La sociedad alienada del siglo XXI

Ningún escritor de ciencia ficción social o política, desde Verne, pasando por Orwell hasta Asimov, describió una sociedad como la del siglo XXI. Siempre la imaginación de los escritores les llevó a pensar en dictadores, máquinas, robots o extraterrestres que dominaran a esta perdida humanidad. Pero nunca se les cruzó por sus “locas” cabezas que cada individuo se exija a sí mismo exponerse a los vaivenes de las redes sociales, llegando a la alienación de sí mismo, sin dictadores, conquistadores o dominantes externos que los obliguen.

Desde “1984”, donde los ojos del “Gran hermano” vigilaba nuestros movimientos, hasta “Día de la Independencia” donde los robos extraterrestres salían debajo de la tierra, la sociedad era consciente de que estaba siendo dominada. En cambio hoy “necesitamos” y “buscamos” pertenecer a esa dominación donde hay un “Dios” que sabe todo y nos conoce mejor que nosotros.

En libros y películas sobre guerras del futuro, siempre hay un grupo de rebeldes que pelea contra el sistema gobernante, buscando destituir al invasor o dictador de turno, pero ¿qué ocurre cuando cada individuo de la sociedad es su propio dictador, donde no deseamos pelear contra el sistema ya que eso significa perjudicarse a uno mismo, cuando el peor castigo es ser suspendido en una red social, o que un grupo le “bloquee” o que sus “amigos” no le tomen en cuenta a la hora de “linkear”?

En la sociedad opresora del siglo XXI ya no hay un dictador, no hay un enemigo, no hay un represor. Por consiguiente, no hay a quién dirigir la revolución, porque nosotros somos nuestros felices alienados.

Iguales pero diferentes

Las conquistas sociales del siglo XXI, que incluyen reconocimiento de los diferentes sexos, defensa de la mujer, liberación del consumo de drogas y legalización del aborto, ayudan a nivelar la sociedad donde solo se permiten diferencias de consumo. El objetivo final es que todos seamos iguales. Pero consumimos cosas diferentes, en una red de redes donde “arañas” nos agrupan en gustos, deseos, niveles económicos, culturales, etc. Las redes nos invitan a ser “auténticos”, a diferenciarnos del resto, a mostrarnos como “somos”, eso aporta a crear diferencias comercializables, a transformar nuestras “individualidades” en “etiquetas”, para alimentar una estadística.

El “famoso chips” que supuestamente nos iban a inyectar con la vacuna del COVID es innecesario. Hoy el sistema sabe dónde estamos, qué comemos, qué compramos, a dónde vamos, con quién estamos, incluso con quién nos cruzaremos en el camino. Todo gracias a ese “aparato del infierno” llamado celular, que llevamos adosado a nuestro cuerpo como un brazo o una pierna. Así mismo, el sistema sabe cuánto ganamos, cuánto tenemos en el banco, cuánto gastamos con nuestras tarjetas de crédito y cómo nos financiamos. Todo esto “ayuda” a crear una “etiqueta” más precisa sobre cada uno que compone nuestro “núcleo” de referencia.

Somos datos

El sistema no solo nos agrupa por lo que consumimos, sino de la forma en que pensamos, sentimos y analizamos, retroalimentándonos con más información que coincida con nuestros ideales políticos, de salud, de alimentación, de relación, etc. Produciendo una sobre ingesta de información para reafirmar nuestros conceptos y conductas relativas a esas ideas.

Hoy los datos hacen a los humanos superfluos porque todo es numerable, todos estamos catalogados en ceros y unos, es decir que todos somos iguales… Sin darnos cuenta perdimos nuestra independencia. Somos el resultado de una operación algorítmica que nos domina sin que lo percibamos.

Hoy apenas se habla de protección de datos. Incluso en sociedades liberales como Estados Unidos, Europa o Japón, nadie se enoja porque las autoridades recopilan datos con la excusa de apoyar la lucha antiterrorista, donde cada ciudadano es evaluado por su conducta social, donde no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación, ya que se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. Sin contar los millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Cámaras dotadas de inteligencia artificial, para observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.

La “idea” principal es que los micro y macro datos resultan más eficaces para combatir el virus que los absurdos cierres de comercios y fronteras. Incluso en algunos lugares las cámaras controlan la temperatura corporal, para prevenir el COVID, pero de esta forma el estado sabe por dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro y adónde me dirijo,

Somos libres y transparentes

El siglo XXI se ha caracterizado por la lucha de la humanidad por la libertad de expresión, la confiablidad y la transparencia. Tres objetivos que conducen a un cambio de paradigma mundial que no puede restringirse solo al ámbito de la política y la economía. La meta es que quien logra ser “libre, confiable y transparente” es feliz. Y todos queremos ser felices, sin saber que para el sistema de macro datos esto se transforma en «calculables, orientables y controlables», donde los trolls y las noticias falsas nos hacen “cautos, desconfiados y opacos”, pero nuevamente para  el sistema de macro datos esto se transforma en «calculables, orientables y controlables», corroborando la tesis que el objetivo de la nueva sociedad es que “todos pueden ser diferentes siempre que sean del tipo correcto de diferentes”.

En el siglo XXI la robótica ha ocupado los puestos laborales de producción, dejando para los humanos el área de servicios. El declive en el empleo tradicional ha llevado a un impulso por la flexibilidad, el reciclaje, el desarrollo de competencias individuales, donde los trabajadores han comprado la imagen de «empresarios de sí mismos», logrando la variable del capitalismo más extremo o salvaje, la alienación de la auto explotación.

Autor

  • Cesar Leo Marcus, nació en Buenos Aires, Argentina. Doctor (PhD) en Logistica Internacional y Comercio Exterior, y Máster (MBA) en Sociología Económica, fue profesor de ambas cátedras en las Universidades de Madrid (España) y Cordoba (Argentina). Periodista, publica en periódicos de California, Miami y New York. Escritor, publico 12 libros, y editor literario, director de Windmills Editions. Actualmente reside en California.

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