‘Marja y el ojo del Hacedor’ de Manuel Gayol Mecías

Manuel Gayol Mecías (derecha) y el autor.

 

 

Voy a comenzar la presentación de esta nueva novela de Manuel Gayol Mecías por el final y no por el principio. Les adelanto la moraleja de mis palabras hoy aquí: “Marja y el ojo del Hacedor” es una de las novelas más imaginativas, originales y mejor escritas que he leído en mi vida. Es una obra mayor.

Por eso creo que todos aquí esta tarde estamos ante un acontecimiento cultural. Porque, además, hoy se dan a conocer una novela y un ensayo del mismo autor, ambos excelentes. No recuerdo haber presenciado antes algo igual. Narradores ensayistas los hay, pero que escriban buenas novelas y buenos ensayos francamente son rara avis.

Marja y su Hacedor (aquí presente subrepticiamente, pues es invisible, como verán), es una sui generis novela en la que el personaje no depende del autor, sino el autor del personaje.

La imaginación desborda al imaginador, que logra además algo insólito: nos mantiene todo el tiempo con los pies en la tierra. Marja está tan firme en el suelo que ya verán las mundanas sorpresas que se van a encontrar.

El autor aquí no fantasea por fantasear. Marja le da corporeidad a lo imaginario con una realidad que es por sí misma alucinante, pero que con su identidad tan particular se separa del “realismo mágico” de Gabriel García Márquez, o lo “real maravilloso” de Alejo Carpentier. Este último nos muestra que la realidad latinoamericana es por sí misma maravillosa, y Gayol nos prueba que su fabuloso mundo imaginario es la pura realidad. Por eso nos atrapa desde la primera página.
El Hacedor admite que Marja se le ha ido de las manos porque él era un ingenuo que se aferraba a “cosas viejas” que no solucionaban sus ingentes problemas cotidianos. Marja es tan independiente que el Hacedor se sumerge en un proceso que no sabe “cuándo ni a dónde va a parar”. Ella incluso lo amenaza con dejar de contarle su historia. Marja decide, hace, dice y piensa lo que quiere. El Hacedor o bien cumple su voluntad, o desaparece. Estamos ante un autor a la inversa. ¿Un antiautor?

Y nada de esto tiene que ver con Luigi Pirandello y sus seis personajes en busca de un autor. Aquí el Hacedor-autor no existe sino en el físico de esta bella y sensual jinetera habanera. A quienes no conocen esta disparatada palabrita les informo que jinetera es la prostituta cubana de nuevo tipo. O sea, diferente de la puta tradicional. Una genuina expresión del “hombre nuevo” del Che Guevara.
Se trata de chicas bien educadas, muchas de ellas con estudios universitarios –lo mismo biólogas que licenciadas en lenguas extranjeras–, que andan como jinetes al galope en búsqueda de turistas extranjeros, o de cualquier cliente que les dé algunos pocos dólares, o que le “resuelva” alguna necesidad de consumo (un par de medias de nylon, o unos jeans pueden ser suficientes ). Por su aspecto en ocasiones refinado y elegante sirven de “damas de compañía” o “guías privadas” de turismo. Se escabullen así de la pobreza subsahariana imperante en la isla. Son ellas las rameras más educadas y más baratas del mundo. Un total logro revolucionario.
Ah, y Marja no es inventada por el Hacedor, sino descubierta, que no es lo mismo.

Tal hallazgo lo convierte en un rebelde contra los dioses imaginarios, es decir, los “cuatreros históricos” que sostienen al Sempiterno, que a su vez es el pensamiento abstracto que tiene Falexdel en su cabeza. Y Falexdel es Fidel Castro, solo que con una transposición y reordenamiento de letras de Fidel Alejandro, los nombres del comandante dictador. Como dice el autor, el Sempiterno se encarnó en Falexdel mediante el mito de Robin Hood. Lo que pasa es que este Robin Hood tropical lo hace al revés: convierte en pobres a todos, le roba lo que les pertenece y se lo da a los ricos de la nueva clase dirigente, que así disfruta la “dolce vita”.

Imagínense si hipnotiza la fuerza de Marja que el Hacedor antes de descubrirla se dedicaba nada menos que a inventar los cuentos que le gustaban al Sempiterno y los dioses que lo rodean. “Soy un amauta escribidor –confiesa el Hacedor— que puede crear hasta el límite que permiten los dioses. Ellos pueden cortar de un tajo el poder de mi imaginación”. Pero al descubrir a la escultural jinetera es ella, y no el Hacedor, quien dicta las reglas del juego.

Pero, ojo, no se asusten, no les voy a contar la novela. Sería como si alguien viniera a contarles una película que ustedes quieren ver. No les voy a contar la película. Vayan a verla. No se arrepentirán.

Lo que pasa es que en toda presentación de una novela siempre hay que mirar por un huequito hacia el otro lado de la pared, para tener una idea de lo que ocurre y quiénes se mueven en el escenario.

Esta obra, que forma parte del planeta marjiano de Gayol ( las “Crónicas Marjianas”), es una ruptura definitiva con el discurso machacón y alienante de las ideas marxistas-leninistas en Cuba y un estupendo retrato al óleo de la “moral socialista”, subproductos de una revolución que es todo lo contrario: inmovilismo, injusticia social, individualismo atroz, corrupción, envilecimiento y decadencia, todo lo cual ha llevado de la mano a la involución socioeconómica y a la podredumbre ética y moral de la sociedad cubana.

No obstante, nada de eso se dice así como se lo estoy diciendo yo a ustedes, digamos que periodísticamente, sino que fluye a partir de un Big-Bang literario, una colosal explosión de imaginación de la que brota un mundo del que no queremos perdernos un solo detalle. Es metafísico pero muy real. Inaudito. Así el autor nos lleva de la mano por las 335 páginas de la novela, con el Hacedor inmerso en cada uno de los avatares de esta escultural criolla y el sórdido universo humano en el que se ve obligada a moverse.
Uno de los mayores méritos de la novela es que todo el tiempo transpira un audaz erotismo que el autor maneja yo diría que magistralmente. Marja relata pasajes sexuales que, pudiendo ser pornográficos, el Hacedor con su filtro léxico transforma en trances carnales líricos que calan la libido del lector más sonso. Si Giovanni Boccaccio en el “El Decameron” logró convertir escenas pornográficas en erotismo a base de humor delirante, Gayol lo hace poéticamente con resultados asombrosos:

“Después, la lengua atravesó el introito, donde quizás rozó con algún resto de himen antiguo desgarrado ya desde lo remoto de su posición fetal y recorrió el nuevo placer que le ofrecía la vagina; entró con precisión en la ardiente región de los goces potenciales que la Seráfica acumulaba siempre para esos momentos de clímax en los que las sensaciones eran milimétricas, como si el espacio del conducto fuera el umbral de un microcosmos lleno de ensueños, íntegro de espasmos, repleto de fibras alucinógenas, impuesto de temblores constantes, de expansiones inverosímiles y contracciones poderosas que partían del endometrio prolífico, gestante, el endometrio como impulsor de la vida en su postura última de confín impredecible del útero-universo.

El autor nos enseña aquí que es más difícil trazar una línea divisoria entre erotismo y pornografía que distinguir entre lo erótico y lo obsceno. Ya en el antiguo Egipto del faraón Ramsés II, en papiros de hace más de 3,200 años, la literatura erótica consistía en la simple descripción de diferentes posturas sexuales. La obscenidad es otra cosa, devalúa la relación carnal a puro acto animal, la “chotea” y se apoya en una vulgaridad chocante.
En la medida que el Hacedor escucha lo que le va contando Marja sobre sus vicisitudes y sus placeres en los bajos fondos habaneros en esa década de los años 80, él se da cuenta de que lo que surgió imaginariamente se ha ido convirtiendo en una realidad que lo flagela y lo va a hacer desaparecer. Llega un momento en que el pensamiento y la narración se detienen ante la aplastante realidad que es observada por el Hacedor. Y este se queda sin ojo para ver. Sin embargo, sigue observando a Marja, y explica por qué: “otra fuerza mueve mi mano”. Por eso finalmente tiene una sorprendente resurrección: “Al fin fui la luz de aquel punto perdido que vino a encontrarse en mí. Entonces me reconocí como el antes y después de mi propio ser”.
En el capítulo final el Hacedor ya sabe que se ha separado para siempre del Sempiterno: “…he sido el temor de mí mismo, el procurador de mis actos y ahora soy, por consecuencia, esta nueva fuerza que ensancha la visión de mi ojo y me ha separado de una vez por todas del Sempiterno y los dioses imaginarios”. Y enfatiza que el Sempiterno ya no puede destruirlo porque se ha quitado la venda que cubría su ojo.

La novela es una simbiosis de metafísica y de una realidad expresada tan vívidamente que evoca al Jean Valjean de Víctor Hugo por las alcantarillas de París.  Aunque a diferencia de Les Miserables aquí no se frena la imaginación y lo fantástico no tiene techo.

La minuciosidad impactante del autor al fotografiar la realidad en el capítulo “Los círculos del agua” , del cuartucho de La Habana Vieja en que viven Marja y el Flautista, o el de la “Buhardilla de los marginados” en que habitan el Estudiante y Gladys, en la calle Trocadero, cerca de donde vivió José Lezama Lima, bastan para maldecir at infinitum al Sempiterno, Falexdel y a todos los dioses imaginados o por imaginar.

Algo muy destacable es la enorme cantidad de personajes (varias decenas), todos como piezas de un fabuloso rompecabezas. Como ustedes comprenderán, mientras más personajes aparecen, más laborioso y difícil se torna el hilo conductor dramático de la narración. Sin embargo, Gayol los anima con una soltura y una maestría que a mí me recuerda el genial concepto que tenía Azorín del estilo: “El estilo es escribir de tal modo que quien lea piense: esto no es nada. Que piense, esto lo hago yo. Y que sin embargo no pueda hacer eso tan sencillo –quien así lo crea–; y que eso que no es nada, sea lo más difícil, lo más trabajoso, lo más complicado”.

Y no sigo hurgando en la urdimbre y la trama de la novela porque entonces sí les cuento la película. Ahora me detengo brevemente en al autor, no ya en lo que narra, sino en cómo lo narra. Y comienzo igualmente por el final con una frase beisbolística muy cubana: Manuel Gayol es un escritor de Grandes Ligas.

Además de que posee la virtud –tan rara como plausible–, de dar rienda suelta a su imaginación sin despegar los pies de la tierra, Gayol hace gala de una prosa sumamente bella, que revela un impresionante dominio de la lengua del celebérrimo Manco de Lepanto. Y a la vez es capaz de “descender” al habla coloquial de las calles de La Habana, con la cubanía y el humor criollo más auténtico, como cuando Vicky caracteriza al chino que se quiere hacer pasar por japonés: “Este es un narra comemierda que toda su vida vivió en la calle Zanja”. O cuando la jinetera Sandra le aconseja a Marja: “te buscas un viejo que te ponga un cuarto (pero nunca un chino)».

De manera que Gayol no sólo nos hace volar muy alto en su mundo colosal imaginario, sino que nos hace disfrutar en grande de nuestra rica lengua española. Al abrir este libro uno participa ya en un festival del mejor castellano. Se goza de las palabras por ellas mismas, con independencia del asunto. Un poco que, al igual que Marja, la lengua se independiza del Hacedor.

Ello coloca al autor en un peldaño literario muy alto. Con “Marja y el ojo del Hacedor”, Manuel Gayol Mecías estampa su sello inconfundible entre los mejores escritores cubanos vivos.

En resumen, en esta acogedora biblioteca de Huntington Park damos hoy a conocer una originalísima y estupenda obra de la literatura cubana. Sin el Sempiterno, Falexdel y sus diablos, habríamos podido presentarla en su hábitat natural, tal vez en un palacete tricentenario de La Habana colonial, y con la asistencia de muchos de ustedes.

Ficha técnica:

  • Nombre: Marja y el ojo del Hacedor
    (Tercer libro de la serie Crónicas Marjianas)
  • Año de publicación: 2013
  • Copyright: Manuel Gayol Mecías (1988 – 1991 – 2012)
  • Género: Novela
  • Editorial: Neo Club Ediciones
  • Colección: Narrativa
  • Editor: Armando Añel
  • Diseño gráfico: Idabell Rosales
  • Diseño tipográfico: Alexandria Library: www.alexlib.com
  • Este libro está a la venta en Amazon.com en esta dirección.

 

Autor

  • Roberto alvarez quinones

    Roberto Alvarez Quiñones (1941), periodista, economista y licenciado en Historia cubano residente en California, con 40 años de experiencia como columnista en el área económica, primero en Cuba en el periódico “Granma” (1968-1995), y simultáneamente en la Televisión Cubana, donde fue comentarista de economía internacional, desde 1982 a 1992. Profesor de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana desde 1982 a 1992. Llegó a EEUU en 1995, y en 1996 comenzó a trabajar en el diario “La Opinión” de Los Angeles, donde fue editor y columnista de las secciones de Negocios, Latinoamérica, El Mundo, y el suplemento “Tu Casa” (bienes raíces), hasta 2008. Actualmente es analista económico de Telemundo (TV), y escribe columnas y artículos para varios medios en español de EEUU y España. Es autor de 6 libros, 4 publicados en La Habana y 2 en Caracas, Venezuela. Ha recibido 11 premios de periodismo.

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