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El tiempo: el mayor tesoro, por Raimundo López Medina

De golpe, descubro que apenas no hace mucho estaba preparando cómo despedir al 2020 e iniciar el 2021. No me di cuenta como transcurrió el tiempo a un ritmo tan galopante que apenas me percaté que ya ha pasado un año desde entonces.

Un año: 365 días, 12 meses, 52 semanas y un día, 8 mil 760 horas, 525 mil 600 minutos, 31 millones 540 mil segundos, las principales formas en que los seres humanos hemos fragmentado el tiempo para medir la duración de nuestras vidas, de los objetos, hechos, determinar los hitos de la historia.

También de golpe me he quedado fascinado por haber poseído un tesoro tan grande, es impresionante decir que uno tuvo más de 31 millones de segundos o casi 9 mil horas para vivir en ese espacio que llamamos un año, parecen dimensiones infinitas.

Es inevitable, para quienes tratan de encontrar un sentido a la vida, meditar sobre este tema en estas temporadas de final de año e inicio de otro, pensar en qué se hizo y qué se hará. Por lo general, es el momento de hacer promesas o planes para avanzar en el asunto que más importa.

Uno reflexiona más sobre la importancia de las cosas, o esta crece hasta abarcar todo el pensamiento, cuando terminan o se acaban, o se rompen. Incluso en un suceso tan habitual como la rotura de un vaso de vidrio uno sabe que ha ocurrido algo que es para siempre, no hay formas de arreglarlo, aunque, por supuesto, sí sustituirlo.

Con el tiempo no, eso no puede pasar, siempre va hacia adelante inexorablemente, ni siquiera ha sido posible rescatar y volver a vivir un minuto de ayer, incluso en los cálculos más sabios de matemáticos abstractos y exitosos. La relatividad del tiempo no nos da esa oportunidad.

Uno no puede ir a la tienda y preguntar a cómo está la semana, o el día, hasta un minuto, que es muy poco tiempo, pero deseará con urgencia quien está en situaciones apremiantes como la despedida de un ser amado o en el momento de dudas del experto al tratar de desactivar una bomba.

La conclusión es simple y contundente: no podemos comprar tiempo ni formas de regresar en este para empezar a repetir de una forma mejor algo que hemos vivido. Sólo es posible reiniciar la vida, cuando es necesario e imprescindible, desde donde estamos. Así lo podremos hacer siempre que contemos con el ánimo, la tenacidad y el valor para intentarlo.

Entonces, es lógico preguntarse cuánto vale el tiempo, no en dinero, sino para el disfrute y la utilidad de nuestras vidas.

Podremos escarbar en los archivos de internet, o mejor en esa institución con tanta sabiduría sobre la obra humana que es una biblioteca pública, y con seguridad encontraremos frases con un valor eterno, inmortales e indiscutibles de personajes célebres sobre el significado del tiempo y su valor.

Sin embargo, hay una conclusión a la que todos podemos llegar, de forma sencilla, si uno ama la vida y todo lo bueno que la rodea: el tiempo es el mayor tesoro que tenemos, es una verdad sólida como un diamante y tiene tantas formas de belleza para describirla como tantos sean quienes se ocupen de hacerlo.

De ahí surgen otras conclusiones elementales: cada segundo que pasa ha pasado para siempre. Puede parecer ridículo quejarse de haber perdido un segundo cuando se tuvieron más de 31 millones en solo un año, pero vale la pena meditar en el sentido de la palabra perder y duele saber que es algo que ya no volverás a tener, sobre todo si lo malgastaste inútilmente.

Por ello es importante pensar si el año que concluye lo perdimos o lo supimos ganar con nobleza y hacerlo un buen fruto propio y para los demás.

El tiempo es nuestro mayor tesoro y vale la pena vivirlo con tanta intensidad como seamos capaces y hacerlo siempre como nos lo pidió Martí, el apóstol de la patria cubana y americana, convencidos de la utilidad de la virtud y la necesidad del mejoramiento humano, y, sobre todo, con el optimismo que generan las causas nobles.

Raimundo López Medina, San Salvador, 28 de diciembre de 2021.

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Autor

  • Raimundo López Medina

    Graduado en Licenciatura de Periodismo en la Universidad de La Habana en 1976. Ese año comenzó a trabajar como redactor-reportero en la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina, donde desarrolló toda su carrera profesional. En PL ocupó varias responsabilidades desde miembro de la mesa de editor, jefe de la redacción Cuba -en dos períodos- y Sudamérica; editor jefe internacional, editor jefe de editores y vicepresidente para la Información. Trabajó también como corresponsal o enviado especial en 18 países, entre ellos Angola, en 1979, en la guerra contra ese pueblo; Panamá, durante la crisis que Estados Unidos generó para invadir ese país (1986-90), Honduras, donde llegó horas antes del golpe militar del 28 de junio de 2009; en México (1995-97 y 2005-2006); Perú y otros países; dirigió las coberturas de varias cumbres mundiales como las del Milenio, de la ONU; Iberoamericanas, del Movimiento de Países No alineados, UE-América Latina y el Caribe; la visita del papá Juan Pablo II a Cuba; la primera victoria electoral de Chávez en Venezuela y toma de posesión, entre otros acontecimientos. En 2009 recibió el premio nacional de la prensa escrita que otorga la Unión de Periodistas de Cuba; ha dedicado tiempo a la literatura y en 1998 ganó el primer premio del concurso de cuentos Ernest Hemingway, en Cuba. Actualmente termina en El Salvador un libro testimonial sobre la vida de un joven y legendario comandante guerrillero.

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