Aquella Navidad de 2009 que pasé en México
Por primera vez desde mi regreso a México después de nueve años en el norte celebré la Navidad con mi familia. Fue en 2009. Celebraba todavía tener aquí a mi madre y que aunque estemos lejos, mis sobrinos que viven en California supieran que su familia los esperaba en México por si deciden volver como yo lo hice en aquel entonces, antes de regresar aquí, a California, otra vez. Celebro ver crecer a mis dieciseis sobrinos y darme cuenta con alivio que para cada uno de ellos la familia es una realidad.
Ignorando las distancias, los amigos en otro pais llamaban, escribían emails, enviaban tarjetas de buenos deseos. Mi amigo Fred de Ontario, California, me contaba que recibió el 24 a su hija Julie y su nieta America. Ellas a su vez irían a celebrar el día 25 en casa de su esposo, donde disfrutarían de tamales, porque para estos mexicoamericanos de segunda generación las fechas importantes se señalan con platos tradicionales. Con mi amiga Reme de Valencia, España, nos maravillamos de lo mucho que tienen en común nuestras costumbres. Mi amigo Gabriel que es judío también felicita y encuentra esta experiencia personal similar a las suyas.
Es Nochebuena. Con mis sobrinos David, Valentín y sus papás viajamos al pueblo de San Pedro en el estado de México. Parecíamos los mismos Reyes Magos cuando viajaban a Belén, porque fuimos con seguridad de intento y alegría en el corazón y la certeza del festejo.
Recorrimos carreteras repletas de viajantes apresurados que salían de la ciudad de México. Por momentos avanzábamos a vuelta de rueda, pero de pronto y a la distancia, observamos las luces y el vapor que se levantaba de la Termoeléctrica del Valle de Mexico. Parecían estrellas aquellas luces que nos guían, y al acercarnos mas, estaba efectivamente la Navidad ahi presente, en los focos verdes, blanco, y rojo, que iluminaban la planta donde se genera gran parte de la electricidad que consume el Distrito Federal.
Seguimos viajando, acercándonos al objetivo de llegar, unirnos con nuestra gente, abrazarnos. Cinco minutos despues avistamos la iglesia en la plaza principal del pueblo. Era hora.
Al llegar a la casa de nuestros anfitriones, toda la familia estaba ya reunida alrededor de Doña Esther, la bisabuela, la matriarca y quien se pasó días asando, tostando y moliendo los chiles del mole para los romeritos, haciendo las compras de la pierna adobada al horno coordinando y haciendo realidad aquella última reunión de más de 35 personas congregadas a su alrededor.
Empezó entonces el ritual. Un aperitivo calientito logró quitarnos el frío. El consomé de pollo lo comimos con patitas. Compartimos las alegrias de los nacimientos del último año. Hablamos de los ausentes de la celebracion a quienes añoramos y anhelamos volver a ver pronto, pronto.
Niños de todas edades corrían, gritaban, peleaban, jugaban, nos inundaban. Después de la procesión de los peregrinos y de la solicitud de posada se cantó y arrulló al niño Jesús. Mi hermana Esther y una servidora fuimos las únicas a quienes no se invitó a besarlo, en respeto a que no somos católicas. También quedamos excluidas al repartirse la recompensa, el dulce de colación.
Se anunció que las piñatas, en forma de estrella, se romperían sólo después de cenar: hurras y aplausos por la decision. Es que, sin darnos cuenta, ¡nos estábamos muriendo de hambre!
En la mesa, cazuelas de mole con pollo, arroz, pierna al horno con adobo, romeritos con camarones gigantes y tortitas de polvo de camaron, sopa de codito, ensalada de manzana, y ponche de frutas caliente para tomar con o sin piquete. Además, refrescos enbotellados: Jarritos de tamarindo y tutifruti, Titan de toronja, Lulú sabor naranja, Sidral de manzana, la inigualable Sangría Señorial y las Chaparritas de uva que no podian faltar. Y también la Coca Cola que en México se endulza con azucar de caña.
Repartidos los aguinaldos de dulces nos despedimos con el abrazo de Navidad tradicional y regresamos, desandando el camino que habíamos hilado a la ida, aferrados al hilo de la carretera aún repleta.
Aquí o allá, en California, la esencia es la misma. Los tiempos cambian pero la Navidad perdura. Festejamos Reyes Magos y la familia era lo principal. Lo sigue siendo aunque en la ausencia. Compartimos que lo importante es seguir celebrando, continuar las tradiciones que nos legaron nuestros padres, recordar que las memorias de hoy quedarán marcadas en la infancia de nuestros niños, quienes así como nosotros, serán en las proximas navidades los protagonistas de la continuidad, de la permanencia de nuestra manera de ser.
Aquella Navidad mi familia la celebró unida en corazon, pero separada fisicamente. De ocho hermanos estuvimos ahí solo tres.
Versión editada en 2022. Publicado inicialmente en diciembre de 2009.