Cómo replantearnos la ciudadanía
De la columna de Eileen Truax 'Si Muero Lejos de Ti', 2013
Hace unos días conversé con Claudia Amaro. Claudia tiene 37 años, un hijo de trece, un matrimonio estable y una familia amorosa: su madre y sus hermanas han estado cerca de ella toda su vida.
Hasta hace siete años, la vida de Claudia transcurría de manera relativamente apacible. Vivía en Wichita, Kansas, desde los 17 años. En aquella ciudad encontró su hogar después de pasar una infancia de incertidumbre. Cuando Claudia tenía diez años, la familia vivió la experiencia dolorosa de perder al padre, quien fue asesinado en el estado de Durango.
Durante los dos años posteriores vivieron entre la rabia por no encontrar justicia por parte de las autoridades y la zozobra de recibir amenazas de los asesinos. Ante esta situación, la madre decidió que todas se irían de manera indocumentada a Estados Unidos; Claudia, la mayor de las hermanas, tenía trece años de edad.
Aprender el lenguaje de la migración
Durante sus primeros años en Estados Unidos la joven vivió lo que muchos niños y jóvenes que llegan como inmigrantes a este país deben enfrentar. No dominaba el idioma, así que sus notas en la escuela bajaron considerablemente.
Otros niños la acosaban por su condición de extranjera.
No entendía el sistema social: nadie la enseñó a abrir un casillero para sacar sus cosas, a tomar una charola y servirse su comida en la cafetería; todos daban por hecho que se adaptaría sin ayuda alguna.
Como sucede también con la mayoría de quienes llegan siendo menores de edad, Claudia terminó por echar mano de todos los recursos disponibles para adaptarse de la mejor manera posible.
Cuando cuatro años más tarde la familia se mudó a Kansas, la joven vio una forma de empezar de cero ya contando con algún conocimiento de la vida en Estados Unidos; encontró su casa, y lo que califica como «los mejores años de mi vida». En 1998 se casó y en el año 2000 nació su hijo Yamil.
Todo marchaba bien, hasta que en 2005 la familia enfrentó un proceso de deportación. Claudia, su esposo y su hijo tuvieron que iniciar su vida una vez más en Torreón, México, en 2006.
Ser parte de los Dreamers y apostar a la esperanza
Claudia es una de los nueve Dreamers -jóvenes que fueron llevados indocumentados a Estados Unidos siendo menores de edad- que el lunes pasado llegaron al puerto de entrada fronterizo de Nogales, desde el lado mexicano, para intentar ingresar al país del norte sin documentos, con el único argumento de tener una vida en Estados Unidos, el lugar que consideran su hogar y al cual anhelan regresar.
La acción, publicitada bajo el eslogan «Bring them home», «Tráiganlos de vuelta a casa», fue organizada por la Alianza Nacional de Jóvenes Inmigrantes (NIYA), una red liderada por jóvenes activistas que desde hace algunos años utilizan la desobediencia civil pacífica como un mecanismo para hacer oír su voz.
La noticia hizo eco sobre todo en los medios de comunicación en Estados Unidos -y ojalá lo hubiera hecho con más contundencia en los medios mexicanos- debido a que tres de los jóvenes no habían sido deportados previamente, sino que salieron voluntariamente para poner a prueba la política de inmigración del gobierno de Barack Obama. Lizbeth Mateo, Marco Saavedra y Lulu Martínez, aún siendo beneficiarios del estatus de protección temporal que les otorga el programa de Acción Diferida (DACA), decidieron llamar la atención sobre las 1.7 millones de familias, separadas por la actual administración como consecuencia de la deportación.
A los nueve jóvenes organizados para volver a Estados Unidos, se unieron treinta más, en la misma situación, una vez que la acción inició en la frontera de Nogales.
Hoy el grupo que ya es conocido en redes sociales como los #Dream9. Recluidos en un centro de detención, esperan una respuesta a su solicitud de asilo político en Estados Unidos tras haberles sido negada una visa humanitaria. Ahí están Lizbeth, Marco y Lulú, con su vida y sus sueños en pausa, en espera de encontrar una respuesta con rostro humano por parte del gobierno estadounidense, el que consideran suyo propio.
Pertenencia a la comunidad donde está el hogar
Ahí está también Claudia, cuestionándose la razón por la cual el país al que ella ama no la quiere. Ahí está una sociedad viendo un acto desesperado de nueve jóvenes que hacen un replanteamiento sobre qué es la ciudadanía. ¿Es el ejercicio de derechos en el lugar al cual consideras tu casa, tu hogar? ¿Es el espacio, la comunidad que te ha hecho ser quien eres, a la cual le quieres regresar algo de lo que te ha dado? ¿Es tu pertenencia a la tierra que pisas todos los días, la que te alimenta, sobre la cual trabajas y te conviertes en un mejor ser humano? ¿Es la existencia de un papel?
Antes de finalizar mi conversación con ella, Claudia me contó que en una ocasión, conversando con una mujer estadounidense, le preguntó: «¿Por qué Estados Unidos no nos quiere?. La mujer le respondió: «Afortunadamente una política de gobierno no representa a todo Estados Unidos».
Esperanzada por esta respuesta, me dijo, Claudia hoy vuelve a casa a pedir que su país le abra los brazos como la ciudadana estadounidense que ella está convencida que es. Sentada en un centro de detención en Arizona, espera la respuesta.
Tercera parte de diez.
Nota del editor
Trece años atrás, mi amiga Eileen Truax ya había dejado su puesto de reportera de noticias en La Opinión y yo el mío como uno de los editores a su servicio en la sección. Ella trabajaba para medios mexicanos, producía documentales e iba escribiendo sus libros. Y yo era el editor del Huffington Post Voces, la sección latina de aquel sitio noticioso, y afortunadamente Eileen aceptó mi oferta de publicar una columna en el HuffPost.
La llamó «Si muero lejos de tí», un nombre que de una manera desgarradora describe la ansiedad de quienes hemos tenido una vida completa allí de donde vinimos. Y el dolor porque el objeto del amor está, sí, lejos. Al mismo tiempo plantea un condicional: quién dijo que todo está perdido. Y revela una de las alternativas del futuro.
Fue en mayo de 2013. Se publicaron doce o trece. Al año siguiente, yo regresaba a La Opinión como su director editorial.
Eileen, ahora en otro exilio, sigue escribiendo, publicando, enseñando, desarrollándose y desarrollando a otros. Me enorgullece. De casualidad resurgieron esas columnas. Recordemos: gran parte del material que publicamos en internet desaparece porque sí, sin que nos demos cuenta. Las publicaciones fenecen, los sistemas se derrumban, los servidores son caros.
Pero estos textos son demasiado valiosos como para dejarlos ir con el viento del tiempo. Es por eso que HispanicLA vuelve a publicar las columnas de «Si muero lejos de tí», tal como aparecieron hace 11 años. Describen, empotrada en el tiempo, la realidad de esos días no tan lejanos. El lector decidirá si, desde entonces, ha cambiado.
Gabriel Lerner