Cruzando líneas: La espalda al ´bully´
ARIZONA – “Hoy es un día muy especial en nuestro país”, dijo Mrs. DeMarsh, la maestra de Humanidades de mis hijos. Era la mañana del miércoles 20 de enero de 2021 y en nuestra casa -para variar- reinaba el caos que provocó la pandemia con la escuela en casa y las recámaras convertidas en oficinas improvisadas. “¿Qué es lo que pasa?, ¿por qué es importante esta fecha?”, preguntó. Maurice, un compañero de clase de mis mellizos, levantó la mano virtual.
Mi junta por Zoom terminó justo a tiempo para escuchar la respuesta.
“¡Es el día que nos deshacemos de Trump!”, exclamó emocionado; en realidad lo gritó con un gusto que no pudo disimular. Solté la carcajada y Mrs. DeMarsh quiso contener la suya.
Maurice tiene apenas 6 años, igual que mis hijos, y entiende más de democracia que muchos adultos. Justo en esa clase aprendió de elecciones, de la importancia del voto, sus responsabilidades como ciudadano y sus obligaciones cívicas, pero no le enseñaron a detestar a políticos, eso viene de casa.
“Hay personas que celebran y otras que están molestas que se va Trump… pero tenemos un presidente y, no solo eso, también tenemos hoy a la primera mujer en ser vicepresidenta de este país y eso nos debe emocionar a todos”, respondió la maestra con su característico temple sereno.
La tarea fue ver por televisión la toma de protesta y escuchar el discurso; al día siguiente platicarían de eso. Mis mellizos se sentaron en el piso y vieron a Joe Biden convertirse en presidente con una atención que apenas han logrado las películas de princesas o Pókemon. Estaban absorbiendo cada una de las palabras y me preguntaban las que no entendían.
Mika, que insiste en ser chef cuando crezca, vio a Kamala Harris y se emocionó. “¡Es ella!, ¡es ella!”. Sus ojitos se iluminaron. “Yo, cuando crezca, seré la primera chef presidenta”, dijo. Le creí. Ella es perseverante y, a veces, obstinada. Me emociona pensar que crecerá pensando que todo es posible para una mujer y que ella lo logrará. Esta generación puede cambiar el mundo y sé que empezará por ella.
Matías se preocupó por Trump. “Ahora que ya no es presidente, puede ir la policía por él y apresarlo”, asintió con un tono severo. Lo volteé a ver con curiosidad y le pregunté porqué pensaba que el expresidente debía terminar en la cárcel. “Es tramposo y malvadillo”, respondió. Le pedí que me explicara más, que me contara lo que él sabía y yo no. “Oí al niño con el que hablaste el otro día y dijo que lo había separado de su familia, que lo hacía llorar por las noches y que era malo”, expuso. “Yo no quiero que nunca nadie me separe de ti”. Lo abracé y le prometí que nadie lo haría, que no lo permitirá. “Eso mismo le dijo su papá al niño y pasó”, refutó. Lo abracé más fuerte.
Después vimos la repetición del último discurso de Trump antes de dejar la Casa Blanca. Matías apagó el televisor: “Ya está, no hay que verlo, mi maestra dice que cuando hay un bully, tenemos que alejarnos y no prestarle atención”. ¡Qué sabio! Ese momento me di cuenta de que así se cambia el rumbo de una nación. Juntos, como familia, le dimos la espalda al “bully”. Solté el cuerpo y me di cuenta de que tenía cuatro años conteniendo el aliento.