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Trump: últimos estertores de una presidencia enfermiza

Estos son los últimos estertores de la enfermedad política que nos aquejó por más de cuatro años; Trump no se quedará. Pero antes de irse al infierno puede llevar al mundo con él

Faltando menos de un mes para el cambio de gobierno, Donald Trump hace intentos más y más desesperados para permanecer en los titulares, y seguir luchando para prevenir su salida de la Casa Blanca. A esta altura, sabemos que jamás reconocerá haber sido derrotado limpiamente en las elecciones.

Lo entregan a los medios

¿Cuán alocados son?

Bastante para que sus propios allegados, ayudantes, sirvientes y lugartenientes sientan tanto pánico como para denunciarlo ante los medios.

Suficientemente alocados como para que cuenten, cada uno con diferentes grados de supuesta indignación, que el fin de semana tuvo lugar un duelo a grito pelado durante una reunión extraordinaria en una salita de la Casa Blanca convocada por el presidente saliente para hablar de «los próximos pasos».

¿Tan poco tiempo y «próximos» pasos? Sí, porque la energía de Trump, su egolatría y su carencia de límites son, pues, ilimitadas…

Al respecto parecería que se registran dos tendencias opuestas y sin embargo, relacionadas entre sí, en lo más alto de la política estadounidense. 

Por una parte son más los republicanos que parecen librarse del encantamiento nefasto que los encadenó a Trump durante más de cuatro años y que comienzan a recuperar su propia voz. Ahora, esta voz se escucha desde lo hondo del mismo gobierno. 

Así, el canciller Mike Pompeo anunció que el masivo ciberataque contra objetivos comerciales y nacionales proviene, efectivamente de Rusia, contra los amargos y agresivos tweets de su jefe, Trump, quien, claro, lo niega.

El secretario de Justicia saliente William Barr anunció que no hay motivo para investigar a Hunter Biden, hijo del presidente electo, ni las supuestas irregularidades electorales.

Y el vicepresidente Mike Pence se da la vacuna públicamente, en mangas de camisa y con sonrisa valiente, con la posibilidad de convencer a muchos de quienes, hipnotizados por Trump, han negado hasta ahora la existencia del COVID-19. Esto vale, aunque Pence haya sido más que cualquiera con excepción del Presidente, el responsable por la desastrosa reacción del gobierno estadounidense a la pandemia. 

Falsos valientes

De pronto, simulan ser valientes, y patean lo que piensan que es el cadáver político del presidente derrotado.

Trump, acorralado y todavía más desesperado, acude entonces a sus últimos aliados: abogados lunáticos venidos de menos, conspiracionistas mentirosos que venden a dólar, o un general condenado a prisión por mentir al FBI e indultado por el propio Trump. 

Parece tomar en serio lo que ellos piden: primero, que Trump drecrete la ley marcial. Que ordene   confiscar las máquinas de votación en los estados clave donde perdió. Que organice bajo régimen militar nuevos comicios para que él gane.

Y nombrar a Sidney Powell, una abogada desacreditada que pregona teorías a cual más infundada de supuesto fraude electoral, precisamente investigadora especial federal para destapar lo que ella misma desde el vamos alega. Como tal, tendría atribuciones casi ilimitadas para deponer, acusar, procesar, demandar y recibir información de cualquiera, así como acceso a los más íntimos secretos del país.  

Aclaremos que ambas ideas son de por sí ilegales, inconstitucionales o las dos cosas. Que aún si Trump llegase a anunciarlo, es poco probable que prosperen más allá de la salita lóbrega de la Casa Blanca donde se debatieron. 

Capaz de cualquier cosa

Pero que Trump en sus últimos días de gobierno, deje de lado cualquier pretensión de gobernar, y estire su obsesión hasta las últimas consecuencias, muestra, no un cambio en él, sino hasta qué grado siempre fue corrupto y cuán poco lo habían reconocido como tal. 

Las dos ideas surgieron en una caótica reunión en la Casa Blanca el fin de semana. Apropiadamente, fueron denunciadas por otros allegados a Trump, quienes también corrieron en tropel a la misma prensa a la que habían vituperado, madlecido, despreciado y acusado de traición solo la semana pasada. Porque pensaban que Trump era el conejo de la buena suerte, sin saber que si la tuvo, la reservó para él y nunca para sus allegados, a quienes traicionó siempre.

Pero el mandatario – recordemos eso – reservó su opinión y sabemos que es capaz, en su terror, de cualquier cosa. Que nunca ha dejado de sorprendernos con el alcance de su atrevimiento. 

Sí, estos son los últimos estertores de la enfermedad que nos aquejó por más de cuatro años; Trump no se quedará. Pero antes de irse al infierno puede llevar al mundo con él.

Debemos estar preparados, y ahora, afortunadamente, con el apoyo de partes del partido Republicano, que pretende renacer. Trump sigue tratando de destruir al país. Estemos atento a las ocurrencias que anunciará en las próximas dos semanas. 

Autor

  • Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito. Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio. -- Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then. Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

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