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La tragicomedia del debate migratorio

El debate en torno a la eliminación del Título 42, una ley sanitaria que expulsa migrantes que intentan solicitar asilo, salvo ciertas excepciones, es un capítulo más de la triste saga de la discusión migratoria en este país, que no se basa en soluciones, sino en explotar el tema con fines político-partidistas. Es más, es un libreto desgastado y predecible en una obra donde únicamente cambian los actores. La única constante sigue siendo el cúmulo de eternos protagonistas: los millones de indocumentados que continúan en el limbo.

Sí, esos indocumentados que día con día, con su arduo esfuerzo, siguen manteniendo a flote las economías locales; los que con su fuerza de trabajo cubren con creces las plazas vacantes; los que resucitan empresas, o bien no dejan morir a las que están quebrando; los que pagan millones de dólares en impuestos, a sabiendas de que a la postre corren el riesgo de no recibir nada a cambio después de toda una vida de trabajo mal pagado; los que compran casas, autos, crean pequeñas empresas, cuidan a otros durante crisis de salud pública y se preparan académicamente, como parte de un largo etcétera que, por sí mismo, los acredita como estadounidenses en todo, excepto en el papel.

Así, a los republicanos, que acusan a los demócratas de promover “caos” con “fronteras abiertas”, les ha venido al dedillo el plan del presidente Biden de eliminar el Título 42, el que Donald Trump implementó utilizando la pandemia como excusa; aunque esta, en realidad, era otra manera de frenar la migración y, en este caso específico, diezmar el programa de asilo. Ahora, un paquete de ayuda para el Covid ha sido tomado como rehén por los republicanos del Senado y un puñado de demócratas, argumentando que el Título 42 debe permanecer.

En ese sentido, no es gratuito que el expresidente Donald Trump haya tomado nuevamente el megáfono público para insistir en su retórica antiinmigrante, pregonando sin bases ni pruebas que si se elimina el Título 42 sobrevendrá una “invasión” de inmigrantes nunca antes vista que se contabilizaría en “millones”, como lo afirmó irresponsablemente hace poco en sendos mítines realizados ante sus simpatizantes en Michigan y Carolina del Norte.

Pero solamente pensemos que esos republicanos son los mismos que durante la pandemia han criticado todos los mecanismos de control de la misma, desde el simple uso de mascarillas hasta las vacunas. Sin embargo, parece que cuando se trata de migrantes que solicitan asilo, entonces las restricciones deben permanecer.

Para quienes hemos seguido el debate migratorio durante décadas, más específicamente desde la amnistía de 1986, es decir, casi 36 años, resulta exasperante presenciar una vez más este debate estéril y vacuo que le sirve a los políticos en cada ciclo electoral y en el que las soluciones reales se quedan solo en el papel.

Durante esas casi cuatro décadas, millones de seres humanos se han tenido que adaptar a las circunstancias, casi siempre negativas, tanto de las leyes migratorias como de la economía misma para seguir coexistiendo en una sociedad llena de contradicciones y dobles discursos y que no ha sabido apreciar el impulso que esas familias indocumentadas también han dado a esta nación de inmigrantes, incluso en situaciones de guerra, como lo atestigua su participación en esos más de diez conflictos bélicos en los que se ha visto involucrado el país durante todo este tiempo sin reforma migratoria. No reconocerlo es no aceptar el significado más sublime de Estados Unidos.

Y aunque los republicanos llevan la mayor culpa en este proceso, los demócratas también tienen cola que le pisen. La suma de sus acciones, o más bien la falta de ellas, son responsables también del estancamiento.

El obstruccionismo en bloque de los republicanos, así como su capacidad de matar avances con las palabras mágicas de “frontera descontrolada” o “invasión”; y la incapacidad de los demócratas para apechar las críticas y en muchos casos uniéndose al coro republicano (como suelen hacer los demócratas moderados en temporada electoral), contribuyen a que nos encontremos en la situación actual: sin reforma migratoria y con la remota posibilidad de conseguirla a corto plazo.

De tal modo que, entre esas dos irresponsables actitudes políticas que a nada bueno han conducido en el ámbito migratorio, la comunidad inmigrante que aspira a una mayor aceptación e inclusión ha tenido que sobrellevar ninguneos, rechazos y señalamientos de “culpa” por todos los males que aquejan a esta nación. Y aun así, permanece invisible.

Pero seamos claros, el papel de los republicanos es el más sencillo, pues solamente se trata de obstruir en bloque cualquier posibilidad de reformar las leyes migratorias. Se paran ante un podio y se lamentan de que las fronteras no son seguras, de que nos “invaden” los indocumentados, de que nos inundan las drogas (aunque no dicen nada del consumo local que mueve la rueda del narcotráfico, “victimizando” a la pobrecita sociedad estadounidense); se quejan de que la inmigración legal tiene que regularse, o bien se llenan la boca diciendo que hay que hacer algo para “ayudar” a los Dreamers; pero luego ni presentan un proyecto, y si los demócratas proponen algo, entonces ellos lo bloquean.

Que no quede la menor duda de que los republicanos no quieren resolver el tema migratorio, porque, de hacerlo, se privarían del tema que han utilizado como caballito de batalla electoral: usar a los migrantes como chivos expiatorios para movilizar a su base.

Esto, por supuesto, a nivel doméstico. Faltaría saber cuál es la reacción republicana ante la nueva propuesta de la administración Biden de establecer un pacto regional migratorio como principal objetivo de la próxima Cumbre de las Américas, que se llevará a cabo en junio en la ciudad de Los Ángeles. Lo anterior, a sabiendas de que, como explica Biden en su comunicado, «el cambio climático, la pandemia, la represión, la corrupción y el retroceso democrático han creado flujos migratorios y de refugiados sin igual en la historia moderna de la región”. Es decir, es un enfoque que apunta a atender las causas de raíz desde los lugares donde se origina todo, sin olvidar por supuesto que, en el fondo, todo este problema regional tiene nombre y apellido: capitalismo salvaje.

Pero por otra parte, están los demócratas a quienes el temor vence una y otra y otra vez. Ellos se han hecho expertos en ofrecer buenas soluciones al dilema migratorio, sí, pero en papel, solo en proyectos de ley. Pero cuando llega la hora de los trancazos, de lograr que esa legislación progrese, comienzan a aflorar sus fisuras internas y les gana el temor, sobre todo en año electoral, cuando el tema migratorio para ellos es como kriptonita para Supermán. Son escasos los que saben cómo responder a los ataques republicanos; y si lo hacen, son otros demócratas los que quieren apartarse de sus colegas o, en el peor de los casos, se unen a las críticas republicanas.

Es ahí donde comienza el consabido argumento demócrata de que a los votantes, incluyendo a los latinos, les importan los temas que importan a todos: economía, trabajos, salud y seguridad, por nombrar algunos, como si por esa razón hubiera que seguir postergando la acción en el frente migratorio. ¡Son 36 años sin una reforma migratoria, señores!

Tal parece que para esos demócratas es más fácil unirse a los republicanos, que responder a los votantes que los colocaron en sus puestos, muchos de los cuales sí apoyan una reforma a las leyes de inmigración.

En resumen, estamos ante otro acto de la tragicomedia en que se ha tornado el debate migratorio en Estados Unidos, pero cuyo desenlace no debería apuntar ya hacia el perjuicio de toda una generación de inmigrantes indocumentados, sino hacia la conciencia plena de que esta vez el sentido común y el humanismo tendrían que ser el telón de fondo definitivo.

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