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Editorial: Adrew Cuomo y la peligrosa relación entre poder y sexo

La caída de Andrew Cuomo es un indicio de que a veces, las instituciones democráticas, la opinión pública, la prensa libre, funcionan, esto es, cuando no se rinden a los poderosos

El 3 de agosto, la procuradora general de Nueva York Letitia James anunció que su investigación de acusaciones contra el gobernador Andrew Cuomo había arrojado que éste «acosó sexualmente a varias mujeres y violó la ley estatal», acusaciones que él niega.

El Comité Judicial de la Asamblea estatal inició un juicio político en su contra.   El presidente Biden, la presidenta de la Cámara Baja Nancy Pelosi, dos tercios de los senadores del estado de Nueva York pidieron a Cuomo que renunciara, después de 10 años en su puesto. Su jefa de gabinete Melissa DeRosa a su vez renunció en protesta.

Él se negó obstinadamente, aduciendo que la investigación tenía motivaciones políticas. “Creo que es injusto y falso”. 

Pero siete días después del anuncio de James, y al día siguiente de la deserción de DeRosa, Andrew Cuomo se rindió ante la presión y la evidencia y anunció su renuncia, que tendrá efecto en dos semanas. Se excusó diciendo que ha «estado demasiado familiarizado con la gente» y se disculpó con las mujeres a las que dijo que «realmente ofendió».

Durante su periplo, Cuomo acumuló, como cualquier gobernante, logros y fracasos.

Promovió la legalización de matrimonios entre personas del mismo sexo, la legalización de marihuana para uso médica y siete años después, la recreacional; amplió la cobertura médica para personas de bajos recursos, aumentó impuestos para ricos, impuso un salario mínimo de $15 que llegará en etapas y licencia familiar remunerada de 12 semanas. Impulsó las leyes estatales más estrictas de control de armas de fuego, se alió con otros gobernadores para contrarrestar el abandono del Acuerdo de París para combatir el calentamiento global.

Pero el nombre de Andrew Cuomo estará a partir de ahora inexorablemente ligado con el escándalo que puso fin a su carrera política.

Al final del camino, en la memoria colectiva será un político más. Con una abismal diferencia entre su figura pública y su carácter real. Qué lástima. 

Algo más nos enseña el caso. De los dos partidos políticos principales, el demócrata demostró que aún es capaz de sentir vergüenza y denunciar a los suyos que transgredan las normas morales más básicas. En comparación, el Partido Republicano es el partido desvergonzado.

En el GOP, todo lo contrario: las acusaciones de abuso sexual cometido por los poderosos son consideradas maliciosas y cómicas; los perpetradores pretenden ser víctimas, se jactan de su invulnerabilidad, y nunca, o casi nunca, renuncian. 

Solo en los últimos 10 años: entre los demócratas, además de Cuomo, están el senador de Minnesota Al Franken; los congresistas Anthony Wiener de Nueva York – una estrella en el liderazgo – o John Conyers, con 52 años representando a Michigan.  O la congresista Katie Hill de California, quien dijo al despedirse: “Me voy, pero tenemos hombres acusados de manera creíble de actos intencionales de violencia sexual y permanecen en las salas de juntas, en la Corte Suprema, en este mismo organismo, y lo peor de todo, en la Casa Blanca”. 

Todos ellos, los demócratas, todos renunciaron. 

Entre los republicanos de hoy, la lucha es lo que cuenta y lo que se recompensa, el sacrificio por principios es denigrado, y renunciar es cosa de tontos y débiles.

Donald Trump, único por la preponderancia de evidencias que demuestran la dimensión extraordinaria de sus abusos sexuales; los congresistas Jim Jordan, combativo lacayo de Trump y representante de Ohio; Matt Gaetz de Florida, actualmente investigado; Roy Moore, acusado de pedofilia que sin embargo siguió como candidato a senador por Alabama (perdió) o el juez Bret Kavanaugh de la Corte Suprema. Todos ellos exponentes del ala extremista republicana. Ninguno renunció.

La historia de Andrew Cuomo nos muestre la peligrosa relación entre poder y sexo y la necesidad de políticos probos y ejemplares, pero más que ello, de quienes vigilen a esos políticos. Porque lo sucedido es un indicio de que a veces, las instituciones democráticas, la opinión pública, la prensa libre, funcionan, esto es, cuando no se rinden frente a los poderosos.

 

 

 

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