Parar para avanzar
La lección que recibí y aprendí: uno puede dar siempre un paso atrás, solo si es para agarrar vuelo
Cuando estoy agotada puedo ser muy cínica. No es algo que me enorgullezca. Me pasa muy poco; quienes me conocen saben que soy una fuente desbordante de energía y resiliencia; soy tan hiperactiva que puedo resultar abrumadora. ¡Bah! Ya hice las paces con mi exceso de B12.
La vorágine de vivir
Desde la pandemia he corrido sin tregua. Mientras unos mataban el tiempo con series de Netflix, a mí se me iba el día construyendo un medio. Sentía que no había pausa ni para un respiro, que todo era indispensable y urgente, y lo era, pero cuatro años después me llegó el cansancio; me “quemé» hasta el tuétano.
Viajo muchísimo por trabajo y en la última travesía sentí que no daba más: quería dormir en mi cama, comer comida casera y no más sándwiches de aeropuertos y conferencias; tenía ganas de pasar un día en pijamas y tener tiempo de acomodar la ropa que se me ha acumulado en el cuarto de visitas entre maletas; quería ver series y rastrillar el patio; jugar con los niños y tirarme un maratón de Harry Potter con ellos y unas bolsas de palomitas, y no tener que pelearme con este copete que aún no me sé peinar o los tacones que están sin tapitas de tantos aeropuertos que han corrido este año. Pero no tenía tiempo de parar. Y me frustré mucho y fui sarcástica al por mayor.
Cuando los otros nos encuentran
Llegué a un lugar en donde me obligaron a desconectarme. Era otro viaje de trabajo, cierto, con un montón de gente que no se parece a mí, en medio de la nada, en un idioma que no es el mío y con un grupo que no conocía… y me dieron una lección: Detenerse es también avanzar.
También culpo un poco al síndrome de impostora que me da de vez en cuando. Quizá me cuesta admitir que me dan nervios cuando llego a espacios en donde nunca imaginé estar, con gente que me intimida con sus experiencias y éxitos, con figuras a las que admiro en silencio y con personas que no son parte de mi identidad.
Mi cerebro estaba tan cansado, que mi inglés me empezaba a fallar. Y, por supuesto, solté la famosa frase de Sofía Vergara: «Do you know how smart I am in Spanish?». Y me reí resignada, porque con la cabeza frita no queda más.
Pero en esa noche de fogata, uno de ellos me respondió: «Si en inglés eres intimidantemente inteligente, ninguno de nosotros podría seguirte los pasos en español».
No me había detenido a pensar cómo me veían los demás. Al parecer la admiración es mutua y, en mis días buenos, puedo resultar inspiradora.
Avanzar en la plenitud
Me he pasado los últimos cuatro años construyendo y creando, tratando de que nos escuchen, de promover espacios y diálogo. Ahora me doy cuenta de que no solo nos voltean a ver, sino que en realidad nos escuchan y nuestras palabras tienen eco en lugares que nunca imaginé.
Creo que ese momento fue una catarsis y redescubrí esta versión de mí que no es solo hacer, crear, producir, jalar para adelante y vivir cuesta arriba; también pienso mucho y me he descubierto una consciencia social que me reta y me quita el sueño. Es una emoción bonita saber que uno avanza a plenitud, con un propósito, con una intención y con la buena voluntad. Y es maravilloso no sentirse tan solo.
Gracias por acompañarme, por enseñarme y responsabilizarme. Gracias por los jalones de oreja… y gracias por recordarme que uno puede dar siempre un paso atrás, solo si es para agarrar vuelo.