Stella “Baby” Cárcano, la “novia argentina” de Kennedy

Fallecida a los 102 años en 2017, la nieta del exgobernador de la provincia de Córdoba tuvo un presunto romance en 1941 con quien sería el futuro presidente de los Estados Unidos. Esta no es sólo la breve historia de una mujer sino de la última familia aristocrática de la pampa cordobesa.

Capilla “Ana María”, un mediodía de 2016

De pronto, el largo camino de tierra se llenó de autos como en una procesión, pasando por la estación abandonada y el salón derruido de la “Liga Contra el Aburrimiento”. Aquello se parecía a un cortejo atravesando una civilización en ruinas. Sin embargo, una vez llegados a la iglesia, los autos parecían más pequeños, como hormigas frente al templo que los recibió con la majestad de una dinastía; esa que lo mandó a construir en 1917. Una vez bajados de sus coches y cuando los invitados se saludaban entre sí, descendió de una camioneta la dama absoluta de esos dominios; Stella “Baby” Cárcano, la nieta del ex gobernador con sus flamantes 101 años. Estaba con su acompañante terapéutico, tocada de gorro beige y un simple vestido floreado. “¡Pero mamá, que bella que te nos has puesto”, exclamó su hija Rose, inglesa de nacimiento y española por adopción. Y tomándola del brazo, fueron saludando a los presentes uno por uno. Al llegar mi turno, les dije que me gustaría entrevistarlas. Pero “Baby”, que no escuchaba bien, me habló de Italia y de sus viajes con frases breves. Y Rose, con mucha amabilidad, me preguntó de qué quisiera hablar. Le dije que de la historia de la capilla que levantara su bisabuelo, pero también de su madre, la última “lady” de la llanura. “Quizás después de misa” me dice. “Es que debemos tener mucho cuidado con el cotilleo de las revistas del corazón”. Le dije que no trabajaba para “Caras” ni para “Gente”; que apenas era un corresponsal de un diario villamariense y cubría los eventos del interior. “Bueno, entonces quizás…” me dijo Rose. Y con su madre siguió saludando a los presentes. Así que, en espera de esa promesa, repasé mis apuntes.

Cárcano 1945, últimos días de su excelencia

Hay una foto hallada recientemente (gentileza de Nelson Gheller) cuyo escenario es una vieja llanura perdida. Allí, un anciano de frac blanco y sombrero posa junto a dos equipos de fútbol. La imagen en sepia pareciera remontarse a épocas en que el deporte era amateur o pertenecía a países donde el fútbol nunca fue pasión. Si no se supiera a ciencia cierta que la foto fue tomada el 25 de mayo de 1945 en el Cárcano y que “su excelencia” no es otro que el ex gobernador, quizás nuestra imaginación nos jugaría una mala pasada y situaría la escena en Francia o Inglaterra. Pero no. Aquel match fue uno de los tantos partidos que se organizaban durante los días patrios en la Estancia Ana María, a 15 kilómetros de Villa María. La foto tiene un valor agregado, ya que sería el último match auspiciado por el exgobernador, que moriría menos de un año después.
La Estancia Ana María fue el sitio al que Cárcano se retirara momentáneamente de la política entre 1891 y 1907. Una vez allí, el político devenido en estanciero introduciría innovaciones en la agricultura y ganadería nacional, vacunando por primera vez la hacienda contra carbunclo con drogas preparadas especialmente en el Instituto Pasteur de París, importando un arado a vapor y trayendo la primera remesa de vacas Polled Durham desde Europa. Además, Cárcano tendría un rol fundamental en la educación de la comarca, creando en 1894 junto a su esposa una escuela rural. Y será ella, la propia Ana Zumarán de Cárcano, quien impartirá clases a los hijos de los empleados. La escuela se oficializará en 1911 como establecimiento provincial, llegando a tener hasta ochenta alumnos. Hoy, con apenas una veintena de chicos, la “escuelita de Cárcano” (así se la conoce en la comarca) todavía se levanta como un bastión contra el olvido; la única casa con vida fuera de aquella estancia convertida en comuna y aquella comuna devenida pueblo fantasma, con su calle única sin transitar y su estación de trenes abandonada.
Fin de mis apuntes.

Londres 1945, una mujer llamada Stella

Pero dejemos al exgobernador dar el puntapié inicial de su último partido de fútbol y pasemos a su nieta, que es el centro de esta crónica.
Con 30 años en épocas de aquel match, Stella es la bella hija del doctor Miguel Ángel Cárcano, hijo mayor de Ramón José. Radicada en Europa, esta “belleza del sudeste” lleva una vida de viajes y placeres, frecuentando la nobleza dorada de Londres, París y Roma. ¿Qué busca “Baby” en esos lugares? Lo que toda mujer: enamorarse perdidamente. Se adivina que a la joven hija del embajador argentino en París, candidatos no le faltan. Pero cuando una mujer no tiene ninguna fricción con el mundo, la elección del hombre ideal es un fabuloso “casting” librado a la fantasía. Y todos sabemos lo infinita que puede ser, sin ataduras al álgebra de la necesidad, la fantasía de una mujer.
Por esos días, “Baby” había encontrado en Londres a su “alma gemela”. El caballero en cuestión era un aristócrata inglés, William Humble David Ward, vizconde de Dudley; con quien se casaría en 1946 y engendraría sus tres hijos: William David, Rosemary (Rose) y Anne Marie. Pero para llegar a este punto en la vida sentimental de Stella, hay que hablar de una historia de amor previa y, acaso, secreta. En breves momentos será rememorada por su actriz principal en una entrevista de Georgina Elustondo en la revista del diario Clarín, en el año 2005. En cuanto al actor principal, se trata de un ambicioso joven estadounidense hijo de un diplomático, a quien sus amigos llaman “Jack”.

El Vaticano 1939; Stella y Jack, primera parte

Remontémonos, entonces, seis años en el tiempo; como si la pelota que patea el ex gobernador fuese dirigida hacia atrás, al ras del suave césped de la memoria.
Corría el 2 de marzo de 1939 y la ciudad del Vaticano se preparaba para coronar al nuevo papa, Pío XII. Pocos días antes, una llamada telefónica atravesaba el Océano Atlántico. Desde la Casa Rosada de Buenos Aires, designaban al doctor Miguel Ángel Cárcano embajador argentino en París. Y éste, en calidad de representante de su país, debía asistir a la coronación del Sumo Pontífice.
Dos veces diputado nacional y ministro de Agustín P. Justo en 1935, el prestigioso funcionario pidió a su esposa, Stella Morra, y a sus hijos Stella, Michael y Ana Inés, que lo acompañaran.
“Había personalidades de todo el mundo –contaría Stella 66 años después- Al lado nuestro estaban los Kennedy, la familia entera, porque eran muy católicos”.
Por ese entonces Joseph Kennedy, padre de John, era el embajador estadounidense en Londres. Y al igual que su colega argentino, representaba a su país en la celebración.
“Como tantos encuentros casuales, el de los Cárcano y los Kennedy podría haberse agotado en las rígidas formalidades de la diplomacia –escribe Elustondo-; pero John cayó rendido ante los encantos de Baby y no paró hasta volver a verla una y mil veces. En Roma, en París, en Nueva York y en Argentina, en mayo de 1941, cuando nadie podía siquiera imaginar el lugar destacado que le reservaría la historia”.
Baby parece negarse elegantemente a las galanterías del futuro presidente, pero éste no se da por vencido. No hay que olvidar que este perdedor romántico, en el fondo será siempre un norteamericano; es decir, un optimista aún en la derrota. Esta es, en boca de Baby, la crónica de aquel encuentro.
“Aquella noche luego de la coronación, hubo una gran fiesta en el palacio Colonna, donde cada embajada tenía un salón para recibir gente… Al rato nomás apareció (John) Kennedy, con el pelo que parecía un cepillo, y se paró frente a mí. Tenía un jopo rubio gigante y se reía todo el tiempo. A mí me dio vergüenza… A los dos minutos me dijo ´Soy Jack Kennedy y quiero salir a comer contigo´. Yo me desmayé, por supuesto. Le dije que el Príncipe Asprenno Colonna me había invitado a una boite…” (A lo que Jonh, ni lerdo ni perezoso, agendó el nombre del antro) “Yo estaba bailando con Asprenno –continúa Baby- y el descarado (JFK) vino muy sonriente y le tocó el hombro: ´Can I dance with Baby?´ (¿Puedo bailar con Baby?) le dijo. ¡La cara de Asprenno! ¡En Europa eso no se usaba! Yo tenía terror de quedar mal con los italianos, entonces le dije que no era apropiado…”

Ascochinga 1941; Stella y Jack, segunda parte

Pero a pesar de ese desatino, la historia continuó.
“Kennedy venía mucho a la Embajada en París y siempre insistía en salir conmigo. Se le había metido algo en la cabeza… No le gustaba que le dijeran que no. Mi hermano Michael me decía: ´yo lo veo a Jack entusiasmadísimo contigo y tú no le llevas el apunte´, y yo le contestaba ´si éste ni siquiera sabe jugar al polo, no sabe ni montar a caballo´… Es que mi máximo en aquella época era un polista, porque eran guapísimos. Yo estaba en la pavada. Después de su visita a la Argentina lo conocí mejor y me cayó bárbaro”, declaraba Stella en aquella entrevista.
El 26 de mayo de 1941 y tras haber terminado con honores su carrera de abogacía en Harvard, John Fitzgerald Kennedy llega al Aeropuerto de Ezeiza. Sus amigos, los Cárcano, lo esperaban con ansiedad. Stella rememorará las dos semanas de estadía de JFK en Argentina, el viaje a la Estancia de San Miguel en Ascochinga muy cerca de la ciudad de Córdoba, la desesperación del “gringo” por comer un asado apenas bajado del avión, el primer y último mate que tomó con asco y sacrificio, su cumpleaños el día 29 de mayo y los largos paseos a caballo donde JFK, alérgico al contacto de los equinos, calzaba “ridículas bombachas blancas”. Una verdadera colección de frivolidades. Pero luego, a modo de epílogo, la femme fatal de aquellos tiempos, revela:
“Nunca hubiera aceptado casarme con él… Era muy guapo, viajaba mucho… Lo de Kennedy, para mí se había acabado. Seguimos como amigos, nos visitábamos, pero nada más…”
Lo cierto es que en 1945, Miguel Ángel Cárcano es designado embajador argentino en Londres. Y antes de la recepción, los Cárcano pasan por Nueva York camino a Inglaterra y se encuentran con los Kennedy por última vez. “Cuando llegues, llama a mis amigos Dudley y Astor”, le había dicho Jack a Baby. “Y mirá lo que es el destino: yo me casé con Dudley, y mi hermana con Astor…”
Pero hay algo que Stella calla o que quizás nunca podrá decir jamás de su relación con JFK. Lo que quizás digan algún día las cartas del ahora expresidente que ella guarda con romántico recelo, y que tal vez se abran y publiquen una vez, cuando todo aquel presente se vuelva eternidad u olvido.

Buenos Aires 2017, crónica del “día después”

De hecho, y a modo de posdata al capítulo anterior, valga este dato. El 27 de diciembre de 2017 y tras la muerte de “Baby”, La Nación publicaba una nota-homenaje a la celebridad, en donde se leía el siguiente párrafo:
“En una de las cartas digitalizadas y archivadas (en la categoría Papeles personales/Amigos de la JFK Library and Museum) que Stella le envió desde la estancia San Miguel el 2 de febrero de 1942, puede leerse: «My love: te escribo porque he estado pensando en ti y recordando los viejos buenos tiempos […]. En cuanto a mí, todavía me estoy comportando, pero no le encuentro el sentido si por lo que veo no vas a volver más, como me lo habías prometido. Ocho meses han pasado […]. Todo mi amor: Baby».
Dejamos que los románticos llenen los corchetes con la inagotable potencia de su imaginación…

Cárcano 2016, fin de fiesta

El interior de la iglesia se parece a un templo de Las Cruzadas. Arcadas inalcanzables se entrecruzan en las alturas, donde pende una araña de fierro con velas del color de la cera. La misa se pasa rápido y las setenta almas agolpadas toman la comunión. La primera hostia es para “Baby” y la segunda para Rose, ambas en el banco principal. Cuando todos se dispersan en la calle de pinos tras la ceremonia, una voz española me corre por detrás y me dice: “¡Atiende un momento tú, periodista!… ¡Periodista!” Es Rose, la hija de “Baby” que me persigue…
“Es que me estuve acordando durante toda la misa de ti… -me dice la mujer, algo agitada- Quería decirte que, a pesar de los orígenes italianos del bisabuelo, esta iglesia tiene sobre todas las cosas, elementos franceses. Digamos que es una Nôtre Dame en miniatura… Pero también quería contarte que mi bisabuelo la levantó en memoria de su esposa, Ana Zumarán; y que no es una mera pieza arquitectónica. Acá fue a parar todo su amor por ella y toda su fe en Dios, porque él era muy religioso ¿sabes? Y por eso hizo este templo, que es como un Taj Majal en medio de esta llanura… En fin, periodista, sólo quería decirte eso… Y también que esta estancia nos ha dado de comer durante muchos años a los de mi familia, desde 1860 que la compró mi bisabuelo Ramón hasta ahora. Y que a su vez ha dado trabajo a mucha gente. Mi madre ha estado como clavo aquí desde hace doce años para cada 17 de marzo; y eso es lo que queremos seguir haciendo. Mantenerla y estar presentes. No sólo como una fuente de trabajo sino también como una obra de amor. No estás grabando nada de lo que te digo ¿no?”.
Le juro que no. Pero siempre tuve buena memoria para los diálogos, así que lo transcribo textual.
Aquel 17 de marzo de 2016, fue la última vez que “Baby” Cárcano fue vista en público en sus dominios, para el cumpleaños de la capilla a la que aventajaba por dos años. Y pienso, a raíz de esta imagen, que en cierto modo la vida de Stella también fue un templo. Una iglesia exótica nacida en esta pampa desnuda pero con diseño europeo; un Taj Majal de materia orgánica cuyo principal mandamiento fue el de las mujeres románticas: ser la actriz principal de una historia de amor digna de un cuento. O acaso de una película de Hollywood, que son los cuentos modernos, plagada de príncipes, atardeceres y futuros presidentes. Acaso ese haya sido su legado más grande, su leyenda; esa que empezó a contarse una tarde de 2017, cuando Stella moría a los 102 años señorial como un castillo; gótica como la torre-aguja de su iglesia, romántica y hermética como su historia con Kennedy, que acaso jamás salga a la luz.

Iván Wielikosielec

Escritor y periodista argentino (Córdoba, 1971). Ha publicado libros de relatos y poesía (“Los ojos de Sharon Tate”, “Príncipe Vlad”, “Crónicas del Sudeste”). Colabora para diversos medios gráficos e instituciones culturales.

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