Los niños migrantes ya no esperan
En las últimas semanas, ha incrementado drásticamente el cruce de menores no acompañados en la frontera, saturando los centros de procesamiento y detención. Solo en las instalaciones de la Patrulla Fronteriza hay más de cuatro mil recién llegados, esperando no se sabe bien qué.
En solo seis meses, tal como lo reconoció el presidente Biden, el número de estos niños entregados a familiares o patrocinadores subió en 28%, a un ritmo anual de 21,000 comparado con 17,000 en los 12 meses previos.
En parte, se debe a que la nueva administración anuló programas especialmente represivos de la anterior, como la separación de familias que causó la desaparición de centenares de niños hasta el día de hoy.
Fue parte de una política ilegal de intimidación.
Frente a los 21,000 de ahora, entre octubre de 2019 y septiembre de 2019, habían sido casi 75,000 los niños reasentados.
Sí, la magnitud de la crisis actual es mucho menor. Sin embargo, es considerable y causa inquietud.
Hay en los refugios del Departamento de Seguridad Interna más de 18,000 niños no acompañados. Mientras no sean acogidos por un patrocinador permanecerán bajo su supervisión.
A principios de abril, dos ‘coyotes’ dejaron caer a dos niñas ecuatorianas, de 3 y 5 años, desde lo alto del muro fronterizo en Nuevo México, que mide 14 pies de alto, abandonándolas solas en el desierto. El episodio sacudió la conciencia pública y nos mostró la gravedad del problema. Y la tragedia adicional de la crueldad inaudita por parte de los traficantes contra los menores.
Y cuando el gobierno finalmente permitió el ingreso de periodistas a un centro de detención en Texas, estos lo hallaron severamente atestado y que “los más pequeños son mantenidos en un corral de juegos con colchones en el suelo para dormir”.
La crisis de los niños migrantes no ha terminado, y la situación tiene a líderes políticos y organizaciones desconcertados y en busca de soluciones.
Fue el anterior gobierno quien instauró la política de intimidación. Pero una vez anulada esta, el flujo migratorio de niños se ha renovado. Muchos padres no conciben otra solución ante la violencia y pobreza en sus lugares de origen.
Mientras que la política bárbara de Trump intimidó a las familias, la del nuevo presidente les hace pensar en que el cruce es posible. Hay una contradicción trágica que se convierte en mera excusa para quienes quieren sacarse de encima cualquier responsabilidad.
¿Cuáles son las soluciones? Pocas, y difíciles, y no inmediatas.
Pasan por atacar las causas de la migración en los países de origen, invirtiendo en sus economías y ayudando a revitalizar sus instituciones sociales, así como por una reforma migratoria en nuestro país.
Pero estos cambios pueden llevar años. Y es necesario mejorar la situación de estos niños ya. Entregar el cuidado de los niños a autoridades civiles. Cubrir sus necesidades. Convertir esos centros de detención para infantes en albergues verdaderos y en condiciones humanas. Encontrar a sus familiares en nuestro país e investigar si entregárselos a ellos está en el interés de los menores. O colocarlos con padres temporarios.
El gobierno debe dejar claro que estas son soluciones de emergencia y no respuestas políticas. Que no promueve la apertura de la frontera ni estimula el éxodo de niños. Está bien.
Pero debe actuar.
Es una cuestión humanitaria de primera magnitud. Lo que sigue no es consuelo: así como estudiamos hoy la deportación de un millón de residentes legales a México hace noventa años, la desaparición de niños y su tormento durante las dos últimas presidencias serán temas de sesudos análisis y desapasionados discursos. Pero sí, la historia no lo olvidará.
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