Lula propone una moneda única regional

Como es de esperarse, a medida que nos vamos acercando al 2 de octubre de este año de 2022, fecha es que será la primera vuelta de elecciones presidenciales, se va calentando la campaña política en Brasil.  Los dos principales candidatos, lo confirman todas las encuestas, son el expresidente y líder sindical Luis Ignacio Lula da Silva (1945 -) y el actual mandatario el excapitán Jair Bolsonaro (1955 -). 

Como parte de las últimas noticias que se originan producto de la conmemoración del Primero de Mayo en Brasil, se tiene la propuesta de moneda única regional que ha lanzado Lula da Silva, como un medio para fortalecer la integración latinoamericana. La idea se estaría basando en un estudio de Fernando Haddad y Gabriel Galípolo.

Lamentablemente, de parte de Bolsonaro no hay notables iniciativas. Sus posturas son reiterativas: diatribas contra el “populismo”, que es necesario incrementar medidas de fuerza, exaltación de la dictadura que gobernó -y endeudó- a Brasil de 1964 a 1983. Obviamente no mencionó el manejo de la pandemia, que en la actualidad se ha cobrado la friolera de 664,00 fallecidos en todo Brasil. Ineptitudes en medio de una devastadora pandemia que aún no hemos podido superar. 

La propuesta de moneda única se ubica en la perspectiva del anhelado fortalecimiento de la integración latinoamericana. Se trata de aspiraciones que consolidarían la posición de Latinoamérica en el ámbito mundial. Al estar la región coordinada, integrada, su peso, en función del total de producción, sería comparable con el de Alemania. Es decir, seríamos la cuarta economía mundial. Un actor de importancia planetaria.

En este sentido conviene recordar que las fases de la integración, de conformidad con los programas implementados y consolidados -especialmente en Europa y el Sudeste Asiático, se refieren a la teoría clásica de la integración. Planteamiento que fue elaborado por el economista húngaro Bela Balassa (1928-1991). Esas etapas de integración se refieren secuencialmente a: acuerdos preferenciales de comercio;  área de libre comercio; unión aduanera; mercado común; y unión económica.

En el caso latinoamericano, se tienen varios acuerdos de integración vigentes, tales como el Mercado Común Centroamericano (MCCA) en el marco del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), la Comunidad Andina de Naciones (CAN), la Alianza del Pacífico (AP), la Comunidad del Caribe (CARICOM) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR).

En general esos tratados han avanzado y son considerados en la actualidad “uniones aduaneras imperfectas”, una denominación demasiado elástica. Allí casi cabe de todo. Uno de los principales problemas, aunque desde luego no el único, ha sido establecer un arancel externo común. 

Se menciona lo anterior para explicar cómo la iniciativa de Lula es ambiciosa, se trataría de un logro de primera prioridad, pero también arriesgada. Fuera de toda duda significaría un gran avance, pero los problemas residen en que precisamente, con el fin de disminuir riesgos y costos, el proceso de integración debe llevarse a cabo de manera gradual.  La finalidad es que los diferentes mercados y sociedades vayan asimilando, incorporando las medidas de integración, promoviendo y fortaleciendo a la vez las condiciones de producción, productividad, competitividad e innovación en los mercados y en las unidades de producción.

Aspirar a “tomar por asalto el cielo”, esto es, adelantar medidas sin que los escenarios sean propicios para ello, puede conllevar rápidamente a resultados adversos, quiebras de empresas, lo que redundaría en descrédito de ideas que, como esta, tienen las mejores intenciones.

Respecto a las medidas de intercambio comercial y monetario ya existen experiencias. Una de ellas ocurrió en Centroamérica. Esta sub-región tenía ya en los años sesenta una moneda de intercambio entre los países miembros, el peso centroamericano. Proporcionaba un medio de equivalencia para el comercio entre los países miembros del tratado.

Sin embargo, la vigencia de los logros del peso centroamericano naufragaron, al igual que los alcances de la integración, cuando ocurrió la guerra entre Honduras y El Salvador (del 14 al 18 de julio de 1969).  Aunque la prensa calificó el enfrentamiento como “guerra del futbol”, existían factores de fondo para la confrontación. 

En especial la integración centroamericana favorecía a Guatemala y El Salvador acentuando la industrialización en esas economías. Esto es, se generaba allí mayor valor agregado en los productos. De manera complementaria, las economías de Honduras y Nicaragua se iban quedando más rezagadas al concentrarse en producciones más agrícolas, de materias primas directas, sin mayor valor agregado y con ello viendo muy limitadas las posibilidades de aumentar sus mercados internos.

La moneda única en los tratados de integración sería un logro importante que puede ayudar en la coordinación macroeconómica de los países y en el comercio intra-regional. Sin embargo, es necesario propiciar condiciones económicas y productivas para llevar a cabo tan ambicioso y trascendental proyecto. Uno de los procedimientos sería ir estableciendo monedas comunes, inicialmente, en el ámbito de los acuerdos sub-regionales. En un inicio podría ser la implementación de monedas de intercambio en MERCOSUR y el MCCA. Se trata de fortalecer procesos productivos, haciendo que los ciudadanos en general vayan siendo receptores de los beneficios de la integración.

Autor

  • Giovanni E. Reyes

    Giovanni Efrain Reyes Ortiz, Ph.D. en Economía para el Desarrollo y Relaciones Internacionales, de la Universidad de Pittsburgh, con post-grados de la Escuela de Altos Estudios Comerciales -HEC- en París, Francia, y de la Universidad de Harvard. Ha sido Director de Integración Latinoamericana y del Caribe en el Sistema Económico Latinoamericano y Director de Informe en Naciones Unidas.

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