Desempleo, el terror que nos acecha
Ser despedido y vivir en el desempleo en Los Angeles es ya cosa de todos los días. Pero tratamos de no mencionarlo. Hacerlo tiene un sentido de mal aguero para los trabajadores. Nos convierte en parte de las estadísticas. Si aún no estamos ahí nos sentimos afortunados. Y cuando me entero de que alguien más cayó a este estatus, lo lamento como si me dieran noticias fatales, porque sé lo que significa.
El terror del desempleo
Si: estoy desocupada, fui despedida, no debido a mi incapacidad ni a que mi rapidez, eficiencia o disposición fueran insuficientes, sino a los cambios económicos en la empresa para la que trabajé por casi tres años. Casi 1,700 empleados de la compañía fuimos despedidos. Aquellos de nosotros con papeles migratorios tuvimos la fortuna de tramitar el seguro de desempleo. Los indocumentados no corrieron la misma suerte.
Visité agencias, sitios de internet, llené solicitudes… y nada.
Buscando empleo he visitado personalmente agencias de todo tipo, visitado una multitud de sitios de internet, llenado solicitudes, aceptado que me paguen menos, mucho menos que en mi anterior trabajo. Trabajé en empleos temporales que duraron dos o tres semanas, viajando con gusto hora y media en la autopista cuando el lugar de trabajo asignado quedaba lejos de donde vivo.
En México, a los despedidos generalmente les dan uno o dos meses de sueldo si el que tomo la decisión de rescindir el contrato fue el patrón. Es poco, pero es algo. En Estados Unidos, en cambio, nos despiden una hora después de haber terminado nuestro tiempo de almuerzo.
No hay nada que hacer, si el empleador te necesita solo hasta el mediodía, con la ley a su favor estás despedido a partir de esa hora. Y si eres trabajador temporal o de agencia llegas a tu turno de trabajo y no te dejan entrar. ¿Qué pasó? «Hable a su agencia» nos dicen, «ellos le darán instrucciones».
No hay nada que hacer
¿Cómo está el trabajo?, pregunto a amigos o familiares, y quisiera que nos dijeran que muy bien. Pero muchos pasan por lo mismo. En cada lugar, a cada rato, en cada medio, en cada idioma, las palabras despido, layoff, desocupación, nos acechan. Una amiga que vive en la ciudad de Chino sufre la pena de ver a su esposo sin empleo constante desde noviembre pasado. Es indocumentado y su labor es la construcción.
Otro amigo centroamericano, tuvo desde mediados del año pasado recortes en sus horas de trabajo en una bodega de artículos electrónicos. Su esposa que trabajaba empacando desayunos escolares para las escuelas fue ahora despedida. Y hay más, muchos más.
El distrito escolar de mi área cerró tres escuelas primarias el próximo ciclo escolar a fin de solventar los ajustes de presupuesto. Para maestros y administradores esto significa que llega el espectro del desempleo.
Angustia en la familia
Para una familia, la perspectiva de quedarse sin trabajo es aterradora. Significa que sus hijos necesitarán lo que están acostumbrados a recibir, que el refrigerador antes lleno estará vacío.
Y entonces, todo se agolpa en la mente, puede venir en cualquier momento: cobradores tras la puerta o insistiendo por teléfono, multas que se agolpan sobre las cuentas no pagadas, pagos por sobregiro en la cuenta de banco, todo lo cual además de su consecuente agravio contribuye a hacer la situación más desesperada.
Y sí: también mi propio esposo perdió su empleo. Desde este lunes está en nuestras mentes lo que vendrá. Nos queda sólo un mes de seguro médico, pronto sentiremos su ausencia porque lo necesitábamos. ¿Y después?
Para todos es igual de complicado. La máquina de la vida se detiene, los proyectos se esfuman, el futuro pasa a segundo plano y se desvanece.