Cuando recuperar al bisonte es recuperar pueblos

Los colonos entendieron que matar a los bisontes era destruir la forma de vida de las primeras naciones. Y empezaron a organizar cacerías, ya no por la piel o por alguna razón económica, sino como un paso intermedio para acabar con las primeras naciones

La caza al bisonte termina
Igual que mi vida termina, hijo mío
Es tiempo que les cuentes
Largas fábulas viejas a los hijos tuyos
La luz de la fogata nos alumbrará.

Estoy seguro que muchas y muchos latinoamericanos que han pasado los 50 años de edad, se acuerdan de esta canción que cantaba Piero en los años ’80. En realidad, la canción era de Gianni Morandi, pero Piero la diseminó por todo el continente.

“Si por tu misma calle cruza el hombre blanco lo tendrás que respetar, pero no le temas, ni te fíes jamás”, sigue diciendo la canción, que se refiere a los originarios de América del Norte (comanches, sioux, cherokees, y tantos más).

Y lo más importante: “Presiento nueva caza, nuevos pastos y guerras por la libertad, conmigo no termina la eternidad”. De esas nuevas cazas, nuevos pastos y guerras por la libertad, quisiera hablar aquí.

Este no es un artículo sobre los bisontes, sino sobre la opresión, la discriminación y el odio hacia las primeras naciones. Y en esta historia sí, el bisonte es un punto central, y, sobre todo, muy desconocido.

Los antropólogos marcan la llegada del ser humano a América (vía estrecho de Bering) hace entre 13,000 y 20,000 años. Para ese momento, ya América del Norte estaba poblada de bisontes, también conocidos como búfalos americanos. Algunos científicos han establecido que estos animales pueblan América del Norte desde hace un millón de años.

Para el siglo XVI, es decir, hace 500 años, había unos 30 millones de bisontes en toda Norteamérica. Y en 1700 se calcula que llegaban casi a 60 millones de ejemplares de este animal majestuoso, que puede llegar a pesar hasta más de 1,000 kilos. Eran fundamentales para las primeras naciones, que dependían mucho de ellos, utilizando su carne, pero también la leche y la piel. Se aprovechaba todo, porque era una forma de respetar y de agradecer al animal. Y se lo cazaba sólo según las necesidades.

El ejército tenía directivas para matar a los bisontes que eran la fuente fundamental de subsistencia de las primeras naciones. Foto: Yellowstone National Park

Pero con la llegada de los colonos ingleses a la Costa Este en el siglo XVII, cambió todo. Los peregrinos del Mayflower llegaron en 1620 y traían caballos, algo que cambió la dinámica de la cacería del bisonte. Y sobre todo, comenzó una caza indiscriminada de bisontes, bajo la avaricia del comercio de pieles.

Sin embargo, lo peor vendría más tarde, después de la independencia de los Estados Unidos y con la expansión hacia el sur y hacia el oeste, una expansión que fue guiada por la ceguera del oro en California. Pero fue de a poco, porque todo el continente estaba habitado. Primero había que despejar el terreno entre los Montes Apalaches y el Mississippi. Y luego continuar hacia el oeste.

Cuando Thomas Jefferson llegó a la presidencia, en 1800, había 700 mil colonos blancos al oeste de los Apalaches. Y ahí comenzó la gran mudanza de los pueblos creeks y cherokees de Georgia e Indiana.

De océano a océano por la raza

En 1803 Estados Unidos duplica su territorio comprándole las Luisianas a Francia, y entonces Jefferson propone al Congreso un plan para que los indígenas abandonen la caza para dedicarse más a la agricultura, a la industria, a la civilización. El objetivo era recluirlos a territorios cada vez más reducidos.

Entre 1814 y 1824, el Estado se apoderó de tres cuartas partes de Alabama y Florida, un tercio de Tennessee, un 20 por ciento de Georgia y Mississippi y partes de Kentucky y Carolina del Norte.

Cuando Andrew Jackson llegó a la presidencia, inició una campaña más allá de la Florida, quemando campos del pueblo seminole. Durante su mandato, obligó a más de 70 mil indígenas a desplazarse al oeste del río Mississippi.

Según cuenta Howard Zinn en su libro La otra historia de los Estados Unidos, “no se podía obligar a los indios a ir hacia el oeste. Pero si decidían quedarse tendrían que acomodarse a las leyes estatales, que destruían sus derechos tribales y personales, y los exponían a vejaciones interminables y a la invasión de colonos blancos que deseaban sus tierras. Sin embargo, si se marchaban, el gobierno federal les daba apoyo económico y les prometía tierras más allá del Mississippi”.

En su mensaje a los jefes choctaws y cherokees, les mandó a decir: “Deben confiar en mí y marchar de los límites de los estados de Mississippi y Alabama, y establecerse en tierras que les ofrezco allí, más allá de los límites de ningún estado, en posesión de tierra suya, que poseerán mientras crezca la hierba y corra el agua. Seré su amigo y su padre y les protegeré”.

Sin embargo, esas promesas nunca se cumplieron y a medida que Estados Unidos se expandía hacia el oeste y el sur, las víctimas siempre fueron las primeras naciones, además de México.

El 11 de febrero de 1847, el Congressman Globe cita a Giles de Maryland: “Doy por hecho que ganaremos territorio, y que debemos ganar territorio, antes de cerrar las puertas del templo de Jano… Debemos marchar de océano a océano… Debemos marchar de Texas, directos hacia el Océano Pacífico, y sólo tener sus terribles olas como frontera… Es el destino de la raza blanca, es el destino de la raza anglosajona…”

Por supuesto, esta estrategia geopolítica se potenció a partir del descubrimiento de oro en California y ahí se desató la locura por el territorio. Por más que sioux, comanches, cherokees y muchos otros pueblos resistieron heroicamente, fueron avasallados, en muchos casos usando el hambre como arma letal.

Pila de cráneos de bisontes a mediados de los 1870s. Foto: Wikipedia

Los colonos entendieron que matar a los bisontes era destruir la forma de vida de las primeras naciones. Y empezaron a organizar cacerías, ya no por la piel o por alguna razón económica, sino como un paso intermedio para acabar con las primeras naciones.

Es uno de los pocos casos en la historia de la humanidad de un exterminio planificado de una especie animal. Pero como dijimos al principio, aunque esto es cruel en sí mismo, el objetivo eran los pueblos indígenas.

En épocas de la colonia, los ingleses mataban bisontes para sacarles la piel, y abandonaban el resto del animal. Los estadounidenses en cambio, mataban de a miles y no aprovechaban nada, quedaban las montañas de animales, de huesos, de cabezas.

Además, los bisontes tienen una característica distintiva, y es que cuando muere un miembro de la manada, el resto se queda cerca durante un tiempo, como despidiéndolo. Eso facilitaba la matanza del hombre blanco.

El resultado fue que, a fines del siglo XIX, prácticamente no quedaban bisontes en América del Norte. De 60 millones que había dos siglos antes, quedaban entre 100 y 1,000 ejemplares. Obviamente, también habían aniquilado a los pueblos que dependían de los bisontes.

Pero con el exterminio de los bisontes, no sólo se afectó a las primeras naciones, sino que también se alteró la naturaleza en su conjunto, se desertificaron vastas praderas y muchas otras especies que convivían con los bisontes, también emigraron.

Este drama es descripto magistralmente por John Steinbeck en su novela Las uvas de la ira, también llevada al cine en una película dirigida por John Ford y protagonizada por Henry Fonda. Es la historia de una familia de campesinos que, ante la sequía y la desertificación, tienen que abandonar sus tierras, como muchas otras familias campesinas de Oklahoma y Texas, para ir en busca de mejores tierras en California.

Un símbolo del país

A principios de la década de 1870, en el Condado de Smith, Kansas, Brewster Higley publicó un poema titulado My Western Home. Luego alguien le puso música y se convirtió en una canción tradicional del folclore del medio oeste que cantaban vaqueros y campesinos. Desde 1947 es el himno del estado de Kansas, pero también es el himno no oficial de todo el oeste. En su primera estrofa dice: “Oh, give me a home where the buffalo roam” (Oh, dame un hogar en el que anden los bisontes).

Es paradójico que, habiendo sido la aniquilación del bisonte una estrategia oficial de los Estados Unidos en su expansión y formación final como Estado Nación, al mismo tiempo se haya convertido el bisonte en uno de los símbolos del país.

Logo del Servicio de Parques Nacionales con un bisonte. Foto: Wikimedia Commons

Está en el sello del Departamento del Interior, en el logotipo del Servicio de Parques Nacionales y en alguna época estaba en el reverso de la moneda de cinco centavos de dólar, llamado “níquel”. También en el mundo del deporte están los Buffalo Bills, un equipo profesional de fútbol americano de Búfalo-Niagara Falls, y los Colorado Buffaloes, nombre de todos los equipos deportivos de la Universidad de Colorado en Boulder.

Pero, además, según la National Bison Legacy Act, promulgada en mayo de 2016 por el ex presidente Barack Obama, el bisonte es el mamífero nacional de Estados Unidos. Esto ha permitido liberar fondos al Servicio de Parques Nacionales para trabajar junto a organizaciones ecologistas en el crecimiento de las manadas de bisontes.

En la actualidad, según datos oficiales del Servicio de Parques Nacionales, hay unos 500 mil ejemplares. Es una clara recuperación, de los mil que había a hace poco más de un siglo.

La Federación Nacional de Vida Silvestre, National Wildlife Federation (NWF), es una de las ONGs que lidera la causa de recuperar los bisontes, pero en un contexto de tierras indígenas y en armonía con las comunidades.

Claro, en el siglo XIX cuando se intentó el exterminio de los bisontes, como hemos explicado, el objetivo no era el mero animal, sino las tierras ocupadas por las primeras naciones. En ese proceso histórico, se buscó destruir la forma de vida y la cultura de los pueblos indígenas, lo que a veces derivó en matanzas, en muertes por hambrunas o bien en reclusiones en verdaderos guetos que hoy se llaman “reservas” y que casi siempre tienen muy poco que ver con la histórica forma de vida de esas comunidades.

Sin embargo, por medio de alianzas con líderes indígenas, la NWF trabaja para recuperar la conexión cultural de las tribus con los bisontes y para recrear lugares donde las manadas salvajes puedan pastar en sus hábitats históricos.

Es una iniciativa en conjunto con el Consejo Intertribal de Búfalos, que empezó un gran trabajo en 1992, cuando el quinto centenario del mal llamado “Descubrimiento de América” se festejaba con bombos y platillos en todo el continente, desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

Los pueblos originarios, entre ellos los de América del Norte, sabían que no había nada que festejar, y en cambio, mucho por reflexionar y trabajar. Eso hicieron, y el Consejo comenzó una acción sin prisa, pero sin pausa para trasladar bisontes excedentes de parques nacionales como el de Badlands, en Dakota del Sur; el de Yellowstone, en Wyoming; y el del Gran Cañón, en Arizona, a 82 tribus en 20 estados.

En la actualidad, ya son unos 20,000 bisontes en más de 60 rebaños gracias a este programa permanente de repoblación, enfocado especialmente en recuperar el vínculo ancestral con estos animales jorobados y melenudos.

El renacer de una conexión espiritual

Así como en el siglo XIX casi fueron exterminados los bisontes, y también casi fueron exterminadas las primeras naciones, ahora se ve lo contrario. Debido a la interconexión cultural y espiritual de estos animales con los indígenas de Norteamérica, al recuperarse el bisonte, se ve también un renacer de las comunidades originarias. Se vuelve a aquella interacción en la que el bisonte era aprovechado en todo: leche, carne, piel, para hacer herramientas y hasta para ceremonias rituales. En algunos casos, el bisonte es parte de la familia indígena, se puede ver en el lenguaje y en las canciones.

Según algunas tribus, el bisonte es un ser sobrenatural, que surgió en el plano más elevado de la existencia, y bajó a la tierra para auxiliar a los humanos, que tuvieron que aprender a tratarlo, cazarlo, matarlo, faenarlo y comerlo. Todo bajo un halo de gran respeto y espiritualidad.

Algunas tribus, como la Blackfeet, creen que hay un mundo de arriba, otro de abajo que es la tierra y otro subterráneo y subacuático. Esto coincide con la cosmovisión que también tienen muchos pueblos de Sudamérica, como los aymara, los quechuas o los mapuches. Según los blackfeet, una vez un bisonte transitó desde el mundo subacuático hacia el mundo de los seres humanos. Pero lo hizo con forma de humano y una pareja lo adoptó amorosamente. Desde ese momento, los dioses permitieron que otros bisontes pasaran al plano terrenal para alimentar a los humanos.

En Oklahoma, la Nación Cherokee tiene unos 500 mil miembros, es una de las más numerosas del país. Pero desde los años ’70 ya no había bisontes. Hasta que en el año 2014 llegaron 38 ejemplares a la comunidad de Bull Hollow, a unos 100 kilómetros al norte de Tulsa. Cuentan que la gente los recibió con cánticos, ceremonias y una gran emoción. Hoy, en dos kilómetros cuadrados deambulan más de 300 bisontes. La comunidad no los come, porque por ahora la intención es que siga creciendo la manada, pero el objetivo final sí es volver a contar con esa carne magra, rica en proteínas y, sobre todo, que significa una conexión con la madre tierra.

En otras comunidades sí se ha vuelto a comer carne de bisonte, pero con planificación. El sacrificio se hace de forma totalmente artesanal, con una gran carga simbólica. La carne se distribuye a toda la tribu y los huesos se hierven para hacer caldo. El objetivo a largo plazo es también asegurar la soberanía alimentaria de las comunidades.

Este pueblo, el cherokee, era originario del Sudeste de lo que hoy es Estados Unidos. A partir del descubrimiento de oro fueron desplazados de sus tierras, y en 1838 se produjo una deportación masiva conocida históricamente como “El sendero de las lágrimas”. Como consecuencia de las atrocidades cometidas contra el pueblo cherokee, y también del exterminio de bisontes, se estima que unas cuatro mil personas murieron en ese proceso histórico.

En Dakota del Sur hay una reserva de la tribu Rosebud Sioux que se llama Wolakota Buffalo Range. Allí ya tienen una manada de más de mil bisontes, y quieren seguir creciendo, lo mismo que en Nebraska. Y así podríamos seguir hacia Montana, e incluso Alberta y otros estados del Canadá.

¿Volverá a haber millones de bisontes corriendo en manadas por las planicies de América del Norte? Seguramente no, por la propiedad privada de los campos, las casas, las carreteras, etc. Como tampoco se puede volver al paisaje de las primeras naciones, hoy relegadas a reservas. Pero se puede mitigar el sufrimiento que ocasionó en su momento tanto odio y discriminación. Se puede recuperar lo posible, resucitar la espiritualidad y mejorar las condiciones para indígenas y no indígenas en Estados Unidos.

Las comunidades, con la colaboración de algunas organizaciones y también de algunos gobiernos, lo están haciendo. Siempre las decisiones deben recaer en las primeras naciones. Y lo mejor de todo esto, es que no lo están haciendo como revancha o venganza, sino para reparar tanto dolor sufrido tiempo atrás, cuando exterminar una especie animal era un paso solamente, para exterminar a pueblos enteros.

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Este artículo está respaldado en su totalidad o en parte por fondos proporcionados por el Estado de California, administrado por la Biblioteca del Estado de California en asociación con el Departamento de Servicios Sociales de California y la Comisión de California sobre Asuntos Estadounidenses Asiáticos e Isleños del Pacífico como parte del programa Stop the Hate. Para denunciar un incidente de odio o un delito de odio y obtener apoyo, vaya a CA vs Hate. 

This article is supported in whole or in part by funding provided by the State of California, administered by the California State Library in partnership with the California Department of Social Services and the California Commission on Asian and Pacific Islander American Affairs as part of the Stop the Hate program. To report a hate incident or hate crime and get support, go to CA vs Hate.

Autor

  • Mariano Saravia

    Mariano Saravia es magister en Relaciones Internacionales, escritor, periodista, docente universitario, conferencista y narrador oral. Sus especialidades son la política internacional, el periodismo histórico y los derechos humanos. Divide sus tareas periodísticas entre televisión, radio y gráfica. Sus artículos y ensayos han sido publicados en Argentina y el exterior. Tiene una maestría en Relaciones Internacionales y licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba. También realizó estudios en Italia, Alemania, Irlanda, Reino Unido, País Vasco, Polonia, Israel, Canadá, Estados Unidos y Brasil. Fue profesor titular de la materia Política Internacional de las carreras de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Católica de Córdoba. También fue profesor invitado de la Universidad de Wisconsin-Green Bay, del Boston College, de Estados Unidos, de la Universidad Nacional de Río Cuarto, la Universidad Nacional de Villa María y Universidad Católica de Córdoba Tiene 14 libros editados, algunos han sido traducidos al inglés, francés, portugués, danés y vietnamita. Varios están editados en formato e-book. Uno de ellos, La sombra azul, fue llevado al cine con el mismo nombre. En los últimos años crea y presenta espectáculos en los que intercala sus narraciones con la música de grandes artistas. Organiza viajes históricos, políticos y culturales por países de América del Sur, bajo la premisa del anti turismo y de que el viajero es la antítesis del turista. Además, recorre la provincia de Córdoba y Argentina dictando conferencias sobre temas históricos, políticos y de derechos humanos. Ha asesorado al ex presidente boliviano Evo Morales en el conflicto con Chile por la salida soberana al Océano Pacífico que perdió Bolivia en la Guerra del Pacífico (1879-1884).

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