La hipocresía de los neoevangelistas de Trump
Estamos a solo días de las cruciales elecciones del 6 de noviembre y todo sugiere que el voto evangelista seguirá siendo decisivo.
Es difícil cuestionar la nobleza de muchas de las ideas de esta comunidad religiosa. Después de todo, predican y hablan de un Jesús que ama a su prójimo, que desdeña riquezas materiales y que tiene una conducta moral ejemplar. Pero en una aberrante contradicción teológica, algunos de estos mismos neoevangelistas de Trump que golpean sus pechos en nombre del Señor y agitan la Santa Biblia en el aire, parecen más cercanos a las prácticas de Lucifer que a la humildad de Jesús. Al menos así lo sugiere la hipocresía de su incondicional lealtad por Donald Trump.
Un apoyo que no es marginal, sino que es masivo y consistente. Esto quedó en clara evidencia en 2016 cuando el candidato republicano recibió el apoyo inequívoco del 80% de los evangelistas de raza blanca.
Un Trump de conducta cuestionable
No olvidemos que estamos hablando del mismo Donald Trump que nunca pareció interesado en temas religiosos, hasta que descubrió su potencial electoral. El Trump de las innumerables mujeres que lo acusan de abuso sexual, que se mofó de personas incapacitadas, que insultó, discriminó, estafó, mintió, engañó. Un Trump cuya conducta descarada, lejos de ser ejemplar parece más asociada con la inmoralidad.
Entonces, ¿cómo es posible que tantos evangelistas voten por este fariseo, mitad empresario embaucador y mitad bufón de realities hollywoodenses? Votan por él simplemente porque, en un compromiso de ética utilitarista, prefieren ignorar las debilidades carnales y morales de Trump a fin de garantizar la implementación de la agenda social que los une. Una agenda históricamente retrógrada que, como sabemos, busca la revisión de Roe vs. Wade y destruir las conquistas de la comunidad LGBT.
Los valores del nacionalismo cristiano
Contrario a la ya icónica frase de Bill Clinton de que “la economía, estúpido” es la explicación fundamental detrás de la predilección electoral de los votantes, en el caso de los neoevangelistas de Trump no es exclusivamente la economía. Para ellos lo esencial son los valores del nacionalismo cristiano blanco. Valores que están entremezclados con la utopía wasp de una nación anglosajona, Occidental y cristiana. Una nación que ven amenazada por cambios demográficos que han estado transformando a Estados Unidos en un país cada vez más multicolor y bilingüe.
Cambios demográficos y retroceso internacional
Muchos evangelistas saben muy bien que la fertilidad de la mujer estadounidense, de apenas 1.9, no alcanza para reproducir la población. Pero en su neoevangelismo atrozmente conservador prefieren cerrar las fronteras con muros y tropas, separar familias, quitarles la ciudadanía a bebés y todo lo que sea necesario a fin de evitar el ingreso de esa esencial inmigración que mantiene el crecimiento demográfico, la estabilidad económica y la diversidad social de la nación. Es como si, al mejor estilo nietzscheano, gritaran junto a sus correligionarios del nacionalismo extremo y los bandidos del Ku Klux Klan, que prefieren el aislamiento y la muerte demográfica antes que dejar de ser una nación blanca.
A la inseguridad demográfica se les suma la incertidumbre de ver un Estados Unidos que pierde el protagonismo que ha mantenido desde fines de la II Guerra Mundial. Las estadísticas confirman el retroceso de la democracia-capitalista estadounidense en un contexto geopolítico en el que Rusia y la Unión Europea exploran nuevos caminos y economías emergentes como China, India, Brasil y Sudáfrica redefinen la distribución de la riqueza global. Desconfían del internacionalismo y, en su creciente ansiedad existencial, imaginan conspiraciones y se suman a aquellos que atacan a instituciones internacionales, como las Naciones Unidas, que son fundamentales a la seguridad económica y militar.
El ´paraíso´neoevangélico
A no engañarnos, el neoevangelismo es una cultura religioso-política cocinada en los hornos de megaiglesias con líderes con jets privados y lujosas mansiones que tienen más de meticulosos empresarios corporativos que de pastores del Señor. Megaiglesias orwellianas, con líderes telegenéticos y miles de seguidores robotizados, que reproducen la retórica de un Partido Republicano que les promete la posibilidad de retornar al tradicionalismo del Viejo Testamento. Un ´paraíso´, vale aclarar, en el que el 1% recibe casi un 40% del ingreso nacional, en donde la protección del medioambiente es menos importante que la rentabilidad de las grandes corporaciones que contaminan, en el que el presupuesto militar es una prioridad por encima de la salud y la educación, en donde los derechos de las minorías son sacrificados en el altar de la identidad nacional.
En su actual versión, el neoevangelismo es peligroso para la sociedad moderna, pluralista y democrática. El 6 de noviembre, ¿estos neoevangelistas seguirán dogmáticamente apoyando a Trump? ¿Continuarán con esta contradicción e hipocrecía que está encaminando a la nación estadounidense y sus instituciones democráticas hacia el precipicio? ¿O finalmente tendrán un momento de revelación y volverán a la sensatez del amor al prójimo, al mejor estilo de la tradición cristiana, con las consecuentes ramificaciones políticas que esto implicaría?