Desafiar las suposiciones
Estoy encerrada -por gusto- en un edificio antiguo, precioso y frío que tiene unos ventanales gigantes que no me dejan olvidar que estoy en el corazón de Nueva York. La escuela de periodismo de la Universidad de Columbia se impone con su historia y el legado de Pulitzer. Afuera cae nieve. Recuerdo que hace décadas que no veo cómo la naturaleza nos puede vestir de blanco con apenas tocarnos. El piso se convierte en una inesperada pista de hielo en la que hoy construimos monos y mañana nos deslizaremos, antes de que se derrita para ser un charco gigante. Es irónico, estar bajo cero me calienta el corazón.
Hace un mes también estaba en la Gran Manzana. No hubo nada de nostalgia en esa visita. Estuve también encerrada -por necesidad-, pero en una habitación de hotel con una neumonía aún sin diagnosticar, sintiendo una fiebre que hacía que me temblara hasta la conciencia y con un pecho frío a punto de explotar. Mis pensamientos se interrumpían por la respiración entrecortada y esa sensación incómoda de que la ciudad me aplastaba. En ese entonces, imaginar lo que vivo hoy, me hubiera parecido una alucinación causada por los escalofríos y la falta de oxígeno.
Pero mientras recorro los pasillos en los que se han inspirado tantos colegas a los que admiro, me llena de una emoción que resulta difícil de explicar. En este “río profesional”, he conquistado sueños que jamás tuve, mientras la corriente me lleva, a veces con calma, y otras, por tempestuosas corrientes.
Esta vez no estoy estudiando sobre periodismo per se (todavía). Soy parte de la prestigiosa beca del programa Sulzberger, a través del cual desafiamos todas nuestras suposiciones y privilegios para poder crear algo, lo que sea, que de verdad sea deseado y útil para nuestras comunidades… algo así como Conecta Arizona, pero con esteroides. Lo hacemos sin buscar lados, en círculos, como lo debiéramos de hacer todo; una constante sin fin, con múltiples posibilidades, con la oportunidad de avanzar o dar reversa cuando se nos atora la vida o la carreta.
Lo que más me emociona es el proceso del pensamiento del diseño. ¿Lo conoces? Es una metodología que centra al humano para resolver cualquier problema, desde un deseo insatisfecho hasta la complejidad de un conflicto difícil de establecer y resolver. Se basa en la empatía, la definición clara del desafío, la generación creativa de ideas, el prototipado rápido y la evaluación constante. La primera vez que escuché de esto fue cuando estudié en Stanford, en donde tienen toda una facultad dedicada a innovar, experimentar y diseñar, pero apenas hoy lo alcanzo a comprender a profundidad que implica seguirlo y aplicarlo. Me cuestiono mucho, pero no me asusta la incertidumbre, abrazo el caos y los riesgos… me empodero con los fracasos. ¿En qué momento dejamos de jugar en esta vida y permitimos que la rutina y el pragmatismo nos hiciera olvidar que somos humanos?
No puedo dejar de pensar en la importancia de volver siempre al centro, al vientre, al ombligo de la concepción de las ideas y los seres, y redescubro la empatía como un superpoder seductor, que enseña, construye y sostiene. Y así recuerdo que la vida es un círculo y que también tarde o temprano nos regresa a donde empezamos. Y así estoy yo frente a esta ventana, recordando esa Navidad en el rancho, mientras nevaba, cuando jugaba con mis primos a que un día sería periodista y que un día reportaría desde Nueva York.