Desafíos a la democracia en América Latina

Existen evidencias para inferir que varios países latinoamericanos poseen sistemas de “democracia de fachada”. Se manifiestan casos en los que se carecen de condiciones para el establecimiento de democracias funcionales que permitan aumentar capacidades y oportunidades a las personas. Lamentablemente no es sólo la situación de Venezuela, cuyo sistema democrático se encuentra prácticamente secuestrado. No, son también los sistemas de Centroamérica atenazados por el crimen callejero y por las redes criminales de la droga, factores que también han roto, con mucho, el tejido social mexicano.

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Quizá, como de costumbre, Costa Rica sea la excepción. Un país que, junto a Uruguay, y hasta cierto punto Chile, son las naciones funcionales en la región.

La actual condición de Argentina trata de incorporar un “ordenamiento de las cuentas en casa” que puede redundar en números alentadores en cierto control reciente de inflación, pero que se cobra los dividendos en inequidad y cotas de pobreza. También Brasil tiene inestabilidad con un trapecista como Bolsonaro, acorralado por escándalos internos y un pésimo manejo de la pandemia de Covid-19.

Es la era de las “post-verdades”, léase de las mentiras. Alentadas con nutrido entusiasmo por grupos rentistas, caldea los ámbitos latinoamericanos. Es el “se vale todo”, el de no principios, ni fundamentos ideológicos de partidos en la conducción de las sociedades. Decir ahora que un político no tiene coherencia, es como expresar que el agua se direcciona por la ley de gravedad.

El chavismo, afianza su poder en todo el andamiaje institucional del país, con los poderes plenos. Es un secuestro de la “democracia”. Lo hace de manera impúdica, mientras Latinoamérica y la comunidad internacional miran para otro lado, en su tradicional letargo.

Hoy sacudida por un escándalo, mañana tapado por otro. Lo último, incluso en lo internacional, que la monarquía del Reino Unido, siempre tan “compuestita” habría no pagado impuestos con los “papeles del paraíso”. Aún la Ilustración, el Siglo de las Luces, no ha llegado a muchas latitudes por más “sofisticadas” que traten de parecer, tal el caso de Londres. Todas estas condiciones, es obvio, han sido exacerbadas por la pandemia.

Nicolás Maduro y Vladimir Putin. 5 de diciembre del 2018.

En otras regiones más al norte de la región, México comprueba que los “desarrollados” no compiten donde pierden. No lo hacen y de ello lo recordamos todos los días. Aunque la esperanza puede ser MORENA, el PRI de México en su esfuerzo de “actualización”, prácticamente va diluyendo las diferencias con el PAN. Es la convergencia de creer en los fundamentalismos de mercado y en desatender los mecanismos de “apalancamiento social”. El recuento de estos rasgos políticos podrían continuar copiosamente: allí está el manejo de política económica de Colombia, o Perú, países que casi no fueron golpeados por la crisis financiera. Pero cuyas cifras de desempleo son altas.

Eso amenaza la democracia como sistema abierto cuando las personas no ven una legitimidad concreta que les mejore sus posibilidades y oportunidades de vida. Ante el panorama que ofrecen las circunstancias políticas más actualizadas en Latinoamérica uno podría preguntarse ¿qué tipos de gobiernos en general se pueden evidenciar en la región, en función del desarrollo sostenible y sustentable, en función de ser incluyentes y de posibilitar mayores oportunidades para la población?

Es posible identificar tres grandes tipos de sistemas que se han instalado en América Latina: los fundamentalistas del mercado; los populistas que con base en recursos abundantes han bajado índices de pobreza e indigencia; y los que aún se orientan por el crecimiento económico que se traduzca también en oportunidades sostenibles de inclusión para los sectores más vulnerables.

Entre los gobiernos que siguen una orientación más basada en el mercado se mantiene la perspectiva de disminución, o al menos estancamiento de las funciones y alcances de las instituciones de gobierno. Allí se ubicarían México, Colombia, la mayor parte de los centroamericanos, en donde el acoso de la violencia del narcotráfico, está dejando al borde del fracaso a estados enteros como el de Guatemala. En cierto grado, también estarían en este grupo: Perú y Paraguay.

En estos países con “fundamentalismo de mercado” se impone la lógica de los recortes en egresos sociales por parte de los gobiernos, lo que va acompañado por lo general de disminución de impuestos para los sectores de mayor influencia política. Se tienen aquí regímenes fiscales en los cuales predominan los impuestos regresivos, los indirectos.

Para colocar un caso ilustrativo, a pesar de los cambios que trata de establecer el Presidente López Obrador, se evidencian mecanismos que buscan la “competitividad de mercados”. Los mismos mantienen patrones de exclusión social, donde la presencia de entidades públicas aún es débil. Algo que viene de la herencia que culminó con el gobierno de Enrique Peña Nieto.

Entre los países que han naufragado en los populismos insostenibles, desde luego que el caso emblemático es Venezuela, aunque cerca se pueden encontrar Bolivia y Nicaragua. Es cierto que se ha apalancado el apoyo social a los sectores más necesitados en términos de salud, vivienda, educación y alimentos. Los hechos han desmentido la efectividad de izquierda en la patria de Bolivar, hoy al borde de una crisis humanitaria sin precedentes en la historia inmediata del país: “para la verdad el tiempo, para la justicia, Dios” como acostumbran a decir los indígenas mayas guatemaltecos.

El problema con este populismo de izquierda, no se confunda pues los hay de derecha también, como el estrepitoso caso de Trump desde Washington, es la sostenibilidad del modelo. Caracas podía repartir, distribuir y ejecutar una diplomacia de chequera, mientras el país llegaba a tener una auténtica inundación de dólares. Un aumento de masa monetaria que ha llegado a elevar la inflación a cifras de desquicio, más de 1,500 por ciento. El problema aquí se reitera, es la sostenibilidad del “modelo”.

Finalmente están los gobiernos que han fomentado más el crecimiento con sostenibilidad. En este caso son más evidentes las inversiones en especial en términos de infraestructura física y de infraestructura humana –educación y capacitación que toma en cuenta importantes coberturas, pero que no debe descuidar los niveles de calidad. Aquí está Chile y hasta cierto punto Ecuador, además de Uruguay. Lo que aquí se hace evidente es que el crecimiento económico se ha traducido no sólo en ayudas de asistencialismo –caso de la ayuda humanitaria de emergencia- sino también en aumentar capacidad productiva e inclusión social en los diferentes grupos sociales.

Giovanni Efrain Reyes Ortiz, Ph.D. en Economía para el Desarrollo y Relaciones Internacionales, de la Universidad de Pittsburgh, con post-grados de la Escuela de Altos Estudios Comerciales -HEC- en París, Francia, y de la Universidad de Harvard. Ha sido Director de Integración Latinoamericana y del Caribe en el Sistema Económico Latinoamericano y Director de Informe en Naciones Unidas.

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