Dos Neonazis perdidos

Eran dos y siempre se vestían de negro. Uno de ellos llevaba al cuello la tristemente famosa cruz de hierro con la esvástica nazi al centro, y en las mangas de su chamarra una serie de insignias incluyendo el águila y un par esvásticas colocadas estratégicamente, así como otras remembranzas de la Alemania de Hitler.

Llegaban siempre en sus Vespas con cascos que me recordaban obligatoriamente aquella serie bélica de antaño titulada “Logan’s Heroes”.

No sé cómo empezó la conversación con estos dos personajes anacrónicos y fuera de contexto, pero conociendo a mi amiga quien se caracterizaba por ser una real y auténtica “cajetas”, me imagino que ella abriría el diálogo chuléandole jocosamente la cadenita de la Cruz de Hierro, “ay que bonita tu cadena, ¿qué es, eh?,

Lo que el neonazi número uno tomaría como lo que era, una burla de una niña bien y bien borracha.

Entonces nos dijo algo que sonó a: “aunque les explique no me van a entender”. Lo que enseguida me picó el orgullo, porque cuando uno tiene dos cervezas encima está muy complicado que alguien así nomás no le de crédito a uno.

Así que le dije:

-¿Y a poco está muy difícil de explicar?

El neo nazi número uno traía ganas de un foro, porque en lugar de irse a sentar en una mesa lo más alejada posible a nosotras, se sentó justo en la mesa de a lado.

Estábamos en el Rana’s, el mejor bar que ha existido en Tijuana, hasta que llegó el Mofo. Y en ese bar, las mesas estaban acomodadas como un comedor comunal de la época del comunismo soviético, todas juntitas, con el espacio justo para salir de ahí tambaleándose encima de otros a la hora que cerraban.

Entonces para nuestra sorpresa, fue el nazi número dos quien empezó a hablar, no sin cierto desdén, pues creo que lo nuestro fue odio a primera vista, sobre todo con mi amiga quien ya estaba hasta las chanclas y cada cerveza que se recetaba le caía como un ataque de cosquillas, porque a la menor provocación soltaba unas risotadas que la verdad cualquiera en el lugar de los nazis, se hubiera largado inmediatamente.

Pero no se fueron. Al contrario, se quedaron bien sentados, cada uno con su tarro de a litro de cerveza. Ahora sí que empezaba el adoctrinamiento.

El neonazi número dos tenía unas ideas cargadas de intriga, conspiración y sobre todo de supremacía sobre la “filosofía” hitleriana, que en verdad de haberse aplicado, este cuate hubiera escrito el Código de Da Vinci o una de esas novelas, mucho antes que Dan Brown.

Y entre cerveza y cerveza no paró de hablar hasta que ya las palabras le salían con el zumbido característico de la híper alcoholemia.

Según él, la raza aria no se refería exclusivamente a los alemanes –le di la razón porque para empezar Hitler era austriaco- sino a una cuestión genética, que alcanzaba a gentes de muchas otras naciones, incluyendo a los mexicanos. Es decir que estos dos motociclistas que no pesaban ni veinte kilos mojados y para subirse a la moto tenían que hacerse escalón con las manos, lo ario ya lo traían en los genes.

“Niño, si tu boca hablará por tus genes, créeme que no se notaría lo ario de tu DNA, sino un avanzado estado de idiotez”.

Le dije sin ningún tapujo. A lo cual el neonazi número dos no tardó en reaccionar levantándose de su mesa, haciendo un ademán de querer pegarme.

Yo también había tomado unas cuantas cervezas, pero no estaba tan mareada como ellos ni como mi amiga. Sin embargo me hacía muchísima gracia ver a aquel hombre enclenque vestido de negro y tapizado de calcomanías, haciendo casting para la nueva imagen de la Tarjeta de El Borracho de la Lotería Mexicana.

Mientras mi amiga, apoyándose en mi hombro y atravesándoseme por encima amenazando con perder el equilibrio en cualquier momento, imputaba provocadora: ¡eres un naco!

Y yo le decía: “No seas tarada, no es un naco, es un Neeeeoooo Naaaziii! ¿qué no le ves los caireles dorados que trae en la cabeza?”

No sé porqué dije eso. Obviamente ambos neo nazis estaban rapados, pero las cervezas suelen ser nocivas para el lenguaje coherente.

El ataque de risa no se hizo esperar.

“Perdóname pero si ahora mismo estuviéramos en la época de la Segunda Guerra Mundial, tú y yo ya estaríamos enfilando hacia la cámara de gas”.

Lo que no tomó con ninguna gracia, al contrario, se enojó tanto, que empezó a gritarme frases incoherentes y atropelladas, de las que solo logré entender algo así como: “, !¿qué #@!%ados va a entender una p%@#!che vieja como tú?!

“Ya me convenciste compadre, sin duda el Nazismo es la respuesta para todos los males de este mundo, incluido el machismo enraizado hasta en el más punk de esta mesa”.

Entonces mi amiga de nuevo, le dijo en medio de carcajadas:

“Y además no nos vengas con m@#$adas, al Hitler no le gustaban las tunas”.

Eso de las tunas, fue la gota que le derramó el vaso al neonazi número dos, quien sin chistar se abalanzó sobre nuestra mesa pasando por encima del neonazi número uno, que había estado mucho más callado y más tranquilo durante toda esa noche, no obstante su “cadenita” había provocado nuestro encuentro y el eventual diálogo asimétrico, que más bien resultó ser un monólogo por parte de su amigo, interrumpido en unas cuantas ocasiones por nuestros sarcasmos.

Entonces vino mi hermano, un poco tarde, porque yo con el impacto del menudito neonazi sobre mi mesa, me había ido hacía atrás con todo y silla y después al piso, sin parar de reír. Mi amiga, había corrido hacía la barra y fue ahí cuando mi hermano se dio cuenta que yo estaba en serios problemas.

Por suerte al neonazi cirquero lo había sujetado el neonazi de la cadenita, y por eso no se me fue encima para rematarme en el piso.

Mi hermano me dijo que me fuera de ahí, ¡pero ya!, que “esos güeyes” eran peligrosos. Y por primera vez en mi vida le hice caso.

Mi amiga no era de las que salía de un lugar discretamente. Sus entradas y salidas, siempre eran con algún tipo de improvisada fanfarria, y para mala suerte de los neo nazis tijuanenses, sus motos estaban apostadas justo a la salida del bar casi interrumpiendo nuestro paso hacía el estacionamiento.

Lo obvio no se hizo esperar, mi amiga sin mas tiró una de las motos al piso de una patada. Yo me quería morir y los dos neonazis creo que también querían cumplirme mi deseo, porque nos miraban desde uno de los dos ventanales frontales del bar que daban a una terraza. Se apresuraron a salir pero es justo decirlo, nosotros no tuvimos ni qué correr, porque dos policías los detuvieron antes de salir de la terraza y empezaron a hacerles preguntas, mientras nosotros tranquilamente nos subimos a nuestro coche y nos fuimos a dormir.

¿Quién dice que ser mujer no tiene sus ventajas?

Aunque usted no lo crea, hubo una época en Tijuana, en la que lo peor que podía pasar es que alguien nos rompiera la cara por pasarnos de lanza. Qué tiempos aquellos.

Autor

  • Marga Britto

    Aprendiz de Madre, Malabarista del tiempo, Exiliada por Opcion, Cuestionadora de todo, Objetora de muy Poco, Activista de Closet, Escritora sin oficio. Marga nació y creció en la ciudad de Tijuana, México. Actualmente radica en la ciudad de Pasadena, CA. junto a su esposo e hija de 18 meses. Es Licenciada en Comunicación egresada de la Universidad Iberoamericana, y comparte su tiempo entre vivir su maternidad a tope y escribir una columna semanal en su blog www.madresinsumisas.com.

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2 comentarios

  1. Se lee facilito este artículo aunque el tema se las trae. La cosa es que el fenómeno del neonazismo juvenil responde a la crisis económica, la falta de esperanza laboral entre jóvenes y su creciente cinismo ante la belicosidad de la plutocracia a la que llamamos gobierno; por eso han aparecido jóvenes neonazis hasta en Israel. En cuanto a los neonazis alemanes, pues están bastante controlados por el gobierno alemán, el cual prohibe y penaliza el llevar insignias nazis o vender Mein Kampf o las películas hechas durante la era del Fürher. Mi padre fue víctima de un grupo neonazi en Koln (Colonia) y eso que era rubio de ojos azules y grandote; se metió de noche a pasear en un barrio de ellos y le salieron al paso hablándole en alemán y como no pudo contestar le cayeron a patadas tres de ellos, a patadas con los zapatos de borde metálico hasta que lo botaron al suelo. Se levantó y empezó a repartir puños y patadas entre ellos, y tuvo la suerte de que un taxista alemán se paró, se bajó del carro y se entró a puñetazos con los neos. Con lo que dos hombres de cuarentaypico años pudieron contra tres adolescentes. No hay que tenerles miedo, como uds. no lo tuvieron tampoco, pero hay que entenderlos. No es un fenómeno aislado, independiente de nuestro modo capitalista y de nuestro gobierno filofascista donde todo es para los banqueros más ladrones y el Pentágono.

    1. Gracias por dejar tu comentario y compartir la historia de tu padre, qué fuerte lo que le ocurrió en Colonia. En el fondo todo esto nos habla, del peligro de vivir en la ignorancia, sobre todo en el caso de las nuevas y las futuras generaciones, que sin conocer la historia llegue un momento en que se pregunten: A poco Hitler fue un asesino? ó cuestiones por el estilo.

      Recibe un saludo de mi parte y de nuevo mil gracias por leernos y dejar tu huella por aquí.

      Marga B

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