Llegar a los 41, morir de a poquito
Los cumpleaños cambian y las celebraciones se hacen menos escandalosas y más íntimas
Llegué a los 41 con sobre equipaje de recuerdos. Cuando subí al cuarto piso decidí regalarme 40 ciudades durante mis 40 años. No podía ser de prisa y corre, tenía que disfrutar los lugares, recorrerlos, sentirlos y vibrar, gastarme vida en ellos y recuperarla con esos paisajes que quitan el aliento; tenía que dejar un pedacito del alma en esas tierras, porque así se esparce el ser en este mundo, en el que -si tenemos suerte- nos vamos muriendo de a poquito.
El mundo es nuestro hogar
Es tiempo de desempacar un año: recorrí el mundo, sin querer queriendo. Anduve mucho sola y otras ciudades las recorrí con personas a las que amo profundamente, que me inspiran y me apapachan, que me quieren bonito y que se han convertido también en familia.
Me la pasé entre aeropuertos, hoteles, conferencias y calles que no se parecían en nada a las de casa. Conocí a muchos, pero descubrí profundidades de otras gentes a los que solo les había acariciado sus superficies. Comí en restaurantes lujosos y puestos callejeros y confirmé que al final no hay nada como la sazón de los nuestros, que me hace sentir que, aunque es bueno irse, lo es aún más regresar. Sí, me gusta el mundo, pero me encanta el mío, ese que está donde se me alborota el corazón.
Recuerdo el atardecer en Amman y el despertar en Petra; las carcajadas en una piscina de Las Vegas y la mirada de asombro de mi mamá al llegar a Roma, se me vienen a la mente las crónicas del bus en Israel y las detonaciones en Siria, la playa, los premios, las risas, las primeras veces… mi familia. Soy una mujer muy afortunada y no lo doy por sentado.
Los cumpleaños, la celebración en soledad
Confieso que no importa en qué lugar esté, también entendí que los cumpleaños cambian y las celebraciones se hacen menos escandalosas y más íntimas; los regalos cada vez más difíciles de superar y las historias que recordamos son siempre las mismas y nos seguimos riendo. Porque antes esperaba sorpresas y ahora busco paz; ahora también me gusta celebrar en soledad. Porque siento los abrazos virtuales como si fueran apapachos y entiendo que la distancia se rompe cuando un emoji nos acerca. Y eso es suficiente.
Gracias por quererme tan bonito y por tanto tiempo, en voz alta o en complicidad; por los que nos conocemos en mensajes solamente y a los que quisiera llevar a un café solo porque nos hace falta tiempo para charlar.
Gracias por aguantar las etapas, los borrones y cuenta nueva, los suplicios y mis silencios, que no son pocos.
Gracias por compartirte conmigo y por dejarme morir un poco contigo.
Gracias por otro cumpleaños para la reflexión, quizá uno de los de más catarsis, porque no es de lo que hice, sino de lo que haré pasar, y eso me hace temblar de miedo y de emoción.
Gracias por no soltarme.