De mi ´test´, hospitales e inseguridad en tiempos del coronavirus

No es tan fácil conseguir un ´test´ y, cuando se lo consigue, surgen dudas para una persona de alto riesgo que siempre trata de limitar sus visitas a hospitales que, como sugieren estudios, son una alta fuente de transmisión de infecciones

Martes, 7 julio 2020

8:00 y algo de la mañana: Me levanto tarde este martes del verano californiano y siento como que el área de mis amígdalas está inflamada. Los últimos dos días, dormí semidesnudo y con la ventana abierta. Tal vez, esa sea la explicación. Pero este es un tiempo del coronavirus y nada es seguro. Después de desayunar, el ardor mejora.

Casi las 9:00 am: Me siento cansado, pero junto energías y me pongo a trabajar. Repaso las noticias, contesto los emails más urgentes y publico en Hispanic LA un artículo de Jesús García sobre los jóvenes con visas estudiantiles que corren el riesgo de ser deportados si no se reestablecen las clases presenciales.

El resto de la mañana la dedico a seguir preparando una nueva versión de mi clase de Introducción a la Criminología que enseñaré, a partir del mes que viene, en Rio Hondo College. Estoy entusiasmado por las discusiones y debates que anticipo ya que el asesinato de George Floyd ha puesto en la primera plana muchos de los temas que se presentan en la clase. ¿Cómo se originan las leyes criminales? ¿Quiénes son los más afectados? ¿Qué tipo de sistema de justicia criminal tenemos en EE.UU. que nos lleva a arrestar a 11 millones de personas por año y a tener a 2.3 millones en prisiones?

Apenas pasadas las 2:00 pm: A la tarde viene un trabajador de Spectrum, Franklin. Trabaja en el den durante una hora y media con cables y cajas. Me cuenta sobre este lugar en Mason y Devonshire en donde siempre compra pollo. Un lugar familiar donde la comida es excepcional. Pero aún más interesante habla sobre su vida en Nicaragua. Habla sobre la Revolución del 79 y las esperanzas que generó, su viaje a Cuba en los 80s, su paso por México y finalmente sobre su nueva vida en este Estados Unidos en donde, como tantos inmigrantes, descubrió que las calles no estaban asfaltadas en oro.

Su historia es fascinante. Le hago mil preguntas. Tenemos máscaras y mantenemos distancia, pero cuando termina y se va, desparramo desinfectante (una combinación de cloro y agua) sobre el equipo, la mesa de café y toda la habitación.

Casi inmediatamente empiezo a sentir que la situación de la garganta empeora. Con el paso de las horas el ardor crece y se me hace cada vez más difícil tragar.

Con mi esposa buscamos un sitio en internet para hacerme un test. Encontramos algunos a pocas millas de casa: CVS Reseda, CVS Winnetka, CVS San Fernando, pero todos dicen: “Testing is By Appointment Only”. Y, bueno, habrá que hacer una cita.

El primer mensaje es: “See if you qualify for coronavirus (COVID-19) testing…” Y después de contestar las preguntas sobre los síntomas, sobre los antecedentes médicos, todos los sitios repiten la misma advertencia: “There are no available times at this location. Try searching for another location or day”. Al menos en estos sitios, no hay absolutamente ninguna posibilidad de conseguir un test. Ni mañana, ni pasado, ni ningún otro día.

Finalmente, marco el número de Kaiser Permanente. Lo había tratado de evitar, por la distancia. Hablo con un empleado que me hace todo tipo de preguntas y que-si-esto y que-si-aquello y, finalmente, me promete que una enfermera me llamará. A la hora, una voz femenina muy simpática repite las mismas preguntas y concluye con la promesa que, dentro de las siguientes dos horas, un médico se comunicará conmigo.

Pocos minutos antes de la medianoche: La doctora Bret me vuelve a hacer las mismas preguntas y yo doy las mismas respuestas. ¿Síntomas? La garganta que me arde y me cuesta tragar; sí, me duele la cabeza; sí, estoy cansado; no, no tengo fiebre; no, no tengo tos. Y, sí, un par de años atrás, tuve cáncer de pulmón, cirugía y esa repelente quimioterapia que no se la deseo a nadie.

La doctora, sin prisa, con pausas extensas que me hacen preguntarle si todavía está en línea, me da el famoso turno para el test. Siento esa sensación de victoria después de la batalla. Será mañana miércoles 8 de julio, entre las 8:30 y 12:30 del mediodía.

Con el televisor en CNN retransmitiendo a Chris Cuomo, que habla sobre Donald Trump y su amenaza contra los estados que no reanuden sus clases en agosto, me voy durmiendo. Pienso en este criminal y cómo ha caído tan bajo que usa hasta los niños con fines electorales. Pero ¿acaso extraña esa conducta inmoral?

Hace calor, pero no quiero prender el aire. Le tengo miedo porque en el pasado me ha causado más que resfríos. Duermo con la ventana abierta. Pero, ahora, abrigado. Me cubro la garganta con una bufanda vieja… en pleno verano.

Miércoles, 8 julio 2020

Madrugada: Despierto a las 8 debatiendo si debo ir a Kaiser o ignorar el test. Todavía me duele la garganta, aunque no empeoró. Ir al test involucra salir de la casa y eso, ya de por sí, implica cierto riesgo para alguien con mis antecedentes médicos. Alguien que ha tratado de limitar las salidas lo máximo posible y que tiene un protocolo estrictísimo para cuando su esposa retorna de sus salidas ocasionales a su oficina o de las compras de la semana en el Ralph local.

Pero ir a un hospital es aún peor. Los hospitales son antros de infección. De acuerdo estudios reproducidos por el Center for Disease Control (CDC), una visita al hospital puede costar caro ya que alrededor de 1.7 millones de personas se infectan allí y, anualmente, 99,000 mueren. Todos contagian. Los equipos contagian, los médicos contagian, los enfermeros, los pacientes.

Me levanto a prepararme un té con leche bien caliente y estoy casi, casi decidido a no ir a Kaiser.

Y es cuando me llama una enfermera de Kaiser a eso de las 8:40 y me dice que si puedo ir a las 4:00 pm y me recuerda que será un test desde mi automóvil. ¿En qué auto iré? Y que entre en el primer acceso al ´parking structure´. Y que mantenga las ventanas bajas. Y que tenga mi tarjeta de Kaiser y mi ID listos. Y que no me baje.

Y ahora repienso mis dudas… Después de todo es desde el auto… Y es con mi máscara puesta… Y el contacto será mínimo… Y, bueno, si total… Y finalmente me decido a ir.

Me quedo en la cama. Participo de una conferencia de prensa, en Zoom, de Marta García, de Morena. Está frente al Consulado de México en Los Ángeles y habla sobre la visita de Andrés Manuel López Obrador a Washington, D.C. para formalizar el T-MEC. Algunos se preguntan, ¿Será que está siendo manipulado por Trump para consolidar el voto latino en las elecciones de noviembre? Pido más té de manzanilla con el agua hervida, por favor, a 212 grados Fahrenheit. Me tomo la fiebre: 36.7 C. Normal. Y espero.

A eso de las 3:30 pm: Salgo para Woodland Hills ha hacerme el test. Todos dicen que es bien simple. Mi esposa se lo hizo semanas atrás y tardó minutos. Pero cuando llego al hospital, no es la misma experiencia. La fila de autos en el nivel 1 del ´parking´es considerable y hay que esperar.

Ya hay casi 300,000 infectados en California. Solamente ayer, 8,480 personas más. En los Estados Unidos, solo Texas y Florida tienen un número de infecciones diarias más alto.

Evidentemente, estas estadísticas están generando preocupación y esto se refleja en el incremento substancial de personas que ahora quieren hacerse el test. Son tantos, que las autoridades del Condado de Los Ángeles acaban de implementar medidas más estrictas para determinar quién califica.

Después que chequearon mi identidad, una mujer dejó una bolsita de plástico con varios implementos que, evidentemente, iban a ser usados para el test. Traté de saludarla, tal vez en solidaridad por cómo arriesga su vida todos los días, pero no hubo tiempo para nada. Todo tan formal, medido, eficiente.

Había como treinta autos y la espera fue considerable. Yo estaba entre los últimos tres y avanzamos a paso de tortuga. Cuando finalmente llegué, una joven, que por su vestimenta parecía más una astronauta que una enfermera, se acercó y adivine una sonrisa detrás de ese equipo protector de varias capas. Me hizo abrir la boca y me insertó un hisopo en las profundidades más recónditas de mi pobre garganta, o al menos así lo sentí, y después en una de las voces nasales. El hisopo giró durante una eternidad y por más que puse semblante de valentía, la joven debe haber notado esa señal de debilidad que emanaba de todo mi cuerpo menos de mi cara de piedra. Le experiencia fue breve, pero nada agradable, por cierto.

La nota que me entregaron como si fuera un diploma de graduación decía que obtendría los resultados de 3 a 5 días. ¿Será así? ¿O será como en el caso de mi esposa que, por una cuestión de traspapeleo, terminó tardando dos semanas?

Mientras tanto, las instrucciones lo dicen bien claramente, debo aislarme y no tener contacto con otras personas. No puedo salir de la casa, ni aunque use mascarilla, y debo tomarme la temperatura dos veces por día.

¿Aislado? ¿Encerrado en la casa? Todo parece tener una dimensión cómica. Y lo sería si no fuera por la muy claramente trágica realidad que nuestros padres, madres, hijos, hermanos, amigos, están muriendo.

6:00 pm y después: La garganta mejoró. No tengo fiebre (77.9 F). Hasta como que se me fue el cansancio. Ahora tengo que esperar. Pienso en algo que Nietzsche dijo sobre la esperanza.

Esta nota fue actualizada a las 6:47 pm PST.

Perfil del autor

Nestor M. Fantini, M.A., Ph.D. (ABD), is an Argentine-American journalist, educator, and human rights activist based in California. Since 2018, Fantini has been co-editor of the online magazine HispanicLA.com. Between 2005 and 2015 he was the main coordinator of the Peña Literaria La Luciérnaga. He is the author of ´De mi abuela, soldados y Arminda´ (2015), his stories appear in ´Mirando hacia el sur´ (1997) and he is co-editor of the ´Antología de La Luciérnaga´ (2010). He is currently an adjunct professor of sociology at Rio Hondo College, Whittier, and at AMDA College of the Performing Arts, Hollywood, California. As a refugee and former political prisoner who was adopted as a Prisoner of Conscience by Amnesty International, Fantini has dedicated his life to promoting the memory of the victims of state terrorism of the Argentine civil-military dictatorship of the 1970s and is currently coordinator of Amnesty International San Fernando Valley. Fantini graduated from Woodsworth College and the University of Toronto.

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Néstor M. Fantini , M.A., Ph.D. (ABD), es un periodista, educador y activista de derechos humanos argentino-estadounidense que reside en California. Desde 2018, Fantini es coeditor de la revista online HispanicLA.com. Entre 2005 y 2015 fue el coordinador principal de la Peña Literaria La Luciérnaga. Es autor de De mi abuela, soldados y Arminda (2015), sus cuentos aparecen en Mirando hacia el sur (1997) y es coeditor de la Antología de La Luciérnaga (2010). Actualmente es profesor adjunto de la cátedra de Introduction to Criminology, en Rio Hondo College, Whittier, California, y de The Sociological Perspective, en AMDA College of the Performing Arts, Hollywood, California. Como refugiado y ex prisionero político que fuera adoptado como Prisionero de Conciencia por Amnistía Internacional, Fantini ha dedicado su vida a promover la memoria de las víctimas del terrorismo de estado de la dictadura cívico-militar argentina de la década de 1970 y actualmente es coordinador de Amnesty International San Fernando Valley. Fantini se graduó de Woodsworth College y de la Universidad de Toronto.

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