Día Internacional de la Mujer: por la elección, la dignidad y el respeto

En un cine club de Berkeley muestran el documental El Laberinto de las Lunas sobre la maternidad trans y el respeto a la identidad de género

Será ocho de marzo y saldremos a encontrarnos en las calles.

Será ocho de marzo y recordaré ese día en que me mudé a vivir sola con mi hijo. Un colchón de dos plazas y mis libros más amados. Tenía eso y un amor. Eran los vientos que hinchaban las velas de mi barco. Estaba lista para navegar y cruzar la vida.

Pensaba que la liberación femenina se hacía desde afuera, rompiendo las cadenas del sometimiento a la obediencia y al miedo. Yo solamente tenía que tomar la decisión de decir “¡ya no más!”

Pero cuando uno imagina que el mal y los inconvenientes están solamente afuera, en vez de navegar, naufraga. 

La vida comenzó a tapar mis sueños y yo no entendía por qué no encontraba la manera de componer el desastre.

Un domingo en la tarde, llorando, le conté a un amigo “pasé un momento horrible, me perdí con mi hijo y quedé sola en subida…”  “Sola en su vida”, fue lo que escuchó mi amigo. Así empecé análisis.

El cambio

Fue un hombre, quien me dio esa escucha que tanto necesitaba para empezar a construirme. Con llantos, desazones, enojos y decir “acá no vuelvo”, fui haciendo una mudanza diferente. Comencé a mudar los enormes roperos, las pesadas cómodas, la enorme cama matrimonial que traía desde antes de mis abuelos. Todo para poder llegar a eso de lo que yo tanto quería huir. Un enorme miedo a la vida adulta de mi hijo con autismo. 

Tuve que enfrentarme a mis fealdades y a mis errores. Asumir que esas banderas de certezas que yo flameaba tan segura de mí eran la escenografía para sostener mis inseguridades.

Escucharme, me permitió ir construyendo mi propia voz. A lo largo de todos estos años fui aceptando que no saber quién es uno, es ir sabiéndolo. No terminé de leer “La escritura del desastre” de Maurice Blanchot, pero su título me acompaña siempre. El desastre ya no es un fin en sí mismo. 

En todo este tiempo, mudé también objetos de mi casa, cambié cuadros colgados en las paredes, puse nuevas plantas, decoré todo de color azul.

Hoy imagino que mi casa es un barco. Navego, algunos días con mar calmo, otros no tanto, pero ya no naufrago.

Mi visión del amor también fue mudando. La manera en que miro y veo el amor, es diferente. Atravesada por esta ola verde a la que me sumo con timidez y reparo, construyo otro modelo de relaciones. Mi valorización, ya no el juicio del otro.

El cine club

“Chicas, yo soy grande”, les aclaro siempre a las compañeras. Formamos el Colectivo Feminista Las Pibas del Área de la Bahía, hace un poco más de un año. Escucharlas me ayuda, me construye.

Este año también conocí a Diana, dueña de un café en la ciudad de Berkeley. Ella, sin conocerme, me abrió las puertas de su negocio para concretar un sueño de muchos años. Armar un cine club.

El laberinto de las Lunas

El 23 de febrero hicimos nuestra primera proyección con el film de la documentalista rosarina Lucrecia Mastrangelo. El laberinto de las lunas, un documental sobre la maternidad trans y el respeto a la identidad de género. 

Gabriela Mansilla la mamá de Luana, primera niña trans en recibir su documento de identidad en Argentina, dice en el film “es la sociedad la que no está preparada a ver una niña con pene”.  Yo veo a mi hijo caminando por la calle, haciendo ruidos y aleteando sus brazos.  La gente lo mira y yo pienso “es la sociedad la que no está preparada para aceptar a alguien diferente”.

Karla, mamá de Agustina, habla desde ese cariño profundo y esa alegría de estar cerca de la persona que uno ama “qué me importa si me llama mamá o papá, yo quiero que sea feliz”. Yo escucho “qué me importa si mi hijo no puede hablar y decirme mamá, yo quiero verlo feliz”. 

Maira y yo

Maira y yo somos dos mamás, sobreprotectoras. “Vivimos por ellos” me dice Maira, después de mirar una foto donde mi hijo está desayunando en la cama.

Disfrutamos las dos de esa maternidad elegida, ese camino pleno de transitar el deseo de cuidar al otro, de hacer su vida placentera, de ayudarlo a desarrollar su identidad.

Maira vive en Rosario, mi ciudad natal. Ella se emociona diciendo “quiero que mi hijo esté bien, que siempre tenga trabajo y esté bien con su familia”.

Lucrecia y su excelente equipo, entendieron al filmar, el arte del amor. Ese intrincado laberinto por el que un ser humano debe transitar para serse propio, amando. Sin el amor no se entiende. Sin el amor se juzga y se discrimina. Sin amor lo que se enaltece es el individualismo y el egoísmo. El centro de la soledad. 

El Laberinto de las Lunas, nos constituye y nos interpela desde esa fuerza del cariño para confirmar nuestro camino.

Redefinir

El film está lleno de testimonios valientes y profundos para transitar esta revolución donde los valores impuestos por el sistema se cuestionan y también se descartan.  “No somos vaginas y penes caminando por la calle” dice Gabriela. 

De igual manera yo digo: “No somos cerebros caminando por la calle. Un ser humano que no razona de manera acorde a lo esperado para ser productivo al sistema también tiene derechos y merece respeto.” Redefinir estos conceptos, es redefinir el concepto de patología y es pensarnos desde otro lugar. Es resignificar el universo. Cuestionar la norma y cuestionarse.

Crearse y crear.

Es decir, desde la voz de Susy Shock “reivindico mis derechos a ser un monstruo.” A salirme de la norma y dejar de cargar con el peso del ojo ajeno. Que la sociedad deje de tratar al diferente, desde la aceptación. Es un esfuerzo y se nota. Tratar de incluir al excluido. Es parte de la hipocresía moral que sostenemos. Es parte del patriarcado, aunque sea ejercido por mujeres. El respeto, es otra cosa. El respeto es no sentirse superior ni mejor que nadie.

La marcha

Ayer llegaron las fotos de las compañeras de la Colectiva. Se reunieron para hacer las pancartas que llevaremos el domingo en la Marcha y Celebración por el Día Internacional de la Mujer. En este 2020, en Argentina una mujer es asesinada cada 23 horas. En México el femicidio supera la cifra de 270.

El amor se ha deformado en una toxicidad que mata.

Mientras cae el agua tibia sobre mi cuerpo, pienso en todo esto.

Los pedazos de cansancio del día anterior se van por la rejilla redonda de 12 agujeros.  En la oscuridad escucho el canto de estos pájaros. Trinan. El verbo suena antiguo, floreado, como un poema de Góngora. El silencio sostiene este pedazo de tiempo. El silencio es una forma de cuerpo, una manera de vida. Es una elección. El silencio elegido, construye.  

Mi oído me dice es un sólo pájaro, erguido y solitario, en la rama de un árbol que no veo. A lo lejos pasa la sirena de un tren.

Cuando cierre la puerta de esta, mi casa, las plantas dialogarán con la luz. Yo no veré esa charla, no estaré, igual desde el sol que ilumina el lugar donde trabajo, veré una camelia florecer. Ese almanaque de naturaleza que nos atraviesa.

En la clase de Educación Física observo este niño de ocho años. Toda su atención está puesta en la suela de la zapatilla de su compañerito, sentado en el piso junto a él. Con delicada paciencia, mi alumno extrae un diminuto cúmulo de arena unida. Tiene la forma de un corazón. Lo pone en la palma de su mano y me dice “es para el museo de lo imposible”. Entonces le pregunto si pudo tomar una foto y me contesta “por supuesto, debemos documentarlo”.  

“Todos los días, debemos documentarlo”, me dije, sonriendo. Es un niño y será un hombre y estamos educando y trabajando para que sus paradigmas de amor y vida no sean ya los del patriarcado.

Por eso marcharemos mañana. Para construir un camino donde el trayecto sea el encuentro y no la dominación. 

Autor

  • Adriana es educadora en el Distrito de San Carlos, California.Tiene una licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Políticas, de la Universidad Nacional de Rosario. Madre de Dante, un joven autista de 23 años, Adriana disfruta en escribir crónicas diarias, que ella ha titulado "Fotos con palabras". Sus textos pueden verse en Facebook. También ha publicado en las revistas Urbanave y en Brando, del Diario Nación y Página 12 Rosario.

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