A menos regulaciones, más gente en la calle, más contagios
En circunstancias normales, los estados y el gobierno federal se unirían para asegurar, como primera prioridad, un conteo correcto de los enfermos y un seguimiento completo de los nuevos contagios y sus fuentes. Los gobiernos estatales y nacionales, ejercerían su autoridad para que no sigan las escenas de bares repletos, playas atiborradas, iglesias llenas de familias y multitudes circulando sin máscaras y sin mantener el distanciamiento social. Pero las circunstancias están lejos de ser normales.
Hace pocas semanas – parecería años – cuando se inició el proceso de reapertura de la economía, exhortamos a que el proceso se hiciese de tal manera que no propiciara nuevos contagios. Por el contrario, dijimos que debía salvaguardas para que los más vulnerables sigan el régimen de confinamiento y permanezcan en sus casas.
Abrir, pero con precaución
Al mismo tiempo, aquellas áreas de la economía que reanudasen actividades lo hicieran con el máximo de cuidado y sin dejar lugar a errores.
Lo más importante, acotamos, es que no se reanude la cadena de contagios, enfermedad y muertes.
Eso no sucedió.
Aquí cabe decir que la nueva crisis, la de las protestas por el asesinato de George Lloyd por policías en plena calle y la reacción obtusa de Trump, esa crisis en el contexto del coronavirus está sirviendo de… cubrebocas. De venda en los ojos.
Es usada como distracción a pesar de que es tan o más peligrosa para el régimen actual y en conjunto con la pandemia y la crisis económica, podría minar el apoyo a la reelección del presidente republicano.
Los resultados de la reapertura fueron mixtos. Sí, dos millones de personas han regresado a sus puestos laborales. Sí, la población vuelve a circular por las calles, a concurrir a sus restaurantes, a cortarse el pelo después de meses.
Pero a partir de Memorial Day, el 25 de mayo, millones actúan como si la amenaza del coronavirus no existiera. Convergen en playas, parques, piscinas, iglesias, eventos, hasta en las protestas por el asesinato de George Lloyd. ¿Qué les pasa?
Todos a la calle
El resultado es que en al menos 22 estados, se han registrado aumentos preocupantes en la cantidad de nuevos casos y por ende en la de muertos por el COVID-19.
La alerta llegó a que el Dr. Anthony Fauci, director del National Institute of Allergy and Infectious Diseases desde 1984 y la cara pública de la administración Trump sobre el tema hasta que contradijo al supremo líder… En una entrevista, Fauci advirtió que la pandemia está lejos de haber terminado.
«En cuatro meses, la epidemia ha devastado a todo el mundo. Y aún no ha terminado. ¡Dios mío! ¿Cuándo va a terminar? Estamos solo comenzando a entenderla ahora», dijo el Dr. Fauci.
Y la llamó por lo que es: una pesadilla.
No solo eso. Muchos de estos estados han dejado de proporcionar números correctos y fehacientes de la cantidad de contagios, su ubicación, y otros datos cruciales para organizar el esfuerzo de contener el virus.
¿Por qué?
Por incompetencia, para evitar la conexión entre reapertura y aumento de contagios, para no perder popularidad, para gustarle a Trump y no arriesgarse a su furia tuitera. O por todas esas cosas juntas.
Ocultan la información
No son, necesariamente, los estados gobernados por republicanos. Según el Washington Post, tanto California como Nueva York no informan correctamente las causas de nuevos casos de COVID-19 o las de muertes recientes. Y otros como Mississippi, Carolina del Sur y Florida, además de ello aceleran el relajamiento de normas de precaución aunque la situación esté a punto de salir de su control.
O quizás ya sea demasiado tarde. Y por cierto, carecen de los recursos necesarios para solucionar su crisis. Necesitan de un gobierno federal que brilla por su ausencia.
Particularmente, el virus acelera su expansión en centros de población rurales, a medida que sus gobiernos relajan sus medidas de prevención y precaución. Es irónico y trágico a la vez que las comunidades que más podrían sufrir de esta muy, muy prematura segunda ola es la de la base trumpista.
Trágico, porque se puede evitar si desde arriba se les dijera que tomen las mínimas medidas de precaución para evitar los contagios. Si se cubrieran la boca con algo. Si dejarán de apretujarse. Si abandonasen los bares y las iglesias. Cosa que no se hace.
Es cierto que parte del aumento en los números reales – si se contasen – se debe a que las pruebas del virus son ahora de fácil acceso y se multiplicaron. Parte, parte. Al mismo tiempo, estas pruebas también se convirtieron en una causa de consternación y desconfianza, cuando en realidad se trata de un desarrollo sumamente positivo, que permite conocer la situación real.
Ignorantes, alocados, cerrados
Para aquellos cuyo mundo informativo está formado por un círculo cerrado e ignorante, para quienes Fox News es demasiado «blando», para quienes los rumores de conspiraciones, cuanto más alocados, más creíbles.
Los cálculos basados en casos oficialmente reportados están llegando a los dos millones de enfermos. Pero solo cuentan a aquellos que hicieron la prueba y ahora, además, los números son minimizados por 30 estados. ¿Cuál es el número real? No lo sabemos por el momento. Quizás sea mucho mayor.
Ya estamos viendo, en Brasil, cómo degenera la situación cuando el gobierno del presidente Bolsonaro minimiza su gravedad, tergiversa la información y se niega a ejercer su poder para controlar la expansión del virus al que llama «una pequeña gripe». Se ha convertido en el foco más importante del COVID-19. Y está por sobrepasar a Gran Bretaña en el número de fallecidos, para llegar a un vergonzoso segundo lugar.
No permitamos que ello suceda aquí, en Estados Unidos.
Bares, playas, iglesias
Es necesario detener esta tendencia. En circunstancias normales, los estados y el gobierno federal se unirían para asegurar, como primera prioridad, un conteo correcto de los enfermos y un seguimiento completo de los nuevos contagios y sus fuentes.
Los gobiernos estatales y nacionales, ejercerían su autoridad para que no sigan las escenas de bares repletos, playas atiborradas, iglesias llenas de familias y multitudes circulando sin máscaras y sin mantener el distanciamiento social.
Pero las circunstancias están lejos de ser normales.
Lamentablemente, Donald Trump ha claudicado toda responsabilidad en la lucha para vencer la pandemia y delegado públicamente en los estados esa preocupación, aunque carezcan de los recursos que él controla. Lo único que le preocupa es que no le culpen del desastre del que obviamente tiene la culpa por no actuar.
Probablemente estemos en el inicio de una segunda ola, un segundo ciclo de contagios, muerte y pánico. Llegó antes de que terminase la primera. En la emergencia, especial atención requieren los mayores de edad y todos aquellos con condiciones médicas que ya se sabe exacerban el riesgo de fallecer.
El secreto es inadmisible
Podemos estar a un año de crear una vacuna, de aprobarla y especialmente administrarla en miles de millones de dosis. Falta mucho. Mientras tanto, y en ausencia de una cura, el coronavirus sigue siendo una amenaza existencial para todos nosotros. Es imprescindible continuar con la reactivación económica, sí, pero no a costas de la salud pública. Y mucho menos permitiendo que la cantidad de víctimas siga aumentando pero que no se sepa, que quede en el secreto de los gobiernos.
Es solo cuestión de sentido común comprender que si no sabemos cuál es la situación real, tampoco sabremos cuáles medios son los mejores para volver a la normalidad. Una normalidad que no puede ser impuesta a la fuerza mientras crecen los contagios y las muertes.
Un último número. En al menos 14 estados, más Puerto Rico, la semana pasada marcó récords en nuevos casos, California incluida. En Texas se señaló un nuevo récord de hospitalizaciones. Y todo en medio del relajamiento de las medidas de precaución.
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