a recordar un factor fundamental. No hay político con mayor respaldo popular en la República Argentina que Cristina Kirchner. La ex senadora, ex presidenta y actual vicepresidenta es la líder indiscutible del peronismo con un apoyo consistente que gira alrededor de un tercio del electorado. Un porcentaje que no es suficiente para ganar una elección por sí misma, pero suficiente para entorpecer las posibilidades de otros.
A no engañarnos, Alberto Fernández es presidente porque Cristina lo eligió. Y lo eligió, a pesar de serias diferencias que tuvieron en el pasado, por una necesidad táctica de unificar a distintos sectores del peronismo, que parecían irreconciliables. Porque no podemos olvidar que el peronismo, como decía el general Juan Domingo Perón, no es solo un partido político, sino que un movimiento. Un movimiento que, como quedó claramente ejemplificado en nuestra dolorosa historia, incluye diversos sectores que muchas veces tienen poco o nada en común.
En el peronismo coexistió una derecha terrorista con un peronismo revolucionario y diez mil versiones en el medio. ¿O acaso hemos olvidado que en el Ministerio de Bienestar Social de José López Rega (uno de los ministros favoritos del general) estaba el arsenal de la Alianza Anticomunista Argentina y que, desde allí, se planeaban operaciones para salir a “cazar zurdos”? Y en el otro polo del espectro ideológico, ¿nos olvidamos de “la juventud maravillosa” que cantaba por una patria peronista, montonera y socialista?
Hace mucho que el peronismo dejó atrás el terrorismo de la derecha y el idealismo de la izquierda, pero eso no significa que se hayan eliminado las diferencias ideológicas. Algunos han sido y son neoliberales, como Carlos Menem y sus seguidores; otros, son del campo nacional y popular, como Cristina Kirchner. Pero la variedad es inmensa. Están los Eduardo Duhalde, los Sergio Massa, los Alberto Fernández, por nombrar algunos.
Alberto Fernández no se anima a expropiar cuando hay que expropiar, no se anima a confrontar al sector agroindustrial cuando hay que confrontar. Su instinto negociador, su timidez política, lo lleva a un centrismo ideológico que impide una reconfiguración de las instituciones y la distribución más equitativa de la riqueza nacional.
Y es ahora o nunca, como sugiere la vicepresidenta. Hay que empezar a hacer lo que no se hizo de manera convincente. Se deben crear empleos, controlar la inflación, mejorar las jubilaciones, ampliar la ayuda a los sectores sociales más afectados por la pandemia.
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